Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Diario de la infamia

Hace 10 años empecé Diario de la Infamia coincidiendo con el inicio de la invasión en Irak. Durante un mes escribí cada día un artículo criticando duramente aquella guerra contra un criminal y genocida llamdo Sadam Husein. A pesar de que mis artículos pudieron molestar a los dueños del diario jamás recibí ninguna recomendación para que cambiara el tono de mis artículos. Durante estos diez años he regresado muchas veces an Iraq y he visto como el país se iba desangrando.


Este diario lo empecé el martes 18 de marzo de 2003 y lo acabé el sábado 13 de abril de 2003.


VETOS Y MENTIRAS (Publicado el martes 18 de marzo de 2003)


Vivimos los preámbulos de una hecatombe de consecuencias imprevisibles. La diplomacia ha sucumbido a la presión militar. La guerra empezará en unos días o unas horas. Un charco de sangre cubrirá grandes extensiones de Irak. Resulta irónico que el país que más ha abusado del derecho al veto se oponga ahora a que otros países, como Francia, Rusia y China, lo utilicen. Porque no hay ningún estado en el mundo que haya utilizado el veto de forma más irresponsable e interesada  y haya convivido con dictadores de todas las índoles como Estados Unidos.


Ha vetado la condena en anteriores ocasiones, pero hoy condena la paz. Y puede que condene el futuro. Millones de jóvenes árabes sentirán odio y deseo de venganza ante  la arrogancia del vencedor. Hace 15 años, miles de civiles kurdos fueron víctimas de armas químicas y de un sangriento dictador. Pero esas imágenes fueron escondidas durante cuatro años porque se produjeron cuando el enemigo de hoy era “nuestro amigo”, el paladín contra el Irán de Jomeini.


“Somos más clarividentes cuando está oscuro porque nuestros ojos no nos engañan”, dice un personaje de Marguerite Yourcenar. En la oscuridad actual, la pantomima ha sustituido al buen hacer diplomático. Pero podría ocurrir que un clarividente Kofi Annan, secretario general de la ONU, el organismo más democrático del mundo, tomase una decisión valiente. Viajar a Bagdad con los jefes de los inspectores y negociar directamente con Sadam Husein hasta la aceptación total del desarme.


Seguramente, no renovaría su mandato como máximo dirigente de la ONU ya que Estados Unidos lo vetaría, pero daría una gran lección de dignidad y postergaría la guerra durante unos días más o unas semanas. El tiempo necesario para que la opinión pública norteamericana, narcotizada por los medios de comunicación afines a la demagogia, comenzará a plantearse con seriedad la oposición frontal a una guerra sin sentido. No parece serio que cuatro de cada diez norteamericanos crean que Husein fue el responsable del 11 de septiembre. La alternativa a un terrible dictador no puede ser el caos de la posguerra.


CAUTIVOS DEL TIEMPO (Publicado el miércoles 19 de marzo de 2003)


Avanzamos milimétricamente hacia la guerra, el aullido descomunal del verdadero fracaso del hombre. Minuto a minuto, con prisa, sin pausa, el tiempo reconvertido en una mercancía con la que cada uno hace lo que quiere. El tiempo como coartada, el tiempo como solución. El mismo tiempo con mediciones distintas. Los minutos son reconvertidos en horas cuando se trata de medir la espera en el desierto de los soldados imperiales. Las horas son ajustadas en minutos cuando se analiza el desarme del dictador. El tiempo al revés. No hay tiempo para el desarme, no hay tiempo para la paciencia. Sólo hay tiempo para la muerte.


El mundo vive cautivo del tiempo. La geografía tiene la culpa. Ha hecho de Irak y su vecino Kuwait, la catapulta para la invasión, un pedregal arenoso que impide la espera. Los relojes están parados en el minuto más fácil con el único deseo de lanzar el zarpazo metálico. Qué pena. Por unos grados centígrados de más habrá guerra en pocos días. Si el punto de mira fuera Corea del Norte o Afganistán, influidas por el clima continental, habría más margen de maniobra. Pero el tiempo es amoral, no entiende de plegarias.


Nadie duda de que Irak haya incumplido las resoluciones de Naciones Unidas. Como decenas de países. Como decenas de resoluciones. La libreta de la historia está repleta de obtusos insultos a los principios básicos de la humanidad. Millones de personas han muerto en las últimas décadas a pesar de estar protegidos por la generosidad de las naciones. Decenas de pueblos carecen de derechos gracias a la iniquidad de las potencias.


Decía Goethe que “hay quien porque golpea la pared con un martillo se cree que clava clavos”. Las paredes de la ONU se resquebrajan antes los golpes de algunos entusiastas, acorazados en su prepotencia y decididos a utilizar el poder militar al margen de la ley.


La guerra es la más ignominiosa de las ignominias y sólo en contadas ocasiones a lo largo de la historia se ha podido justificar.  Pero el pulmón colectivo de la sociedad sigue respirando. Porque la memoria existe aunque algunos crean que los seres humanos olvidan con facilidad.


BOTÍN DE GUERRA (Publicado el jueves 20 de marzo de 2003)


Ya se están haciendo negocios con la guerra, firmando los contratos para la reconstrucción. Mientras enseñan las fotos de sus hijos durante  las últimas vacaciones, hombres sin escrúpulos toman posiciones ante el botín. A ellos no les importan el sufrimiento de las víctimas ni la pesadilla del mundo. Sus mentes están atascadas digiriendo la cadena de ceros. Apetitosos ceros que bailan con la muerte. ¿Habrá más ceros que muertos al final del drama?


Son los bucaneros modernos. Sus banderas, aunque invisibles, también tienen calaveras.


Hace siglos, los piratas intentaban destruir el orden establecido. Asaltaban los barcos, las arcas móviles de los estados colonialistas. Luchaban con ferocidad, mataban sin escrúpulos, sin intermediarios. Luego se escondían en islas perdidas, los paraísos fiscales de la época.


Hoy, en cambio, no  se mueven de sus despachos. Compran voluntades a golpe de ceros. Sus directivos de ayer ocupan los puestos políticos de hoy. Las conexiones entre el gobierno actual de Estados Unidos y el gran imperio multinacional del petróleo son tan estrechas que provocan el sonrojo hasta en el europeo más partidario de la libertad de mercado.


George W.Bush, Dick Cheney, Condoleezza Rice estuvieron, están, aunque formalmente no lo parezca, y estarán en la nómina de las poderosas petroleras. Estas han insuflado cadenas de ceros en sus campañas electorales, una cómoda inversión que les reportará dividendos inimaginables.


“El petróleo suscita grandes emociones y pasiones. Es una tentación de enormes sumas de dinero fácil, de riqueza y fuerza, de fortuna y poder. Es un líquido apestoso que brota alegre hacia lo alto para luego caer sobre la tierra en forma de lluvia de hermosos billetes”. Esta reflexión del gran periodista polaco Ryszard Kapuscinski explica más sobre la guerra ilegal que se avecina que todas las declaraciones realizadas en los últimos días por los defensores de la subversión del orden legal internacional.


Imagino a algunos españoles, amantes de la reconstrucción, al final de la fila, esperando las migajas. Señores lectores, les recomiendo que apaguen las luces y conecten sus televisores. El espectáculo obsceno de la guerra se ve mejor en la oscuridad.


LLUVIA METÁLICA ( Publicado el viernes 21 de marzo de 2003)


No se asusten con esta sopa de letras y de números. Tiene que ver con la lógica de la guerra moderna.  Con el arte de la muerte en la salvaje oscuridad. Tomen una prudente distancia.


Aviones de ataque: F-14 (Tomcat), F-15 (Eagle), F-16 (Fighting Falcon), F/A-18E (Hornet), F117A (Nighthawk), A-10 (Thunderbolt), S-3B (Viking), A-4 (Skyhawk), AV-8B (Harrier), AC-130H (Spectre), AC-130U (Spooky);


Bombarderos: B-2 (Spirit), B-52 (Stratofortress), B-1B (Lancer); Aviones de transporte: C-5A/B (Galaxy), C-141B (Starlifter), C-130 (Hércules); Aviones espías, de guerra electrónica y abastecimiento: E-2C (Hawkeye), A-6E (Intruder); EA-6B (Prowler), KC-135R (Stratotanker), U-2R.


Helicópteros de ataque: CH-46/47/53 (Chinook), AH-1W (Cobra), AH64D (Apache), AH-6 (Defender), OH-58D (Kiowa), UH1 (Huey), SH-60B (Seahawk), H-3 (Sea King), CH-53 MH (Sea King), Black Hawk.


Misiles de crucero Tomahawk, Storm Shadow y Jassm, bombas “inteligentes” GBU-24 (Paveway-III) y GBU-32, bombas de racimo CBU 97, bombas incendiarias Moab, bombas guiadas por láser, bombas perforantes, bombas E.


V Flota USS Enterprise, VI Flota USS Gettysburg, VII Flota USS Carl Vinson, Portaviones Roosevelt, Midway, Ranger, Saratoga, destructores, fragatas, buques anfibios, submarinos, buques de rescate, barcos de apoyo.


82 y 101 División Aerotransportada, 24 División de Infantería Mecanizada, 1 División de Caballeria, 4 División de Infantería, marines, rangers, ratas del desierto, comandos de la Fuerza Delta; fusiles M4 con visores telescópicos M68 y visores láser PEQ2A, cargadores, cinturones de granadas, bayonetas, linternas, máscaras contra ataque químico y biológico; Carros de Combate M-1 Abrahms, Vehículos de transporte de tropas General Bradley, M-2 y M-3


Estos son los argumentos de la muerte. El armamento más sofisticado y mortífero de la única potencia militar que queda en el mundo, capaz de saturar y destruir las comunicaciones del enemigo en unas cuantas horas. Por anuncios rimbombantes ya sabemos que el bombardeo inicial ( lo de ayer fue un simple preámbulo cuyo objetivo era la cabeza del dictador Sadam Husein) será diez veces más intenso que el de la anterior Guerra del Golfo, hace doce años. Para que el avance terrestre sea rápido y haya el menor número posible de bajas militares. Una lluvia de fuego que haga temblar los cimientos más sólidos, que resquebraje las defensas anímicas. Enfrente, los argumentos de la vida: las víctimas anónimas que esperan silenciosas, agazapadas en la penumbra.


