PROMOCIÓN

Los "dardos" de una mente privilegiada

El próximo domingo, por solo 1,5 euros más, HERALDO ofrece la séptima entrega de la colección Biblioteca Aragonesa. La obra con la que el maestro Lázaro Carreter nos ayudó a salir ilesos del maremoto léxico y a comunicarnos con eficacia.

Los "dardos" de una mente privilegiada
Los "dardos" de una mente privilegiada

Lázaro Carreter fue un estupendo jugador de dardos. Un campeón, mejor dicho, un maestro. Los suyos no se lanzaban en bares de moda, ni en sucedáneos de pubs ingleses. Los suyos se lanzaban desde las páginas de los periódicos, entre ellos, el propio HERALDO, y el centro de la diana era la ignorancia colectiva de los hispanoparlantes, o sea, todos nosotros. Y a él acudíamos, como quien acude a un gurú, a un salvavidas, cuando veíamos que naufragábamos, que no sabíamos por dónde salir en el maremoto léxico.


Pese a su experiencia en estas lides, hoy creo que don Fernando hubiera sido derrotado. No por deterioro de su certera, aguda puntería, que era infalible, sino por el desbarajuste general del idioma, por las acometidas que desde todos los flancos se le hacen. La diana ya no está en el centro de la tabla, como era de rigor, sino en una permanente oscilación, en un soberano desbarajuste. El dardo ya no puede lanzarse con la menor seguridad, ni siquiera para adiestrados jugadores como Lázaro, porque su centro está en el ojo del huracán, el huracán idiomático. Y de las jóvenes generaciones que escriben con eseemeeses sus sesudos comunicados no hablemos, cuyas faltas de ortografía no se las salta ni aquel Fersbury que nos deslumbró a todos dándonos la espalda.


Menos mal que don Fernando, además de académico, y de hablar del idioma, de su pulcritud, de su buen uso, era un espíritu juguetón, sarcástico, irónico, ácido cuando lo precisaba, un escritor brillantísimo, la lectura de cuyos "dardos", aunque no estuvieras especialmente interesado por el pulimiento lingüístico, era un gozo intelectual, una incitación al espabilamiento de la mente. Sus "dardos" tenían una doble lectura, como dicen los sapientes, y a la pedagógica se sumaba la estética y la lúdica, la intelectual.


Esto hace que la lectura de sus 'Dardos en la palabra' tenga un interés inmarchitable, más allá de que podamos advertir lo mal que hablamos, lo mal que escribimos, lo mal que nos comunicamos. Si usted es de esos que, pese al temporal lingüístico, a la borrasca idiomática, al tsunami sintáctico quiere seguir comunicándose con eficacia, miel sobre hojuelas. Pero lo mejor, lo mejor de todo, es gozar con una mente privilegiada. Es una oportunidad de lujo. Les aconsejo vivamente este título de la colección de HERALDO.


"Brillante escritor, también era un espíritu juguetón y ácido si se requería"