Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

La tolerancia es debilidad

70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (4)


Dachau (Alemania)


En Dachau empezó la noche de los asesinos el 20 de marzo de 1933, cincuenta días después de que Adolf Hitler fuera nombrado canciller, cuando el máximo responsable de las SS y jefe interino de la policía de Baviera, Heinrich Himmler, ordenó construir el primer campo de concentración en una antigua fábrica de pólvora y municiones de la Primera Guerra Mundial.


Dos días después llegaron los primeros prisioneros comunistas y, antes de terminar el primer año de la dictadura nazi, ya había casi 5.000 cautivos, incluidos algunos judíos. Todos sufrían prisión preventiva sin juicio y habían sido detenidos por las más simples sospechas.


Prisioneros forman en la explanada central del campo de concentración de Dachau (Alemania)


Fue aquí donde se desarrolló el sistema de campos de concentración, “la escuela de violencia” donde se entrenaron los oficiales de las SS que luego dirigirían los campos de exterminio más conocidos. Uno de los alumnos más destacados fue Rudolf Hoss, el sanguinario comandante de Auschwitz. En sus memorias, escritas antes de ser colgado, recuerda su paso por este campo: “Éramos instruidos en la aplicación del terror duradero y después nos destinaban a otros campos para impulsar el espíritu de Dachau”


El lema del comandante de Dachau, Theodor Eicke, era “tolerancia significa debilidad” y desde los primeros meses llegó a cabo una política de violencia sin compasión contra los prisioneros. En uno de sus primeras arengas a sus soldados Eicke dejó claro a “los camaradas de las SS” lo que ambicionaba: “No estamos aquí para tratar a esos cerdos de forma humana ya que son hombres de segunda clase ungidos de una naturaleza criminal. Quien de entre los camaradas aquí presentes no sea capaz de ver la sangre, no es de los nuestros y debe renunciar. Cuantos más de estos perros matemos, menos tendremos que alimentar”.


En julio de 1934, Eicke fue nombrado inspector general de todos los campos de concentración y el máximo responsable de las guarniciones de las SS y se convirtió en uno de los hombres más poderosos del régimen nazi.


Hasta 1937 fueron recluidos una media de dos mil prisioneros al año, la mayoría alemanes pertenecientes a minorías religiosas, étnicas, asociales o homosexuales. Los primeros prisioneros extranjeros fueron austriacos tras la anexión producida en 1938 de Austria por Alemania. Ese mismo año empezaron de forma masiva los saqueos y la quema de negocios y sinagogas judías. Tras la noche de los cristales rotos, una orgía de violencia racista saldada con decenas de muertos, casi 11.000 judíos fueron internados en el campo.


Dibujo que muestra las palizas que sufrían los prisioneros por parte de los miembros de las SS


Los prisioneros tuvieron que construir 34 barracones de cien por diez metros entre 1937 y 1938 concebidos para 6.000 prisioneros, pero el número real superaba los 30.000 a finales de 1944, poco antes de ser liberado. Entre 1933 y 1945 fueron recluidos en Dachau más de 200.000 deportados registrados, la mitad polacos, alemanes y rusos. También hubo decenas de miles de franceses y húngaros. Entre la treintena de nacionalidades destacaron 604 españoles, 19 portugueses y un andorrano.


37.000 reclusos trabajaban en la industria armamentística en 140 subcampos subsidiarios como mano de obra esclava en jornadas de doce horas. El hambre, la fatiga y las epidemias mataron a 13.000 reclusos en los meses anteriores a la liberación y otros 2.200 murieron en el primer mes después de la liberación.


El número de reclusos asesinados y muertos por las ínfimas condiciones de vida superan los 40.000 aunque es posible que la cifra sea superior si se suma los que llegaron en transportes ferroviarios enfebrecidos por el tifus y otras enfermedades infecciosas.