El maestro Sunzi escribió hace 2.300 años un impecable tratado que llamó “el arte de la guerra”. En aquel tiempo los combates eran tan dramáticos como hoy, pero había una lógica de la guerra y una paridad entre las fuerzas que luchaban. Los militares combatían contra los militares. Los estrategas sudaban su salario. Los políticos eran menos cínicos. A la guerra se le llamaba guerra y no se adornaba con palabras huecas. Los combatientes también evitaban víctimas civiles e inocentes.  El legendario estratega escribió: “En la guerra es preferible preservar un país y un ejército que destruirlos. Obtener cien victorias sobre cien combates no es lo mejor. Lo más deseable es someter al enemigo sin librar batalla con él”.


EL HONOR DEL GUERRERO (Publicado el sábado 22 de marzo de 2003)


Muchos de los que hablan en las televisiones no han conocido la guerra. Puede que conozcan sus consecuencias a través de asépticos informes que leen en el sillón de sus casas. Puede que tengan  muchos conocimientos de táctica y estrategia militares. Puede que dialécticamente convenzan. Han aprendido a hablar mirándose en el espejo, haciendo cursillos acelerados de oratoria. Son cazadores de frases hechas, “voyeurs de un sufrimiento ajeno o turistas de un paisaje de angustia”, como los define Michael Ignatieff en su excelente libro “El honor del guerrero”. Pero ignoran qué significa vivir bajos las bombas,  obligados a hacer un esfuerzo titánico diario para sobreponerse a la angustiosa espera de la muerte.


En la televisión, “la iglesia de la autoridad moderna”, según Ignatieff, vemos un formidable ejército invencible. Cada soldado parece salido de un relato futurista. Protegidos con los últimos adelantos en moda militar caminan hacia la victoria. Enfrente, vemos barricadas, sacos terreros y milicianos de un tiempo pasado. Defensores que bromean alzando sus fusiles como si ignoraran que serán barridos si disparan una sola bala. Son los hombres del tirano, pero sólo provocan misericordia. Recuerdan a los defensores ingenuos que hemos vistos en las películas en blanco y negro de los años treinta y cuarenta. En los últimos cercos de la antigua Yugoslavia. Parecen civiles obligados a coger las armas.


En las televisiones, pocos comparan con seriedad a ambos ejércitos. Hablan de supremacía militar. Pero ocultan más que enseñan. La campaña propagandística de hace doce años aseguraba que el ejército invasor de Kuwait era el cuarto más poderoso del mundo. Hoy, al menos, no nos engañan. El teatro de operaciones militares está saturado por uno de los bandos. En el otro, la nada se ha impuesto. No puede haber moral de triunfo en el inútil combate.


En la Primera Guerra del Golfo, que duró un mes y medio, los iraquíes perdieron la mitad de sus aviones y helicópteros, el 70% de sus carros de combates, el 60% de sus piezas de artillería y el 30% de sus vehículos blindados. El embargo económico les ha impedido renovar su armamento convencional. Los carros de combate y aviones más modernos de 1991 son una reliquia en comparación con los que tienen la coalición invencible. Una sola de las poderosas unidades mecanizadas estadounidenses tiene más capacidad de fuego que todo el ejército iraquí, incluidas sus supuestas fuerzas especiales. ¿Dónde está el honor del guerrero en un combate tan desigual?


Las televisiones deberían aclarar que muchas imágenes y testimonios han sido censuradas. Que muchas supuestas verdades nacen de la especulación, un atajo peligroso en la comunicación. La obligación de un periodista es decir si es cierto lo que está contando. Las informaciones llegan, hasta el momento, más libremente desde Bagdad que desde los campamentos estadounidenses, donde la censura planea como hace doce años. No ha sido fácil convencer a las autoridades iraquíes. La intención del Ministerio de Información iraquí era expulsar a los periodistas y dejar un grupo reducido encabezado por una cadena estadounidense.


Las televisiones no se deberían extasiar ante la capacidad mortífera de uno de los bandos y escuchar a Michael Ignatieff: “Si la televisión es capaz de tratar al poder como un fenómeno sagrado, podemos exigirle que demuestre el mismo respeto por el sufrimiento”.


LA AMENAZA MEDIÁTICA (Publicado el domingo 23 de marzo de 2003)


Las pantallas cinematográficas estarán saturadas en un par de años de películas  realizadas en Hollywood sobre el poderío militar de Estados Unidos. Veremos a clones de Rambo perseguir a brutales seguidores con bigote de Sadam Husein o fieles de largas barbas  y ojos de odio de Bin Laden. Antes, tendrán que desinfectar los archivos, destruir las películas realizadas hace poco más de una década cuando los malos de hoy eran los aliados de ayer.


Los protagonistas de esas películas estarán esta madrugada presentes en los Ángeles durante la entrega de los Oscars en su 75º edición. Pueden que lleven pins contra la guerra, pero es dudoso que se atrevan a salirse del guión preestablecido. Arriesgan su cuenta de resultados de los próximos años.


Las grandes productoras están controladas por acérrimos defensores de la guerra y la cruzada fundamentalista de los hombres del presidente. No sería de extrañar que iniciaran una nueva fase de persecución contra los críticos, quizá más sutil y discreta que la conocida “Caza de brujas” de los años cincuenta, pero igual de contundente.


Algunos actores de prestigio no se han dejado intimidar y han salido a la palestra a defender la inutilidad y la ilegalidad de esta guerra. Con su valiente comportamiento han dado una gran lección de pundonor y moralidad a sus compañeros músicos, muy activos después de los atentados del 11 de septiembre, pero desaparecidos en estos días de fulgor bélico.


En Estados Unidos sigue habiendo protestas minoritarias contra la guerra. Los más jóvenes salen a las calles de las principales ciudades y son detenidos en masa en San Francisco, una ciudad con gran trayectoria reivindicativa. Pero el público, en general, la apoya. Las protestas han llegado muy tarde. Tanto como las rectificaciones a favor de la diplomacia de algunos diarios de culto. Las manifestaciones deberían adecuarse a los nuevos tiempos: ser preventivas como las guerras.


El mercantilismo hollywoodiense simplificará la realidad, ocultará la cara de la luna que no le gusta. Los buenos serán inmensamente buenos y los malos perversamente malos. El mundo quedará de nuevo reducido a un combate entre el Bien y el Mal, el séptimo de caballería y los nuevos indios de Oriente Medio, la cruzada fundamentalista cristiana y la “yihad”. Los derechos de los pueblos, igual que los derechos de los indios, confiscados por la retórica belicista. Veremos a través de los ojos de los estrategas mediáticos los peligros que nos amenazan como si el mundo y sus dolores de cabeza pudiesen analizarse en blanco y negro, sin matices.


El cine de Hollywood y la literatura “best seller”  siempre se adelantó a su tiempo. Las amenazas de poderes sensoriales de otro mundo han atravesado las pantallas antes que los idearios alarmistas de los estrategas. El proyecto militar del futuro, la ambiciosa “Guerra de las Galaxias”, tiene nombre de película caduca. Los guionistas inventaron una realidad virtual que parecía un sueño hasta que los militares nos han enseñado a bombardear con un margen de error de tres metros.


La amenaza mediática es tan peligrosa como la militar. El maniqueísmo de los guionistas es una bomba letal, tan destructiva como la propaganda política. Ni una sola de las imágenes de esta guerra infame podría competir con una buena secuencia bélica del cine de Hollywood. Igual que “la muerte viaja siempre más rápido que la información”, como dice un personaje del escritor colombiano Fernando Vallejo, la ficción es más espectacular y letal que la realidad.


EL MESIANISMO CRISTIANO (Publicado el lunes 24 de marzo de 2003)


Muchos seres humanos a lo largo y ancho de este mundo inician su jornada laboral encomendándose a su Dios. Cristianos, musulmanes, budistas, hinduistas dedican algunos minutos a la reflexión en silencio. Unos rezan por la paz, otros piden ayuda para cerrar un buen negocio, algunos ruegan por la salvación de un familiar moribundo. Cada uno intima a su manera. No hay dos maneras iguales de establecer ese puente mental con el ser superior, con el más allá. Un hombre poderoso como George W.Bush tiene derecho a realizar este acto privado e incluso es aceptable que tenga repercusión mediática por el puesto que ocupa. Hasta aquí no hay nada que objetar.


El problema surge cuando un hombre cree que Dios le ha dado una misión.  Y se convierte en un peligro si tiene poder para iniciar una guerra o apretar un botón nuclear. Es muy grave que la religión sea el opio del gobernante. Por eso criticamos los fundamentalismos, casi siempre los de religiones lejanas a nuestras culturas.


En las últimas dos décadas, grupos fundamentalistas cristianos, vinculados a sectas evangélicas, han utilizado su inmenso poder económico para alcanzar cotas de influencia política nunca vistas en Estados Unidos. Muchos de estos grupos tienen conexiones directas con el círculo íntimo de poder que dirige en la actualidad los destinos de la humanidad. También se han fortalecido en las universidades, los centros de estudios superiores y los medios de comunicación.


Estas sectas llegaron primero a Centroamérica. Su objetivo era luchar contra los comunistas ( así llamaban a todos los que criticaban el poder ilimitado de unas cuantas familias). Tenían vinculaciones con la extrema derecha y odiaban a los teólogos de la liberación. Se sentían más cómodos con quienes bramaban: “Haga patria, mate a un cura”. Las calles de las ciudades salvadoreñas, guatemaltecas y nicaragüenses estaban pobladas de estas iglesias, con gran poder de convocatoria gracias a las prebendas que repartían entre sus fieles-clientes.


Tras la caída del muro de Berlín se renovaron y buscaron un nuevo contrincante: el islam. Apoyan con descaro a los grupos ultraortodoxos judíos y su permanente campaña colonialista en los territorios ocupados. Siempre hay representantes de estas sectas al lado de los nuevos asentamientos de Hebron o Gaza.


En la África más musulmana han tejido una estrategia similar a la que usaron en Centroamérica. Sigue estimulando o comprando descaradamente a sus nuevos clientes con el dinero fácil aunque la competencia es más dura por culpa de los aportes de estados fundamentalistas islámicos como Arabia Saudí. En Sierra Leona o Nigeria utilizan organizaciones caritativas para penetrar las estructuras tradicionales. Están consiguiendo sigilosamente desarbolar el equilibrio religioso.


