Auge y caída de un mito

La meteórica trayectoria deportiva y personal de Perico Fernández comenzó a descarrilar tras su inesperada derrota contra el tailandés Muangsurin en Bangkok.

Perico Fernández contempla una de sus pinturas en un restaurante zaragozano en 2011.
Perico Fernández contempla una de sus pinturas en un restaurante zaragozano en 2011.
José Miguel Marco

Quince de julio de 1975. Pabellón Hua Park de Bangkok (Tailandia). Esta es la fecha y este es el escenario que marcan nítidamente el comienzo del declive de Perico Fernández. En la tórrida velada asiática, el zaragozano compareció con el cinturón de campeón y con la condición de mito. Su inexplicable abandono, cuando iba a iniciarse el octavo asalto de la pelea contra el desconocido Saensak Muangsurin, le despojó de la gloria y le arrebató el aura de triunfador que le acompañaba. Desde aquel día ya nada fue igual, y emprendió un implacable descenso a los infiernos tanto en lo personal como en lo profesional.


La vida de vino y rosas que se había ganado con la fuerza de sus puños se resquebrajó cual castillo de naipes a 9.900 kilómetros de Zaragoza. Ricardo Gil, el enviado especial de HERALDO, fue testimonio directísimo del descalabro. "Perico, sin preparación ni valentía, sólo resistió siete asaltos en el horno tailandés. Fue un abandono sin honra, sin lucha y sin causa. Le ha vencido la molicie y la falta de sacrificio", atacó duramente en su crónica.


El periodista entró en el mismísimo vestuario del destronado campeón segundos después de su derrota. Su relato no tiene desperdicio. "El ambiente en el vestuario español es tenso. Los primeros en entrar somos el embajador español, Ángel Sanz Briz (zaragozano que en 1944 había salvado del Holocausto a más de 5.000 judíos húngaros), y yo. Luego entran Perico y (Martín) Miranda, que lanza algo contra la pared. Se pone paz y aquello queda en un ambiente tenso y cortante", arrancó.


Acto seguido, le preguntó al protagonista los motivos de su decisión de tirar la toalla. "Ha sido el calor, que me ha hundido. No podía levantar las piernas ni mover los brazos. ¿Qué temperatura había?", replicó con desgana.


Ricardo Gil culminó este palpitante ejercicio periodístico con la descripción de los restos del naufragio: "El médico Giménez Romero está claramente enfadado. No hay duda de que él es el primer sorprendido del abandono de Perico. Miranda sigue llorando. Le llevan a la ducha y exclama: “Le ha faltado pegada por defecto de preparación. ¿Tú te creías que era tan malo este tailandés? Le gana cualquiera”".


A sus 22 años, Perico abandonaba la cima del ‘ring’ para no regresar jamás. Saensak Muangsurin le propinó el toque de gracia el 17 de junio de 1977 en Madrid, en la revancha por el título de los superligeros. Los jueces declararon vencedor al tailandés después de 15 asaltos. El aragonés se entregó hasta el límite, como no había hecho dos años antes ante el mismo rival, pero no fue suficiente.


Pese a que no colgaría los guantes hasta mediados los 80, se instaló en una decadencia acentuada por la falta de previsión y de orden tanto en lo económico como en otros capítulos de su existencia. "Me retiré pronto, con la edad de Cristo, con 33 años. Gané mucho dinero con el boxeo, pero igual que lo ganaba me lo iba gastando. Yo he sido un golfo en el deporte. Boxeaba por dinero, por dinero", admitía sin rubor en una entrevista a este rotativo en 2004.


A su reconocida facilidad para el derroche, se unieron los fracasos en inversiones en negocios agropecuarios y hosteleros. Durante tres meses ejerció de carpintero montando y desmontando plazas de toros. En 1992, el exalcalde de Zaragoza Antonio González Triviño le ofreció ser conserje de una escuela en Casetas. Una propuesta que rechazó y ridiculizó. "A mí me explicaron que era de mantenimiento, porque yo soy muy mañoso. Pero cuando fui a conocer el colegio, vi que era de portero. ¿Y tú crees que yo puedo ser portero? Para ese puesto, que pongan a Zubizarreta", pronunció en una hilarante entrevista con Heraldo.


La pintura fue el refugio ansiado en este terremoto vital. "Lo mío siempre ha sido la pintura", solía asegurar. Aunque su talento pictórico no era sobresaliente, le insufló calma y satisfacción. Parte de su obra cuelga en las paredes de muchos bares zaragozanos y en las casas de todos aquellos que le ayudaron adquiriendo sus creaciones. Entre ellos, el periodista José María García, quien en una exposición de Perico en Maspalomas compró la totalidad de los cuadros sin decírselo al autor. La alegría con la que el viejo campeón regresó a Zaragoza no tenía precio.

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