DIARIO DEL MUNDIAL

El gol fantasma que batió a Capello

Parece que el destino quiso reparar los favores que recibió Inglaterra en 1966 con otro gol fantasma.

La tecnología evitará goles fantasma
El gol fantasma que batió a Capello
JON HRUSA. EFE

La Inglaterra de Fabio Capello entró en el Mundial con la insignia de favorita: había realizado una clasificación irreprochable y parecía haber encontrado una sólida columna vertebral, a pesar de la maldición del arquero: Terry, Lampard, Gerrard y Rooney. Tal como se ha desarrollado la participación inglesa, Capello ni tenía un buen recambio al descarte de Walcott ni encontró quien profundizase por las bandas. Con una previa irregular, un tanto agónica, Inglaterra llegó al partido de ayer ante Alemania. Los germanos, en proceso de metamorfosis, habían jugado a ráfagas, con momentos estelares de fútbol, elaborados por sus dos nuevas estrellas: Özil, un 'trescuartista' con visión, magia en las botas y un descaro casi juvenil, y Thomas Müller, que también tiene imaginación, clase, regate y anda sobrado de desparpajo. Todo lo que les rodea es aseado, con nombres de desigual calidad. Ambos equipos se enfrentaban para escenificar viejos choques, cuentas pendientes: la famosa final de Inglaterra-1966, la gran noche de Hurst con gol fantasma y todo; el partido de Italia-1990 que se dirimió a los penaltis. Alemania venció y ganaría la final ante la Argentina de Maradona, que jugó infiltrado casi todo el torneo. Por el bando inglés destacaban, especialmente, Gascoigne, un talento increíble arrojado a la basura y al alcohol luego, y Lineker, el goleador.

Ayer no había favorito. Se enfrentaban el poderío físico inglés, con su fútbol tradicional y dos buenos llegadores (Lampard y Gerrard), y la nueva carrocería alemana, más imaginativa, que también tiene una de sus características de antaño: cierta indolencia o suficiencia, cierta inclinación a la rutina. Así se amasó el choque. Inglaterra mostraba una total falta de inventiva y una defensa ramplona, despistada, con un irreconocible Terry. Alemania empezó a controlar y se puso por delante: marcó el oportunista Klose, que no da un balón por perdido, y Podolski. Los polacos teutones. Reparó el desaguisado Upson, y poco después ocurrió lo inesperado: Lampard marcó un golazo de los suyos, de obcecación, trabajo e impecable disparo. El balón fue al travesaño y se coló, alrededor de medio metro, pero el árbitro no lo vio, ni el linier. En cambio, todo el planeta se enteró de que había sido gol. ¡Que llegue la tecnología al fútbol ya!

Con ese gol, con esos nuevos bríos, habría empezado otra eliminatoria. Reapareció, en sentido inverso, el gol fantasma de 1966 como si el destino quisiera reparar, mucho tiempo después, una vieja afrenta. Luego, ya en la segunda parte, durante unos diez minutos, quince, casi veinte, Inglaterra se estrelló contra sus sombras y su impotencia: no tiene un organizador, carece de pase y de elaboración, por no tener no tiene ni extremos, y Wayne Rooney, el explosivo goleador del Manchester United, no comparecía. Los alemanes parecían sestear o estar con la cabeza en otro sitio, hasta que sellaron un contragolpe, y gol de Müller (que lleva el trece como Gerd Müller), y machacaron de inmediato con el cuarto tanto, otra vez Müller tras jugadón de Özil. Inglaterra no se lo creía, ni los aficionados, ni Capello, ni Beckham.

Alemania disfrutaba. Era el intruso joven que cumplía con las viejas consignas y con el aforismo de Lineker: "Las finales las juegan dos y siempre gana Alemania". Para ambos era una final, y para Inglaterra acabó siendo un estropicio, un fiasco absoluto, un tratado de candor, de mala suerte y de ausencia superlativa de fútbol. Los alemanes deberían repasar el vídeo: se van del partido con facilidad, les falta concentración y tensión, no les sobra coraje ni constancia. Decir que ahora Alemania es una de las principales favoritas es mucho decir. Ante un equipo con algo de talento, sufrirá mucho. Quizá Joachim Low ya lo sabe, pero, pensará tal vez, que le quiten lo bailado. Dos de los jugadores más deslumbrantes del torneo son suyos: Özil, que parece andar sondormido como un tigre que finge, y Müller, que tiene la languidez, la osadía y el brillo de los latinos. Y, por si fuera poco, cuenta con las manos milagrosas de Neuer.