Bush ha dicho en algunas entrevistas que su llegada a la Casa Blanca tiene que ver con “su encuentro con Dios y el poder de la oración”. En su lenguaje aparecen continuas referencias al eje del mal, la nueva cruzada, la encarnación de un nuevo imperio todopoderoso y mesiánico. Un discurso patriotero muy arriesgado dirigido entre bambalinas por serviciales representantes de estas sectas religiosas. Quizá, como dice el Premio Nobel de Literatura Wole Soyinka en un libro imprescindible llamado “El hombre ha muerto”, “el primer paso hacia el destronamiento del terror es desinflar su hipócrita santurronería”.


CAMPOS DE LA MUERTE  (Publicado el martes 25 de marzo de 2003)


Nada hay de heroico en la guerra. Los cadáveres se amontonan en los primeros embates. Los heridos nos miran en silencio. Los sobrevivientes muestran sus lágrimas sin tapujo. Cuando la maquina de matar comienzan a funcionar la piedad desaparece de la conciencia del hombre.


En el cielo, unas fortalezas perfectas bombardean al milímetro. Los estrategas y los vendedores de armas, esos obscenos hombrecillos que pilotan la muerte desde la lejanía, se frotan las manos. Los negocios bélicos son el puntal de la recuperación económica. Las bombas suelen desatar la euforia en las bolsas.  Siempre que las cosas no se tuerzan. ¿Por qué nos enriquecemos cuando hay dolor en el mundo?


Algunos (también algunas, incluida una ministra) buscan un atajo para lo inexplicable: nos recuerdan que nuestros bolsillos ya se ahorran unos céntimos de euro en la compra de carburantes. Sería verdad sino fuera porque los datos son caprichosos: lo que el viernes subía ayer bajaba (la bolsa) y lo que el viernes bajaba ayer subía (el petróleo).


En la tierra, el gran ataúd se llena. De sueños perdidos y vidas destrozadas. A estos daños se le llaman colaterales, una vergonzosa forma de hablar para evitar ponerles nombres y apellidos a las víctimas. La desesperación se reduce a cifras. Ni siquiera al final de la pesadilla sabremos el número real muertos de uno de los bandos.


Deberíamos crear una enciclopedia de los muertos. Colocar en un estante inacabable retazos de sus vidas, sus risas, sus lloros, sus expresiones vulgares, sus rostros entrañables. Pulsando un botón desde cualquier parte del mundo accederíamos a su álbum ideal. Podríamos verlos nacer, crecer y morir; entrar en las secuencias más intimas de sus vidas. Verlos emitir sus primeros sonidos guturales, caer varias veces antes de sujetarse sobre sus piernas de alambre, ir a la guardería, congeniar con sus compañeros, hablar de sus primeras novias. Porque cada víctima tiene derecho a ser protagonista de la historia. De esta manera,  probablemente, las guerras se acabarían.


Conmoción y espanto. Los estrategas militares no pudieron elegir mejor título para su operación. Los primeros días de la guerra están repletos de imágenes que provocan ambos sentimientos. Civiles destrozados por las bombas. Hombres, mujeres y niños cubiertos de un rojo intenso. Prisioneros exhaustos mirando a sus captores con miedo. Unos apuntados por cámaras, otros por fusiles. Soldados iraquíes decapitados ante una bandera blanca. Marines estadounidenses destrozados en el suelo desnudo.


Y el conflicto no ha hecho más que empezar. A todos, incluidos a los que se manifiestan diariamente a favor de la guerra, les gustaría que la pesadilla acabase rápido, como una exhalación. Pero los tiempos de la guerra son difíciles de establecer. No es un partido con dos partes al que añadimos al final unos minutos para recuperar el tiempo perdido. Creemos que la parte más débil se hundirá pronto. Pero a veces los más débiles se fortalecen por razones incontestables: el heroísmo, la dignidad, la voluntad de luchar.


Concluyamos con la segunda estrofa de un poema llamado “Pequeños anuncios”, escrito por la Premio Nobel de Literatura, Wislawa Szymbosrska: “Cualquiera que conozca el paradero de la compasión (fantasía del alma)  - ¡que avise! ¡que avise!- Que lo cante a voz en grito y baile como si perdiera la razón jubiloso bajo el frágil sauce a punto de echarse a llorar.”


LOS NUEVOS CRUZADOS (Publicado el miércoles 26 de marzo de 2003)


Los jóvenes árabes conocen su historia. O al menos conocen la versión que les interesa a sus líderes, la mayoría corruptos y dictatoriales. Saben que Saladino, un mito viviente, destrozó a los cruzados. Jóvenes cristianos mordieron el polvo, fueron humillados y obligados a la retirada total. Desde entonces ni una sola aventura militar extranjera ha conseguido su objetivo. Sí, han podido controlar los hidrocarburos, pero han sido incapaces de imponer los valores occidentales.


La democracia y la libertad son inexistentes en la mayoría de los países árabes. Los regímenes dictatoriales, sean islámicos o laicos, reprenden violentamente cualquier conato de levantamiento popular. ¿Cuántas veces nos prometieron acabar con la dictadura  de los jeques y sus petrodólares en Kuwait y de paso en Arabia Saudita y los Emiratos árabes hace doce años?


Los colonialistas utilizaron la escuadra y el cartabón para doblegar resistencias y dividir etnias y territorios. La Gran Nación Árabe, la fantasía de muchos jóvenes desde que están en la cuna, se quedó en eso: en un simple sueño resucitado por algunos líderes de vez en cuando.


Desde un análisis simplista, el control de las materias primas puede parecer un triunfo en toda regla, pero en realidad se trata de un fracaso histórico. Esa situación de injusticia actúa como el detonador de muchos de los desastres que nos afectan: los grupos más radicales del mundo nacen en esta zona o se alumbran a la luz de los conflictos eternos de Oriente Medio.


Los jóvenes soldados anglonorteamericanos son los nuevos cruzados. Si la guerra es corta y sus estragos limitados, el impacto entre los jóvenes árabes ( la mayoría de la población no ha cumplido los 20 años) será menor.


Pero si se produce un atasco en el frente de batalla o Sadam Husein consigue llevar la verdadera batalla a las ciudades como está intentando desde el pistoletazo inicial, las consecuencias serán imprevisibles. “Si la guerra supera el mes o las seis semanas, se entra en una zona negra”, se ha escrito en el diario francés Le Monde. No se trata de una broma ni de algo imposible. Los paseos militares no existen en las guerras, ni siquiera cuando hay una descomunal diferencia armamentística entre los bandos.


Los desastres de la guerra serán vistos diariamente por estos jóvenes pobres y olvidados por sus gobiernos aunque con acceso a la televisión por satélite. Las manifestaciones antiimperialistas ( para ellos el eje del mal está formado por Estados Unidos y sus aliados) se generalizarán y de paso se convertirán en antigubernamentales. Los jóvenes presionarán a los regímenes árabes para que se impliquen en la guerra. Algo que lógicamente no harán porque sería su final.


En el peor de los escenarios posibles las fuerzas de seguridad abrirán fuego contra las masas enardecidas y provocarán centenares de muertos. Cuando un joven árabe está dispuesto a morir las balas no suelen ser una amenaza. En el mejor de los casos, los jóvenes irán alimentado en silencio su odio contra Estados Unidos y sus aliados. Y como ha dicho Ignacio Ramonet en este mismo diario “esta guerra estimulará el terrorismo internacional” entre los jóvenes árabes y también musulmanes. Como ha escrito Ernesto Sábato hemos empezado este siglo como acabamos el anterior: “entre los delirios de la razón y la crueldad del acero”.


GUARDIANES DE LA PAZ (Publicado el jueves 27 de marzo de 2003)


Dicen en el Partido Popular que la decisión de participar en la raquítica coalición que arremete contra Irak fue tomada en solitario por el presidente José María Aznar. Fue una apuesta personal, muy poco consultada con otros miembros del gobierno.


Cualquier persona puede tomar una decisión particular. Puede elegir un trabajo en vez de otro o irse de vacaciones a Asía en vez de América. Los riesgos que asume apenas afectan a unas cuantas personas.


Pero cuando el presidente de un partido con miles de cargos electos decide apoyar una guerra ilegal contra el consentimiento del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y la inmensa mayoría de sus ciudadanos debe atenerse a las consecuencias. Y aunque sea imposible vender las bondades de su decisión sí debería mantener las puertas abiertas del diálogo con su opinión pública (como ha hecho Tony Blair). Y no encerrarse en la misma reflexión que se hacía el Marques de Sade desde la cárcel: “Mi desgracia viene de la forma de pensar de los demás”.


A todo el mundo, incluido al cargo público del PP, le importa que un B52 cargado con 30.000 kilos de bombas pase por encima de su pueblo. Nadie entiende ese interés por criminalizar las protestas pacíficas. Decir que los ciudadanos están manipulados es un ejercicio peligroso de demagogia. Son los mismos que luego acudirán a las urnas.


El gobierno está más solo que nunca. Los ministros, las autoridades autonómicas y municipales son abucheadas allí donde van. Tienen que hacer de escudos, más políticos que humanos, para defender la decisión de su presidente. Me imagino que en la intimidad de sus hogares habrá más debate. Y dudas sobre la decisión tomada por su líder carismático que está costando un enfrentamiento abierto con la jerarquía eclesiástica. Incluso habrá críticas contra su decisión unilateral. O debería haberlas.


Porque las dudas existen entre los votantes del Partido Popular. Por eso salen a la calle a manifestarse junto a millones de ciudadanos. Quieren ser guardianes de la paz y el militarismo les parece obsceno. No son compañeros de viaje de Sadam Husein. Tampoco son promotores de batallas callejeras ni de ataques a las sedes del partido al que votan. Como la inmensa mayoría de los manifestantes.


¿En cuántas ciudades españolas ha habido centenares de manifestaciones multitudinarias?


¿En cuántas ha habido incidentes? ¿Cuántas personas han participado en hechos desagradables y condenables? Se magnifican los incidentes y se minimizan los excesos policiales. Se han producido más detenciones en San Francisco en un solo día que en todas las manifestaciones que ha habido y que seguirán habiendo en España en las próximas semanas.


