Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

En memoria del padre del heavy zaragozano, el fundador de Pedro Botero, Abel Bartolomé

Cuatro esquelas en el Heraldo, el pasado viernes 17, daban cuenta de la muerte de Abel Bartolomé Cunchillos, a los sesenta años. No me pasaron desapercibidas, sentí gran pena. Era el fundador de Pedro Botero. Trabé buena relación con él y luego con su hermano Rubén.


No debe pasar desapercibida esta pérdida porque estamos ante el verdadero padre de heavy metal zaragozano, no en vano, el trío de Casetas, Pedro Botero, fue el adalid del rock duro por estas tierras, salvo que alguien con más memoria que yo quiera enmendarme la plana.


Al principio, desde el 76 en que se formaron, se llamaban Pedro Botero y las Infamias del Pecado, con Abel a la guitarra y jefe mayor y Arturo Aguin (bajo) y Dámaso Casals (batería), formación que duró poco más de un año, hasta que en el 77 se fueron Arturo y Dámaso y Abel reformó el trío dando entrada a sus dos hermanos, que iban todavía, como quien dice, en pantalón corto: Rubén (guitarra y voz) y Tomás (batería).


Debutaron en el Colegio Mayor Cerbuna en una sesión en la que también actuaron El Patito Feo y La Codorniz, en una accidentada sesión que corrió como reguero de pólvora por la ciudad. Ya se sabe, eran tiempos de liberación y ansias por soltar ataduras con el franquismo. A Curro Fatás, del Patito, no se le ocurrió otra cosa que llevarse al local una quijada de burro que en medio de la función lanzó provocadoramente contra los espectadores, con tan mala fortuna que fue a dar en un grupo de cadetes. La marimorena que se armó fue de órdago, con amenaza de los tribunales e incluso de cárcel aunque luego todo quedó en agua de borrajas.


En la primavera del 78 los contrataron para la fiesta del PSA en San Juan de Mozarrifar, otra cita imborrable. La efervescencia política y las ganas de romper diques hicieron que nos reuniéramos allí cientos de personas en una fiesta enloquecida de mítines, música y provocación: había que ver la procesión que Curro Fatás montó con los participantes embutidos en hábitos blancos y flagelándose, mientras, cual cartujos en pena, soltaban frases religiosas... Y los Botero, subidos en un remolque de tractor metiendo bulla guitarrera. No se me olvidan las poses hendrixianas de Abel, retorciendo su espeso mostacho al tiempo que apretaba las cuerdas, como Hendrix en Woodstock. Allí se consagraron como grupo de rock, bueno, digamos que salieron de las calderas del anonimato.


Desde entonces y hasta los primeros ochenta, Pedro Botero fue el grupo de referencia para el rock local, tocando en numerosos locales y fiestas y saliendo en el especial televisivo que 'Pop Grama' dedicó a Aragón. Asimismo actuó de telonero de Ian Gillan en el palacio de los deportes.




En el 80, el trío remozó su sonido, tirando por un camino intermedio entre el rock sinfónico y el rock duro. Hicieron diversas actuaciones, sobre todo una muy cuidad en Jesuitas, y fueron seleccionados para participar en el festival nacional 'Bocata Rock', del que salió un disco en el que se encuentra la única canción grabada por los Botero con Abel al frente. Al poco, sin conseguir ningún contrato discográfico serio, aspiración máxima de Abel, cansado y desanimado, se marchó, dejando el grupo en manos de sus dos hermanos y otros nuevos miembros.


Comenzó un nuevo trayecto para los Botero, que se convirtieron en el grupo zaragozano de heavy metal por antonomasia. Entre el 87 y el 94 grabaron cuatro discos y finalmente en el 97 ofrecieron su última actuación y se disolvieron. Abel ya no estaba, pero la semilla de todo lo que logró el grupo de Casetas la plantó él. Un sentido recuerdo desde este blog. Descansa en paz y mi más sentido pésame a su hermano Rubén con quien pasé ratos divertidísimos tomando cañas en el Crom. También al hijo de Abel, Juan Tomás, al que, casualidades de la vida, tuve como alumno.


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