Papunashvili habla sobre el terreno de juego

El georgiano firma su mejor partido con la camiseta del Zaragoza y confirma su progresión en las últimas semanas.

Papu abre los brazos al viento en su celebración del primer gol.
Papu abre los brazos al viento en su celebración del primer gol.
Guillermo Mestre

"Es el momento de Papu", proclamó Natxo González este viernes. Atinado barrunte del vitoriano. El indicio del técnico se sostenía sobre su observación permanente en los entrenamientos. También, sobre la mejoría que se  ha advertido en el georgiano en sus últimas comparecencias. Señales, vislumbres emitidos por quien más lo conoce, por quien trabaja a diario al lado de este jugador tan diferente. Toda esta progresión quedó este sábado confirmada en más de una hora de buen fútbol y un gol rubricados por Giorgi Papunashvili.

Llegó Papunashvili a  Zaragoza con los calores del verano. El prospecto no parecía demasiado claro: un atacante zurdo que jugaba por la derecha, un fichaje para la áspera Segunda tras haber pululado sin demasiada fortuna por las inferiores de la Bundesliga con el filial del Werder Bremen. Destellos solo se le habían divisado en los arrabales del balompié, en Georgia, un trozo del Cáucaso solo visible en el planeta del fútbol en el arranque de los 80 con el Dinamo de Tbilisi de Sulaskvelidze, Gutsaev y Shengelia. Ganaron la Recopa ante el Carl Zeiss Jena en 1981. Luego, en el Mundial 82, el árbitro español Lamo Castillo los aniquiló ante Brasil en Sevilla. Menos mal que Paolo Rossi puso las cosas en su sitio... Todo, antes de la Perestroika, antes de Gorbachov. Después cayó el Muro, la URSS, y con él todo el deporte soviético. Se independizaron y desde entonces gobierna Georgia el sátrapa de turno; pero ni su selección, ni el Dinamo, ni sus futbolistas fueron lo mismo. Acaso Kakha Kaladze, central del Milán de Berlusconi... ¡y ahora alcalde de Tbilisi! Los demás pertenecen al gris estrato del anonimato.

Con este preámbulo apareció Georgi Papunashvili en Zaragoza. Pronto quedó denominado por el metaplasmo Papu, breve alias de un hombre que encontró dificultades en el idioma. Tantas como escasos traductores de georgiano en la capital aragonesa. Le costaba hablar con sus compañeros. Igual que dialogar con la pelota. Monólogos y más monólogos mientras Natxo González se desgañitaba por que le entendiera y entendiera el fútbol de Segunda. Papu era (y es) singular, como singulares son las carreteras secundarias del fútbol español.

Un bonito gol copero ante el Lugo dio cobijo a las primeras esperanzas. Avanzaba el curso con un Papu que titubeaba más incluso que ese tierno Zaragoza que coqueteó con el peligro, tan cercano entonces, a solo dos puntos del precipicio. Sus fogonazos, sus exhibiciones particulares (si las hubiere), escasamente enriquecían al colectivo.

Papu no tiró del carro, pero el carro sí que ha tirado de Papu. La rehabilitación absoluta del Zaragoza, su explosión futbolística y clasificatoria, ha conseguido que hasta Papu se integre, socialice y sume en el colectivo que gestiona Natxo González. Sus últimos encuentros dibujan una progresión que este sábado recibió un refrendo notable. Fue titular y, aunque no brilló, sí marco ante el Lorca. Después se marchó con su Georgia y volvió a anotar ante Lituania. De regreso, participó en las victorias saliendo desde el banquillo ante la Leonesa y el Huesca. Con el Rayo, la semana pasada, lo intentó y marcó. Al final, y con la colaboración del portero rival, pero marcó. Esta jornada fue titular en el vértice superior del rombo. Lo volvió a intentar y volvió a marcar. Y no fue un churro... Además, se ofreció, dinamizó. El Zaragoza fue mucho mejor con él que con Febas en ese mismo puesto. Papu habló este sábado sobre el terreno de juego, sobre el campo, verdad verdadera de este y de todos los deportes. Y el Papu visto ante el Almería sí tiene sitio en el Zaragoza.

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