Algunos utilizan un patriotismo de pandereta, muy irracional, cuando la paz debería ser la única patria. Herman Goering, jerarca nazi, dijo durante su juicio en Nuremberg que “los ciudadanos siempre pueden ser llevados a obedecer las órdenes de los líderes y para ello hay que denunciar a los pacifistas por falta de patriotismo y por poner el país en peligro”.


En contraposición, la escritora sudafricana Nadine Gordimer escribió: “El verdadero patriotismo no consiste en aplaudir siempre las decisiones de un gobierno sino en señalar y hablar abiertamente de las ocasiones en que se cometen errores”.


DETRÁS DE LA PANCARTA (1) (Publicado el viernes 28 de marzo de 2003)


Hoy hay miles, decenas de miles, centenares de miles y hasta millones de personas detrás de la pancarta gritando contra la guerra. Si yo fuera un civil iraquí cubierto por la lluvia de fuego me sentiría halagado y sabría que no estoy solo. Admiraría esa capacidad de reacción de los ciudadanos. Creería en los seres humanos aunque tuviese las horas contadas.


Pero si retrocedo en el tiempo y me convierto en un bosnio, un rwandés, un somalí, una congoleño, un liberiano, un colombiano, un angoleño, un sudanés, un sierraleonés, un afgano anterior a septiembre de 2001, un croata de 1991 tengo sensaciones más amargas.


Cuando detrás de la pancarta no había nadie yo sufría. Me disparaban cada día bombas, me obligaban a vivir sin agua, luz y calefacción no una semana o un mes sino años.  Violaban todos mis derechos a dos horas de avión de España. Y si era mujer aún me violaban más. Me mataban lentamente a machetazos y pocos protestaban. Me moría de hambre ( y me sigo muriendo cada día y a veces me muero cuando no hay cámaras ni testigos), me utilizaban como niño soldado o esclava sexual, me robaban mis riquezas y dejaban un rastro interminable de sangre con mi familia, mis amigos, mi pueblo. Y detrás de la pancarta el vacío absoluto. Sólo algunos ilusos que siguen creyendo en la condición humana.


Han sido tiempos difusos, de gran angustia durante la última década. Porque el silencio duele más que la muerte. ¿Se acuerdan de Goma en el verano de 1994? Yo moría y ustedes lo veían en directo entre baño y baño en la playa más cercana. ¿Se acuerdan de Sarajevo en verano de 1995? Mi cuerpo despedazado y ustedes comprando los libros del nuevo curso. ¿Se acuerdan de Kabul o Kosovo en los veranos de 1997 y 1998? Tienen excusa: ni siquiera teníamos espacio en la televisión.


Consejos para el futuro. Yo seguiré muriendo en una guerra mediática u olvidada. Como seguirán muriendo mis hijos y mis nietos. Muriendo por el simple hecho de haber nacido en un lugar bello pero equivocado ( no para los buitres que nos despluman). Muriendo por culpa de las riquezas de mi país. Muriendo porque el hombre es incapaz de vivir sin matar. Muriendo porque la legalidad internacional es pisoteada tan a menudo que deja de ser noticia.


Pero ustedes pueden imitar los tiempos dudosos o cambiar de actitud. Detrás de la pancarta siempre habrá sitio mientras me preparo para morir. Ser un moribundo perpetuo es horrible. Pero es más plácido si los ciudadanos me acompañan con sus protestas.


Empiecen siendo corteses. Utilicen la estrategia del niño. Pregunten todo lo que no entienden. ¿Dónde van nuestras armas? ¿Por qué llora una gran parte de la humanidad? ¿Son legales los beneficios de nuestras multinacionales? ¿Son honestas las inversiones de nuestros grandes bancos? Exijan, aunque sean como simples consumidores, que les den respuestas contundentemente correctas. No dejen, como decía Groucho Marx, que “alcancemos las más altas cimas de la miseria a pesar de que hemos partido de la nada”.


No se arruguen por el cansancio o la duda. Estréchense detrás de la pancarta y sigan el consejo del gran escritor francés Albert Camus: “Debemos comprender que no podemos escapar del dolor común, y que nuestra justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos en nombre de los que no pueden”


DETRAS DE LA PANCARTA (y 2) (Publicado el sábado 29 de marzo de 2003)


Algunos hombres y mujeres que hoy encabezan la protesta y gritan contra la guerra detrás de la pancarta permitían hace años que me hicieran la guerra a mí, un ciudadano europeo, africano, americano o asiático. Miraban a otro lado o articulaban excusas baratas para no oponerse a mi sufrimiento. Ejercían entonces labores de gobierno, pero no me tenían en cuenta en sus preocupaciones diarias. Sé que los políticos también son seres humanos. Lo dijo una vez un alto cargo gubernamental. Pero tantas veces actúan de forma inhumana que me hacer dudar.


Antes de escandalizarse pónganse en mi lugar. Soy un niño que corretea por una calle de Sarajevo en noviembre de 1994. Estoy contento porque me han dado mis primeros lápices. Voy a ir al colegio después de dos años y medio de vivir bajo un cerco infernal. Esperen unos segundos. Ahora soy un charco de sangre en el suelo. Un francotirador me ha destrozado la cabeza. Me llamo (me llamaba ) Nermin Divovic, tengo (tenía) siete años y llevo (llevaba) 956 días cautivo en una ciudad europea. También me llamo Nalena Skorupan aunque he muerto con dos meses o me llamo “Boy”, muerto con nueve días en Sierra Leona. No tengo nombre porque mi madre murió asesinada antes de que yo naciera.


¿Saben por qué hemos muerto? Nos disparaban con las armas que los gobiernos encabezados por personas que hoy están detrás de la pancarta habían vendido en el corrompido mercado de la muerte. Cuando yo era iraquí e iraní, allá por 1987, nos llegaban armas españolas. Salían en barcos con hojas de ruta falsificadas y ya en alta mar cambiaban de rumbo. Y ustedes se excusaban con declaraciones cínicas: “Exportamos seis veces menos que Francia” (decía el ministro socialista de entonces). Algunos de ustedes también tienen las manos manchadas de sangre.


Hoy escriben artículos de opinión (que no leo por higiene mental) alzando la voz contra la guerra. Hay que ser valiente cuando se tiene poder real y no sólo cuando se está detrás de la pancarta. Hay que ser honesto y no pensar sólo en sus carreras políticas. Como ese mediocre ministro que luego fue el hombre orquesta de Estados Unidos en la OTAN durante la guerra de Kosovo y que ahora está desaparecido a pesar del importante cargo (se le conoce por sus siglas) que ocupa.


Tampoco recuerdo manifestaciones de izquierdistas cuando las bombas sacudían mi infancia en Bosnia. Sí, hubo pronunciamientos individuales, pero los diputados, los líderes políticos y sindicales vivieron de espalda al drama, incapaces de sacar el grano de la paja. Como el principal instigador del conflicto decía que era comunista ustedes evitaban criticarlo. Hablaban de disgregación en Europa, de posturas antagónicas entre las potencias. El debate está muy bien, pero les recuerdo que detrás de la pancarta no estaban sus siglas mientras yo moría. Quizá fuese, como decía  el escritor argentino Adolfo Bioy Casares, porque “los políticos tienen opciones sinceras que varían constantemente”.


Consejos prácticos. Cuando acabe este conflicto no plieguen la pancarta. Cuando tengan dudas ideológicas, pónganse al lado de las víctimas, la única verdad de la guerra. Cuando sufran contradicciones ideológicas ( puede que el régimen que mata se parezca a su ideal político) lean a Josefina Aldecoa en La fuerza del destino: “Por muy cegadora que sea la verdad, por arrasadora y terrible que sea hay que aceptarla y defenderla”. Se lo pide un niño que ya murió.


MAYORIA SILENCIOSA (Publicado el domingo 30 de marzo de 2003)


No se hagan ilusiones. La mayoría silenciosa estadounidense seguirá estando a favor de la guerra. Pase lo que pase. Dure lo que dure. Mueran los que mueran. Se manifestarán estudiantes, profesores, algunos artistas, casi ningún músico. Habrán debates vía internet y muchas detenciones en las calles. Parecerá que la sociedad siente repulsión ante las decisiones de sus dirigentes.


No se equivoquen. La mayoría silenciosa apoya a Bush y sus señores de la guerra. Como han hecho en conflictos anteriores. Puede que algún dato de las encuestas varíe. Los ciudadanos ya no creen que el triunfo vaya a ser galáctico y limpio, sin víctimas civiles. Han despertado del sueño. Ya necesitan tres ceros para sumar todos los muertos y heridos. En las próximas tres semanas, hablaremos  de decenas de miles de víctimas, de ejércitos de civiles diezmados.


Pero de esto a dejar de apoyar a su gobierno va un largo trecho, imposible de superar mientras la guerra no afecte a la economía diaria. Un dato aterrador: durante la ofensiva del Tet, la más dura respuesta de los norvietnamitas ocurrida en febrero de 1968, el 53% de los estadounidenses estaba a favor de incrementar los bombardeos en Vietnam aun a costa de que la escalada bélica provocase un enfrentamiento con la antigua Unión Soviética o China.


En aquellos años, los medios de comunicación no se autocensuraban. Eran los ojos de la guerra y sus desastres se servían regularmente a los telespectadores a la hora del desayuno. Sin contemplaciones. El campo de batalla al desnudo con toda su violencia. Hoy, las madres de los prisioneros tienen que sintonizar canales de televisión extranjeros si quieren ver a sus hijos en manos del enemigo.


¿Cuántos soldados muertos se necesitarían para que algo cambiase?  En Vietnam hubo 60.000 estadounidenses muertos y la actitud de la mayoría silenciosa se mantuvo inalterable. Por cierto, 12.000 eran latinos, un 20% del total,  a pesar de que sólo el 5% de la población de Estados Unidos era entonces de esa procedencia. El Pentágono ha calculado unos 1.500 muertos en el peor de los casos, un número perfectamente digerible para un país tan inmenso.


Las imágenes de las masacres de civiles iraquíes podrían tener más influencia. Los ataques aéreos se incrementarán en los próximos días. Las bombas harán mella en la moral de lucha de los combatientes. Pero también provocarán matanzas estremecedoras. Si estas ocurren a la luz del día las imágenes que tomen los centenares de cámaras y  fotógrafos que hay en Bagdad golpearán la conciencia de los ciudadanos. Aunque las bombas son más precisas, y por tanto el número de muertos menor, ya hay muchas más imágenes que en la guerra de hace 12 años.