Dachau fue el campo principal para albergar prisioneros religiosos cristianos. Los Testigos de Jehová tenían asignado un distintivo específico, el triángulo púrpura. Unos 2.700 religiosos, diáconos, sacerdotes y obispos  de 20 nacionalidades fueron recluidos aquí. Murió más de una tercera parte.


En el hospital los médicos de las SS utilizaron a los prisioneros para realizar ensayos humanos de hipotermia, agua salada y enfermedades infecciosas como la malaria. También se creó un burdel con mujeres recluidas en otros campos para recompensar a los prisioneros que se esforzaban en el aumento de la producción en las fábricas de armamento.


Celdas donde los prisioneros eran torturados y aislados en el campo de concentración de Dachau. Fotografía de Gervasio Sánchez


Antes de finalizar 1939 ya había 1.600 miembros de las SS de la división Calavera, la especializada en campos de concentración. Desde siete torres custodiadas por centinelas armados con ametralladoras se vigilaba las actividades de los prisioneros que tenían prohibido a acercarse a la alambrada electrificada a menos de ocho metros.


Los prisioneros que trabajaban fuera del campo eran siempre conducidos por el llamado cordón de seguridad. Los SS obligaban, a veces, a algunos prisioneros a retrasarse del grupo, los acusaba de intento de fuga y los mataban de inmediato. Estos asesinatos era gratificados con pagas extras.


El primer crematorio fue construido en 1940 en un área separada del campo de prisioneros donde sólo podían acceder los que trabajaban en él. Con la llegada masiva de deportados judíos se construyó en 1942 otros cuatro hornos crematorios con el objetivo de funcionar como “una fábrica de la muerte”. La antesala servía para desvestirse y la cámara de gas estaba acondicionada como una sala de duchas.


No existen pruebas que demuestren que en Dachau se utilizó la cámara de gas para asesinatos en masa aunque se cree que sí fue usada para pruebas aisladas. En noviembre de 1944 se limitó el funcionamiento del crematorio por falta de carbón. Los cadáveres comenzaron a ser enterrados en fosas comunes.


El número de muertos se disparó días antes de la liberación. Los soldados estadounidenses que entraron en el campo el 29 de abril de 1945, hoy hace 70 años, tardaron tiempo en reaccionar. En una vía muerta de la estación ferroviaria se encontraba el último tren con centenares de prisioneros apilados y muertos por una epidemia de tifus que mató en los últimos días a miles de prisioneros del propio campo.


Hace unos meses Alfonso Armada recordaba en un especial de ABC que Carlos Sentis fue uno de los periodistas que visitó Dachau una semana después de ser liberado. “Dante no vio nada y por eso pudo escribir sus patéticas páginas del infierno. Yo sí he visto Dachau y quizá por eso no sepa describirlo”, reflexionó el periodista fallecido hace cuatro años.


Cámara de gas de Dachau. Fotografía de Gervasio Sánchez


Las ansías de venganza de los reclusos se desataron inmediatamente tras ser liberados. Los miembros de las SS que no escaparon a tiempo fueron linchados, estrangulados, asesinados y descuartizados ante la pasividad de las tropas estadounidenses que, en algunos casos prestaron sus armas y, en otros, participaron en la matanza.


Tras su liberación Dachau fue usado como centro de internamiento de antiguos nazis y como campo de refugiados durante muchos años. Las instalaciones de las SS fueron utilizadas como cuartel general de las tropas estadounidenses y acabaron convirtiéndose, no sin  una fuerte polémica, en la actual sede de la policía antidisturbios de Baviera.


Dachau recibe casi un millón de visitas anuales. Grupos de escolares alemanes pero también austriacos e italianos recorren el campo durante varias horas acompañados por guías especializados. Mi visita coincidió con la estancia de un grupo de estudiantes valencianos de la ESO que  realizaban su viaje de fin de ciclo a Munich, a 20 kilómetros. Varios de ellos reconocieron que nunca olvidarían su particular descenso a este infierno nazi.

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