Las matanzas de los mercados en Sarajevo en febrero de 1994 y agosto de 1995 tuvieron más influencia en las decisiones de los timoratos políticos europeos que los tres años y medio de cerco salvaje. Además, en Bosnia la ayuda humanitaria, aunque escasa, estaba garantizada y el reparto era más o menos regular. En las grandes ciudades de Irak, los ciudadanos tienen que salir a la calle a buscar la comida en cuanto se agotan las despensas caseras. Pero no sueñen con lo imposible. La batalla de la opinión pública estadounidense la tiene ganada Bush.


Si quiere saber más sobre la sociedad estadounidense no se pierdan el recién estrenado documental “Bowling for Columbine”, una extraordinaria radiografía letal sobre la cultura de la violencia en el país más poderoso del mundo.


INTEGRADOS Y APOCALÍPTICOS (Publicado el lunes 31 de marzo de 2003)


Los gobiernos de Estados Unidos odian las imágenes de la guerra desde Vietnam. En vez de analizar en profundidad las causas de su vergonzosa retirada del país asiático hace casi 30 años, prefieren acusar a la prensa de haber hecho el trabajo sucio que favoreció a los vietnamitas. Desde entonces intentan debilitar las coberturas periodísticas independientes, estableciendo unas pautas de comportamiento que violan derechos imprescindibles recogidos en su Constitución.


Consiguieron controlar la situación durante las invasiones de Granada y Panamá en los años ochenta y estuvieron magníficos durante la Primera Guerra del Golfo. Miles de periodistas colapsaron los aledaños del conflicto, pero tuvieron dificultades para desgranar el material informativo de verdad de la basura propagandística que fabricaron los militares de Estados Unidos. Algunos filósofos como Jean Baudrillard la llamaron “la guerra del golfo que nunca ocurrió”. Pocos periodistas de medios amigos en el lugar de los hechos y los demás a centenares de kilómetros, gastando los presupuestos de varios años en unos cuantos meses.


La tecnología permite hoy que cualquier periodista pueda usar un teléfono satélite desde el lugar más aislado del mundo. La presión de los medios de comunicación también ha obligado al Pentágono a abrir la mano e integrar a centenares de periodistas en sus unidades de combate. Pero estos periodistas “incrustrados o encamados” han tenido que firmar un reglamento que les obliga a autocensurarse cuando se trata supuestamente de información delicada. “Si el periodista no está de acuerdo no tendrá garantizado dicho acceso”, se dice en el curioso convenio.


Lo que quiere el gobierno, como denuncia el diario mexicano La Jornada, es que las televisiones  lleven “la guerra a cada casa pero omitan la sangre”. Una guerra sin dolor, inteligente, higiénica y humana, que respeta a los civiles. Que haya espacio para la propaganda y silencio para los estragos. Con periodistas patriotas gritando excitados la belleza del espectáculo y la fascinación por la precisión. Una guerra ideal para su público, postrado ante el inmenso poder de sus guerreros.


Pero los medios apocalípticos, según el pensar de los halcones de Washington, han conseguido amargarle la victoria mediática. Como decía el diario suizo Le Temps en un  titular “América se despierta con sangre en sus pantallas”. Gracias a televisiones árabes como Al Yazira (la más conocida) y Abu Dhabi, las imágenes del directo integro (en contraposición al sucedáneo estadounidense) aparecen a los pocos minutos de producirse los hechos noticiosos en muchos frentes de guerra, incluidos aquellos que están vetados para la prensa internacional.


Estas cadenas tienen una audiencia de 45 millones de árabes y la visión que dan de la guerra es más sincera y menos cínica que la de las grandes corporaciones de Estados Unidos, con las nefastas CNN y Fox a la cabeza.


Podemos ver como los entierros de Bagdad se parecen a los que se producen cada día en la Palestina ocupada. Como los detenidos iraquíes son duplicados de los jóvenes palestinos. Como las banderas tienen los mismos colores. Los espectadores árabes de este drama sin pausa y con un final cada día más oscuro pueden que sientan menosprecio por el dictador iraquí pero primero  se identifican con los sufrimientos de los civiles.


SEÑORES DE LA GUERRA  (Publicado el martes 1 de abril de 2003)


Sólo llevamos doce días de hazañas bélicas y ya tenemos a un señor de la guerra noqueado y a otros dos en serios apuros. El primero es más conocido por su apodo, el “Príncipe de las Tinieblas”, que corresponde al ultra Richard Perle. Una investigación realizada por uno de los mejores periodistas del mundo, Seymour M.Hersh (“lo más cercano a un terrorista”, según el fanfarrón Perle), ha demostrado que el ideólogo de “la guerra preventiva” cobraba por asesorar a compañías vinculadas al negocio de la guerra y además tenía relación con personajes de turbio proceder. Le han pillado, como a Al Capone,  por cuestiones patrimoniales.


Los otros dos señores de la guerra con problemas son el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld y el jefe de su aplastante maquina militar, el general de cuatro estrellas Tommy Franks. Ambos, que asienten en público y disienten, y mucho, en privado, han demostrado no estar preparados para la aventura iraquí. Si yo fuera el presidente George W.Bush les obligaría a presentar la renuncia antes de que me descalabrasen mi juego preferido.


Porque un ejército, por muy poderoso que sea, no puede ser dirigido por personajes tan aplastantemente mediocres como ambos señores de la guerra. Podrán tener el mejor currículo del mundo ( por cierto, hay una emotiva fotografía de diciembre de 1983 en la que se ve a Rumsfeld con Sadam Husein en aquellos años en que Estados Unidos vendía agentes biológicos, incluido ántrax, a Irak), pero es inaceptable que cometan errores de aprendices cuando meten a su país en una guerra de consecuencias incalculables.


“Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, dijo hace décadas el escritor George Santayana. “No empieces lo que no puedas terminar”, ha dicho recientemente el semanario The Economist ( en referencia a la intervención en Afganistán aunque va como anillo al dedo al desastre de Irak). Pues ni Rumsfeld ni Franks han tenido en cuenta ambas reflexiones.


El pasado está repleto de historias de potencias invencibles que se han estrellado cuando han invadido otro país. Sus líderes también querían salvar a los ciudadanos de tiranos y a la humanidad de peligros desconocidos. Pero sus ejércitos embarrancaron porque la práctica de la guerra nunca se parece a la teoría que se aprende en las escuelas militares o en los videojuegos.


Los seres humanos odian a sus dictadores y están dispuestos a levantarse contra ellos e incluso morir. Los iraníes acabaron con el régimen del Sha a base de multitudinarias manifestaciones que eran reprimidas a sangre y fuego. Pero pocos hombres y casi ningún pueblo acepta sin rechistar que un ejército invasor le cambie de pañal.


La guerra se empieza ( lo explican los autores más clásicos) cuando todas las tropas están disponibles y el servicio de avituallamiento funciona como un hotel de cinco estrellas. Cuando se entra en acción ya no hay marcha atrás. No se puede echar la culpa al clima, la temperatura ambiente, los fallos electrónicos, la capacidad de lucha del enemigo, los países limítrofes. Si no se está de acuerdo con el menú bélico ( yo quería cinco divisiones blindadas y sólo me han dado la mitad) se dimite y no pasa nada.


El arte de la guerra ha quedado seriamente trastocado por la actuación Zipi-Rumsfeld y Zape-Franks. El principio de Peter dice que “todo lo que va mal es susceptible de empeorar”. Veremos qué pasa en los siguientes capítulos de estas hazañas patéticas.


APOCALYPSE NOW ( Publicado el miércoles 2 de abril de 2003)


En los primeros compases de una guerra suele haber un ajuste casi perfecto entre el libreto y su interpretación. Los soldados son idealistas ansiosos de luchar contra sanguinarios tiranos que mantienen a sus pueblos oprimidos. Quieren imponer el bien en una geografía del mal. A pesar de que como decía Friedrich Nietzche “todo lo recto miente y toda verdad es retorcida”, los protagonistas están seguros de servir a una causa suprema cuyo ideal es el destronamiento del terror. Pero pronto aparecen los argumentos en contra de este ideal y se penetra con facilidad en el corazón de las tinieblas, esa dimensión desconocida que tiene cualquier guerra.


Un grupo de soldados, jóvenes asustados, nerviosos y primarios, abren fuego y matan a mujeres y niños en un control. Como pasó el lunes en Nayaf. Ahora vemos a los jóvenes aturdidos incapaces de sobreponerse a los dictados de su conciencia. Puede que hayan disparado como “último recurso” contra el vehículo como afirman sus mandos. En días pasados se han utilizado coches bombas contra sus retenes o instalaciones.


Razones que pueden funcionar en los cuarteles generales entre trajes inmaculados y estrellas brillantes. En cambio, en el desierto, los soldados responsables se han convertido en niños asustados por el crimen cometido. El lavado de cerebro no suele funcionar cuando se apilan cadáveres. “Habíamos venido a defenderlos y los hemos matado”. Preguntas sin respuestas, lloros, ansiedad, frustración. El horror en una carretera secundaria.


La guerra es más sensorial que física. Se siente el peligro antes de verlo. Se imagina al enemigo oculto donde no está. Los civiles se convierten primero en sospechosos y después en enemigos. El idilio finaliza pronto. Son vistos como potenciales combatientes. Escondidos entre sus ropas puede haber un arma letal que se activa para hacer el mayor daño posible.


Los soldados no conocen las costumbres y además no hablan lenguas locales. Los civiles tienen dificultades para entender sus señales. Creían que su idioma universal se entendía en cualquier parte del mundo, incluso en la planicie desierta que comienzan a detestar.


Es difícil borrar las imágenes odiosas de la guerra, ese Apocalypse Now diario, ese ahora terrible que queda condensado en la memoria para siempre. El último parte de guerra pierde vigencia a las pocas horas. Pero cada soldado tiene que saldar su deuda en solitario. El psicólogo puede ayudar y el sacerdote perdonar. Limpiar el daño (¿colateral) que provoca una acción bélica es tan imposible como devolver a la vida a los muertos.


Los soldados participantes desearían rebobinar la película que rueda en su cabeza y volver al punto de partida. La camioneta se acerca, se para al recibir el alto, los niños miran fascinados ante el despliegue militar, las mujeres entonan una letanía ininteligible que recuerda las nanas de sus infancias. Ellos reparten provisiones, caramelos, ayuda humanitaria ( para eso dicen que han venido). Un “ happy end” como en sus películas favoritas.


Bloqueados, confusos, quieren huir del infierno, volver con sus madres, novias o esposas. Podemos leer a Joseph Conrad, autor de “El corazón de las tinieblas”, uno de los libros imprescindibles de la historia, y saber que se siente en circunstancias parecidas: “ No podíamos comprender por qué estábamos tan lejos y no podíamos recordar por qué viajábamos en la noche de los primeros tiempos, de esos tiempos que se han ido, dejando apenas una huella y ningún recuerdo”.


NORMALIZACION DE LA BARBARIE (Publicado el jueves 3 de abril de 2003)


La guerra gotea sangre desde el primer minuto y colapsa nuestras defensas anímicas muy rápido. Las imágenes del horror nos persiguen en nuestros trabajos, en los comedores de nuestras casas, en los sueños más profundos. Persiguen a nuestros hijos que ya hablan con naturalidad de bombardeos, disparos y muertos. Sentimos pena y rabia por el dolor gratuito.


Queremos parar la guerra, gritamos un No rotundo en las calles, sentimos que estamos cumpliendo con nuestro deber cívico mientras una nueva ración de muerte y desesperación atraviesan la pantallas de los televisores. Con qué facilidad llegan las nuevas imágenes, puntuales, nítidas, desnudas. No se necesitan palabras para explicar el nuevo desastre.


Vemos a un hombre enseñando a un bebé destrozado como si fuera un muñeco de goma. Vemos a otro hombre llorando rodeado de los ataúdes, de esas cajas de madera barata, apuntaladas a toda prisa, donde duermen sus hijos y sus seres queridos para siempre. Vemos amputados, heridos con suerte y heridos sin suerte, heridos que vivirán, heridos que morirán. Vemos la barbarie. Y quedamos atrapados en un profundo dolor.


José Saramago ha escrito: “El dolor llena todo el espacio, se arrastra por los corredores, sube por las paredes, hace añicos los cristales de las ventanas, revienta el techo, es un aullido, un grito lacerante, un gemido sordo y continuo, un silencio”.


En silencio miramos. En silencio escuchamos los gritos que llegan desde el campo de batalla. En silencio sentimos una profunda repugnancia por los responsables. En silencio nos sentimos atrapados en la frustración. En silencio caminamos con la inseguridad de un niño de corta edad o un borracho. En silencio odiamos a un mundo que es capaz de permitir la debacle. En silencio queremos la mejor anestesia contra el daño que sentimos. En silencio nos enfrentamos a la normalización de la barbarie en nuestras vidas.


Todas las guerras provocan los mismos sentimientos en las personas cabales. La exasperación da paso a un dolor intenso que necesitamos combatir con remedios urgentes. Queremos ayudar como aquella niña de 11 años que preguntaba al periodista por qué no escondía a varios niños en su coche y los sacaba de Sarajevo cuando abandonaba el cerco.


Como aquellas personas que se planteaban adoptar a los niños ruandeses que morían en los orfanatos de Goma en el verano de 1994. Que pedían desesperadas información para iniciar los trámites burocráticos. Como aquellas personas que deseaban una niña china huérfana después de haber visto un reportaje sobre las condiciones de vida en los orfanatos de aquel país.


Ahora queremos salvar a los niños iraquíes que sufren los bombardeos. Seríamos capaces de alojarlos en nuestras casas un día, un mes, un año o toda la vida con tal de evitar su sufrimiento. Pagaríamos lo que fuera por no sentir ese golpe doloroso cada mañana cuando hojeamos los diarios o vemos los informativos. Como nos sentimos culpables, automedicamos nuestra conciencia con deseos imposibles.


Quizá no somos culpables del todo. ¿Se puede ser culpable cuando la decisión la han tomado otros? NO. Pero si entramos en el territorio movedizo de la ambigüedad podemos afrontar diferentes niveles de culpabilidad. Se es culpable por acción. Los que ordenan la matanza. Se es culpable por omisión. Quienes las permiten, quienes la silencian, quienes la excusan, quienes olvidan a los “injusticiados”. Entonces, la culpa puede ser universal.


DEFORMACIÓN MORAL (Publicado el viernes 4 de abril de 2003)


Soy la nueva estrella mediática en el mercado de la muerte. Me llamo CBU-105. Soy muy alta (2,34 metros), estrecha de cintura (39 cm de diámetro) y peso más de la cuenta (450 kilos). No soy masculino ni femenino. Mi sexo es de una ambigüedad calculada aunque siempre estoy embarazada. Soy una bomba de racimo o fragmentación. Puede parecer que no soy muy proporcionada para un concurso de belleza. Pero les aseguro que en las obscenas ferias de armamento soy muy admirada y respetada. En mi interior anidan mis hijos, tan sangrientos como yo, y también con nombres difícil de pronunciar y fácil de olvidar: BLU-108. Van armados con cargas de terror que se siembran con la efectividad del grano.


Mi mundo es muy primario: sólo disfruto matando. Me lanzan desde gran altura con mis mortíferos hijos pegando unas tremendas patadas que casi me asfixian. Cuando me acerco a mi objetivo, me abro en canal y libero a los pequeños BLU-108. Todos quieren llegar los primeros y hacer el mayor daño posible. Porque hemos sido creados para no sentir. Si las cargas de mis BLU-108 impactan contra el objetivo se convierten en miles de fragmentos. Sino tienen a quien matar duermen a escondidas, con los dos ojos abiertos, durante meses o años a la espera de sus siguientes víctimas. Armados de una paciencia infinita y reconvertidos en guerreros ocultos ni comen ni sienten.


Soy multibomba y minibomba al mismo tiempo y además me puedo convertir en una mina antitanque. Soy cara de hacer, pero mi poder destructivo no tiene límites. Posiblemente, soy la bomba más letal porque puedo matar mucho en los primeros minutos y seguir matando indiscriminadamente durante mucho tiempo después. Dicen que me lanzan contra objetivos militares. Para neutralizar columnas blindadas o destruir depósitos de armas. Pero suelo provocar daños irreparables entre la población civil ya que mi área de influencia es tan grande como cuatro campos de fútbol.


A pesar de que soy muy dañina ninguna ley prohíbe mi uso. Cuando estoy sola y tengo momentos de debilidad pienso en los daños que provoco. Aparecen preguntas curiosas en lo que queda de mi conciencia, talada por mis creadores. ¿Por qué las armas de destrucción (¿masivas? Por supuesto) usadas por potencias como Estados Unidos y Gran Bretaña no son ilegales? ¿Por qué siempre hay una vacío legal cuando se trata de defender los intereses armamentísticos de los poderosos? ¿Por qué mis creadores son felices como asesinos?


Soy el padre o la madre de minibombas cuyos fragmentos fragmentan seres humanos, familias y viviendas. También fragmentan la memoria, el pasado y el futuro. El vuelo metálico de cualquiera de mis fragmentos se escucha desde decenas de metros. A veces se incrustan en el cuerpo de un herido y vive allí para siempre. Entonces, me siento orgullosa de aparecer en las radiografías y provocar la confusión en los sistemas de control de los aeropuertos. Me he convertido en un trozo de metal que camina pegado a una persona anónima, que tiene que serme agradecida ya que he evitado su muerte. Aunque sigo siendo años después una amenaza permanente.


El diccionario me aclara que un fragmento es algo que al separarse queda disminuido e incompleto. Mis minibombas pueden que sean fragmentos de mi, pero no reducen el daño. Nos han construido así de perfectos. Podemos matar todos juntos y de forma individual. Podemos matar como un todo o como un fragmento. Feliciten a nuestros diseñadores. Por su capacidad creativa y por su deformación moral.


ASEDIAR, ASALTAR O...¿FRACASAR? (Publicado el sábado 5 de abril de 2003)


Seguimos avanzando en el libro de la guerra. Leímos un prólogo repleto de optimismo. Se subestimó al enemigo y se vendió una invasión rápida y limpia. El sueño de los estrategas: que millones de futuros militares admiraran sus proezas en los campos de la muerte. Donald Rumsfeld y Tony Franks sustituirían a Napoleón y Rommel en el panteón de los dioses de la guerra y serían inmortales como Zeus y Hércules.


Los siguientes capítulos del espectáculo de hazañas bélicas y fotogénicas por entregas nos mostraron el horror y la suciedad de la guerra. Bombas de todos los calibres destruyeron masivamente edificios oficiales, defensas blindadas y de paso cercenaron la vida de centenares de civiles. El imparable avance del ejército invasor sólo fue parado por los caprichos del clima.


Pero la realidad bélica se ha impuesto. A las puertas de Bagdad sólo quedan dos grandes batallas: la ocupación de la capital y la caza, captura y eliminación del dictador Sadam Husein. Serán, si hay resistencia, los capítulos más duros del libro. No un Stalingrado, pero puede que un Mogadiscio (Somalia) antes que un Panamá. El nudo de nuestra novela bélica ha sido muy confuso aunque corto, pero el desenlace puede ser interminable.


Asediar o asaltar, esa es la cuestión. Los asedios suelen durar meses e incluso años. Bagdad es más grande que el Gran Madrid. Su población supera en nueve veces la de Zaragoza. Casi nadie la ha abandonado. Los campos de refugiados están vacíos igual que  los campos de prisioneros. Sólo hemos visto pequeños grupos y algunos cadáveres. Igual no nos los muestran porque a los mandos del ejército invasor les ha dado un repentino ataque de legalidad y han decidido cumplir la Convención de Ginebra. Pero es más lógico que las divisiones iraquíes se hayan atrincherado en la capital.


Un asedio al estilo de la Edad Media sería posible. Rodear la ciudad, impedir el paso de ayuda humanitaria, matar de hambre y sed a la población y convertir sus barrios en ruinas. ¿Cuánto aguantaría una gran ciudad? Nunca menos de seis meses. ¿Cuánto aguantaría la paciencia de la opinión pública estadounidense? Nunca más de tres meses. El resto de la humanidad: lo siento pero es que no importamos a los halcones de Washington.


Lo más lógico es que asalten la capital. Sólo con que resista un diez por ciento de sus soldados y un uno por ciento de su población el baño de sangre será aterrador. ¿Se imaginan a los angloestadounidenses actuando igual que los franceses en la Argel de los años cincuenta? Conquistando casa por casa. Matando a los civiles cogidos entre dos fuegos. Torturando a los sospechosos. Y muriendo, de paso, en emboscadas urbanas. También podrían imitar a los sirios en su asalto de la ciudad de Hama en los años ochenta. Rodearon la ciudad, la bombardearon salvajemente y después la dinamitaron. Acabaron con el reducto de los islamistas a un precio de 20.000 muertos.


La clave de esta guerra estaba en el apoyo de la población iraquí. Más que en la saturación del espacio aéreo o terrestre y la precisión de las bombas. Pero los iraquíes están más preocupados por conseguir comida que por vitorear a sus supuestos liberadores. Hemos visto algunos aplausos y gestos pero ninguna manifestación de apoyo visceral. Han basado la guerra en espejismos y ahora ven como sus planes originales quedan triturados por la cruda realidad. Euripides decía que es “inútil irritarse contra las circunstancias ya que son sordas a nuestras recriminaciones”.  Queda asediar, asaltar o...¿fracasar?


CARTOGRAFÍA DEL HORROR (1) Publicado el domingo 6 de abril de 2003


Olvidamos con facilidad. Enterramos en los recovecos de la conciencia todos aquellos capítulos que nos resulta insoportables. No queremos convertir nuestras vidas en “campos de lágrimas”. Aún somos capaces de recordar las imágenes de la infamia después de unas pocas semanas. Cuando los meses y la rutina se instala en nuestras vidas sólo queda una tenue luz en la memoria. Al año, hemos desconectado, como si apagásemos un interruptor,  aquellos tiempos de tinieblas y guerras perdidas.


Cuando el pasado lunes las cuentas de los muertos de Irak ya sumaban seiscientos, en un pequeño pueblo de Bosnia se celebraba un impresionante entierro colectivo con los restos de 599 hombres y una mujer. Hubiese sido portada en todos los diarios del mundo. Pero las guerras mediáticas consiguen situar el resto del mundo en la penumbra.


Habían sido asesinados hace casi ocho años junto a otros miles de compatriotas musulmanes. ¿Se acuerdan de Srebrenica? Aquel 11 de julio de 1995 se inició una de las más brutales masacres de la que tenga conciencia y pruebas la humanidad durante las últimas décadas. Entre 6.000 y 8.000 hombres y un puñado de mujeres fueron ejecutados por un ejército de lobos sedientos de sangre. Hasta la fecha se han exhumado los restos mortales de unas 5.000 personas.


Fue la cumbre del horror, el epitafio bélico de la horrible y larga guerra de Bosnia. Ocho largos años de espera, miles de pruebas de ADN para poder identificar y dar una digna sepultura a las primeras 600 víctimas. Miles de hombres, mujeres y niños lloraban ante las filas de lápidas verdes en un cementerio improvisado, situado muy cerca de donde fueron masacrados.


Los asesinados de Srebrenica han tenido suerte. Sus cráneos, sus columnas vertebrales, sus tibias, sus cúbitos han sido hallados, guardados en bolsas negras durante años, identificados por expertos y entregados a sus familias. No son desaparecidos. No siguen escondidos en fosas comunes olvidadas o sin identificar. Son asesinados de primera categoría si los comparamos con tantos otros postergados.


Podríamos construir un gran mapa con las fosas comunes de tantas guerras. Inventar una nueva profesión: cartógrafo del horror. Cinco años de universidad para luego buscar huesos olvidados en desiertos, selvas, mares, sepultados por paladas de desprecio.  Con el objetivo de dignificar este mundo y subsanar el daño irreparable.


Los soldados estadounidenses enterraron a miles de soldados iraquíes (algunos vivos, según investigaciones posteriores) durante la guerra del Golfo de 1991. La desaparición es más cruel que la muerte. Es la desesperación total. No saber qué, cómo, cuándo, dónde o por qué pasó. Tantas mujeres llorosas repasando los recuerdos en silencio. Años de paciente espera, soñando con el regreso. Años mirando el horizonte, viendo parecidos en personas desconocidas. Años conviviendo con sombras en la noche, espejismos del deseo más escondido.


En las páginas de medicina conocemos los inventos más sobresalientes, las operaciones más increíbles, los remedios más eficaces. Vemos salvar vidas cada segundo. En las páginas del mundo nos topamos con la muerte y el sufrimiento diarios. Vemos matar vidas cada segundo. Y nos preguntamos por este Hombre demediado entre el bien y el mal, tan digno y cruel al mismo tiempo. ¿De qué tiene miedo? El escritor ruso Fedor Dostoyevski escribió hace más de un siglo: “Si el hombre ama la destrucción y el caos, ¿será porque instintivamente tema encontrarse con el edificio que pretende levantar por fin terminado?”


CARTOGRAFÍA DEL  HORROR (2) Publicado el lunes 7 de abril de 2003


¿Se han preguntado alguna vez qué ocurrirá con todos esos cadáveres que vemos tumbados en los arcenes de las carreteras por donde avanzan los carros de combate angloestadounidenses? ¿Se han preguntado qué pasará con esos cuerpos calcinados o esos restos despanzurrados después de la lluvia metálica? ¿Se han preguntado cuál será el destino de los que mueren en los hospitales desasistidos por la falta de medicinas?


La guerra hace natural la muerte. Los sepultureros recogen las víctimas y las lanzan al fondo de las fosas comunes. Se limpian las calles, se evitan epidemias. Las tumbas sin nombre son olvidadas poco después de ser selladas.


Eran hombres que defendían una trinchera, mujeres que buscaban provisiones, niños que regresaban del colegio (sí, los colegios funcionan en las guerras). Ahora son desaparecidos. Ya forman parte de esas listas inacabables que crecen durante las guerras. A veces, el número desaparecidos en combate es mayor que el número de muertos o heridos.


Nuestro cartógrafo del horror es mitad médico forense mitad abogado de los desaparecidos. Primero viaja a la congoleña Goma de julio y agosto de 1994. Decenas de miles de ruandeses están muriendo de cólera. Sus cuerpos son volcados desde camiones en zanjas de 200 metros de largo y seis metros de profundidad y cubiertos de cal. Nadie registra sus nombres ni informa a sus familiares. Como el paso del tiempo desfigura la memoria miles de familias pierden el rastro de sus seres queridos. Porque nunca habrá exhumaciones ni pruebas de ADN como en Srebrenica, el pueblo de Bosnia.


Es mayo de 1996: pandillas asesinas de adolescentes combaten por el control de Monrovia, la capital liberiana. El asfixiante calor obliga a enterrar muy rápido los cuerpos que yacen en las calles o que mueren en los hospitales de campaña. Brigadas de voluntarios cavan pequeñas fosas y colocan los muertos con sumo cuidado. Sorprende este repentino orden en medio del caos. Son hombres avejentados, curtidos en la supervivencia diaria.   Mientras los jóvenes matan con gran placer ellos dignifican la muerte.


El cartógrafo llega a Freetown (Sierra Leona) en enero de 1999. Hay cadáveres y buitres por todas partes. Hay ejecuciones diarias en las calles más céntricas. Centenares de civiles sufren terribles amputaciones. Hay gritos de desesperación en los hospitales. Con una puntualidad británica (la impronta colonial), los sepultureros transitan entre las ruinas recogiendo las sobras humanas después del gran banquete protagonizado por las aves de rapiña.


Todos esos seres humanos que son lanzados con respeto o sin él al fondo de una fosa se convierten en potenciales desaparecidos. Sus familias tienen muy pocas posibilidades de conocer su paradero definitivo. Nunca habrá flores en sus tumbas y nadie improvisará una oración. Habría que señalizar todas estas tumbas sin nombres.


Los cartógrafos del horror tienen mucho trabajo en el Iraq actual. Deberían establecer un exhaustivo control de los muertos antes de lanzarlos a las fosas comunes. Registrar cómo fue la muerte, fotografiar el cuerpo o los restos, buscar cualquier huella de su identidad, establecer puentes con los vivos. Una investigación minuciosa puede evitar el dolor eterno. Doris Lessing ha reconocido que “ningún escritor puede inventar algo tan cruel como lo que la propia vida inventa cada día”. Sí, la historia de la violencia no deja en buen lugar al Hombre. Nuestras más serias creencias y convicciones, la esencia de nuestro trajinar diario, están construidas sobre un océano de sangre.


CARTOGRAFÍA DEL HORROR (y 3) Publicado el martes 8 de abril de 2003


Siempre que aparecen restos humanos miles de personas recobran la esperanza. Pensemos en el descubrimiento de esas 200 cajas en lo que parece un centro de tortura del ejército iraquí. Centenares de restos guardados en bolsas de plástico etiquetadas. Podrían pertenecer a militares que fueron ejecutados hace 20 años. Los ejecutores deberían haber entregado los cuerpos. La tradición musulmana obliga a enterrar a los muertos antes de 24 horas. No importa que estén cayendo bombas o no haya espacio en los cementerios, como ocurría en Sarajevo. Se improvisan camposantos alternativos: parques públicos o estadios de fútbol. Se celebran las ceremonias religiosas cuando ya es de noche para dificultar los disparos de los artilleros ( disfrutaban bombardeando entierros). Cualquier cosa antes que el abandono o la falta de respeto ante la muerte.


¿Se imaginan a sus familiares más queridos esperando todos estos años una respuesta?


¿Qué siente una madre, una esposa o un hijo iraquíes o iraníes en la insoportable espera?  Hace tres años nuestro cartógrafo del horror visitó a una docena de madres y esposas de desaparecidos chilenos. Aún guardaban sus pertenencias más personales. Habían pasado más de 25 años desde que habían sido tragados al amparo de la noche y todavía soñaban con encontrar algún día la tumba clandestina. Muchos estaban preocupados por la salud del dictador Augusto Pinochet, detenido en Londres por una orden internacional, pero casi nadie mostraba interés por aquellas mujeres olvidadas.


Inelia Hermosilla, que hoy tiene 89 años, cambiaba cada mes las sábanas de la cama de su hijo. “Voy a morir y no voy a saber qué ocurrió con sus restos”, dijo llorando mientras acariciaba dos camisas de su hijo Héctor. Otras mujeres sentían el olor de sus cuerpos en camisas que no habían lavado desde entonces. Perseguían sus recuerdos en diarios o poemas que escribieron. Sonreían ante los comentarios de los profesores en viejos cuadernos escolares. La guitarra ya no tenía  cuerdas, el tocadiscos ya no funcionaba, los trajes estaban apolillados. Cualquier cosa que les perteneciera, aunque haya soportado mal el irremediable paso del tiempo, les servían de antídoto contra la desesperación.


A nuestro cartógrafo le impresionó Ana González. Su esposo, sus dos hijos y su nuera Nalvia, una hermosa mujer de 21 años, embarazada de tres meses,  habían desaparecido en abril de 1976. En un sobre guardaba grandes mechones de la joven. Cada vez que se cortaba su larga melena le solía entregar una buena mata. Es lo único que le quedaba de ella.


La sed de justicia de todas estas mujeres van de la mano de su incapacidad de odiar. Cuando sólo hay preguntas sin respuestas donde antes había rostros queridos es normal  que se imponga el odio. Pero el odio debilita y Ana, Inelia o Carmen ( cinco desaparecidos y 86 años) son todo menos mujeres endebles.


Los beneficios humanitarios que impidieron que el dictador Pinochet dé con sus huesos en una cárcel nunca fueron utilizados con sus víctimas. Esconder los restos como ha hecho el dictador Sadam Husein es peor que la tortura o el crimen. El cartógrafo del horror imagina a tantas mujeres iraquíes, víctimas por partida doble ( tienen que soportar la culpa por no saber), buscando durante tantos años en dependencias policiales o militares, aguantando insultos de los guardianes del orden y sólo le queda recordar las palabras de Berltolt Brecht: “Más importante que señalar lo injusto que es cometer injusticias, es señalar lo injusto que es soportar injusticias”.


NOTARIOS DE LA BARBARIE Publicado el miércoles 9 de abril de 2003


No nos gusta hablar de nosotros mismos. Y menos cuando se producen muertos. Suelen ser conocidos. Algunas veces amigos, pertenecientes a un círculo muy íntimo. Hablar con desconocidos de intimidades y sentimientos profundos no resulta cómodo. Porque los periodistas nunca deberían ser noticia y porque es casi imposible explicar lo que se siente cuando matan a un compañero.


Desde que se conoció la muerte de Julio A. Parrado y José Couso, periodista de El Mundo y cámara de Telecinco, me han entrevistado en varias televisiones, radios y periódicos. He intentado hacerme el duro. Explicar que se trata de los riesgos que hay que asumir cuando se cubre una guerra. Que el número de periodistas muertos no me parece tan alto (algunos han muerto en accidentes o de muerte natural) aunque sí desproporcionado para la prensa española. Que debemos actuar como notarios de la barbarie con todas las consecuencias. Que, que.....mucho bla, bla, bla.


Como un vulgar veterano curtido en mil batallas. Falsificar excusas para no sentir. Satisfecho (¿blindaje contra el dolor?) por no conocer personalmente a los periodistas muertos y a sus familias. En los últimos años han muerto amigos vinculados a esta profesión a los que me unían una gran amistad.  Durante algunos días se hablan de esas muertes, se debate sobre los límites de la información, las obligaciones de las empresas y los seguros de vida. Después se hace el silencio, pero quedan esposas, madres, hermanos a los que te unen un teléfono siempre abierto. Que te llaman para que les des ánimos, que te explican sus temores, a los que cuidas como si fueran las mejores flores de tu jardín.


Pensé en Mónica cuando me enteré de la muerte de Julio. Ella también trabaja para El Mundo y es su actual enviada especial en Bagdad. Y he vuelto a pensar en ella cuando José  ha muerto en el quirófano. Mónica quería atravesar el lunes las líneas entre los combatientes para ir a buscar el cadáver de Julio. Ayer ayudó a trasladar el cuerpo de José. Pensé en esa mujer, tan frágil y buena periodista, que tanto sufrió hace un año y medio con la muerte en Afganistán de Julio Fuentes, que era el hombre de su vida. Todas estas muertes cercanas, caprichosas e inútiles ( la muerte siempre es inútil) la deben estar consumiendo. Pensé en ella porque estoy segura de que ella pensaría, más que nadie, en las familias de Julio y José. Hogares destrozados por la tragedia. Niños que nunca volverán a ver a su padre, padres que nunca volverán a ver a su hijo.


Llamé a varios amigos de mi círculo más íntimo. Estamos etiquetados como corresponsales de guerra y cada vez sufrimos y odiamos más la guerra. Uno de ellos me dijo: “He llamado a la madre de Miguel Gil ( muerto en Sierra Leona en mayo de 2000) para darle la noticia. Desde entonces me he quedado sin palabras. Me paseo como un autista”. A otro le rogué que confirmará la muerte de Julio a través de fotógrafos que estaban en la capital iraquí. Sentí como su respiración se aceleraba. No dijo nada pero escuché lo que pensaba: “Otra vez, no”. Al cabo de un rato me llamó y fue muy escueto: “Está confirmado”.


Nuestro sueño ha sido cubrir guerras, estar en el lugar exacto donde ocurre la noticia. Ser testigos de hechos horripilantes que desarbolan las defensas anímicas del más duro y embadurnan el carácter de una profunda tristeza. Vivir aventuras y emociones. Con el paso de los años hemos descubierto que la guerra obliga a trabajar hasta la extenuación. Y que, a veces, ese trabajo arranca la vida como a Julio y José.




PALABRAS VERGONZOSAS (Publicado el jueves 10 de abril de 2003)


Si yo estuviera en Bagdad, señor Ministro de Defensa, pensaría que sus recomendaciones  fueron vergonzosas y muy injustas. Pensaría que es muy fácil hacer peticiones sentado en el sillón de su despacho o su casa. Pensaría que usted no sabe cómo se vive en una ciudad cercada y bombardeada. Pensaría que usted no tiene ningún respeto por mi trabajo. ¿Cómo se atreve a pedir a los periodistas que abandonen Bagdad?


Si yo estuviera en Bagdad y en el depósito de cadáveres hubiera un compañero asesinado por balas estadounidenses y a mi alrededor decenas de compañeros deshechos y viviendo el dilema de quedarse y continuar informando sobre la barbarie o regresar con sus familias me gustaría que usted, señor Ministro de Defensa, se ahorrase sus palabras y las presiones a mis jefes.


Si yo estuviera en Bagdad le pediría que sus energías las dirigiese contra Donald Rumsfeld y sus generales para que nunca más bombardeasen hoteles u objetivos civiles. Que me tratasen con el respeto que me merezco como periodista y como les obligan las convenciones internacionales.


Igual que en las guerras actuales cada vez mueren más civiles y menos militares también mueren algunos periodistas. Es muy duro para sus familias, pero es un tributo que se paga con gran generosidad para evitar que las luces que iluminan la barbarie se apaguen.


Todas las guerras son horribles, inútiles y algunas ilegales. Pero siempre habrá hombres y mujeres valientes que estarán dispuestas a asumir riesgos muy altos para convertirse en intermediarios entre las víctimas y el olvido.


Lo que es inaceptable es que las fuerzas invasoras disparen, atemoricen y maten a los periodistas con el único objetivo de provocar el pánico, además del dolor gratuito, y después los ministros se apunten a la misma verbena. Lo que han hecho los soldados  estadounidenses en Bagdad  sólo lo he visto en criminales y fascistas que violaban cada día todos los derechos humanos.


Hasta las bandas de adolescentes que se mataban en Monrovia (Liberia) en 1996 tenían más respeto por la prensa internacional que Rumsfeld y sus generales. Puedo asegurarle que en Liberia las partes beligerantes consideraban el hotel donde vivía un puñado de periodistas como un lugar neutral. Algo parecido ocurrió en Mogadiscio (Somalia) o  Freetown (Sierra Leona). Le pongo estos ejemplos de guerras caóticas para que vea que incluso en lugares que ponen los pelos de punta también se respetaba la libertad de prensa.


Los nuevos acontecimientos pueden que solapen la gravedad de los bombardeos del martes que costó la vida a tres informadores, uno de ellos español. Pero debería formarse una gran alianza entre todos los medios de comunicación españoles e internacionales para pedir de forma sincronizada explicaciones al gobierno de Estados Unidos por el ataque despiadado contra los periodistas que cubren la guerra en Bagdad. Le recuerdo, señor Ministro de Defensa, que centenares de periodistas no recibieron un solo rasguño durante más de dos semanas de bombardeos.


Los ataques contra el hotel Palestina y la oficina Al Jazira buscaban poner fin a una cobertura molesta desde el primer día. Los periodistas han desenmascarados en múltiples ocasiones los informes propagandísticos de la entente angloestadounidense. Espero, señor Ministro de Defensa, que utilice la fuerza de las palabras para desenmascarar a los responsables de lo que podría equivaler a un crimen de guerra.


NIEBLA DESPUÉS DE LA BATALLA (Publicado el viernes 11 de abril de 2003)


Vemos caer estatuas y cambiar banderas. El régimen dictatorial agoniza mientras la incertidumbre se abre paso entre las cenizas. Hay algunos aplausos y silbidos. Pero no flamear de pañuelos como los estrategas soñaban. Hay pocos abrazos entre invasores e invadidos. La multitud prefiere saquear los comercios. Aprovechar el vacío de poder. Es más rentable.


Qué diferencia con Kosovo en 1999. Los soldados estadounidenses fueron recibidos con flores y abrazos por toda la población. Qué diferencia con la entrada de los sandinistas en Managua en 1979. La muchedumbre colapsó todas las  avenidas de la capital nicaragüense. Qué diferencia con el fin de la guerra en San Salvador en 1992. Las lágrimas de alegría en todos los ojos. Incluso en los ojos de los que habían matado.


La historia corre tan deprisa que no hay tiempo para reflexionar. Las previsiones quedan desbordadas por los acontecimientos. Hace dos días parecía que el asalto sería interminable. Nos hablaban de feroz resistencia. Los francotiradores se apostaban en los edificios públicos. Los carros de combate disparaban a diestro y siniestro. Convertían edificios de dos plantas en polvo. La matanza de periodistas se definía como acto en defensa propia.


La niebla de la guerra avanza tan rápida como las columnas de los ocupantes. Estamos obligados a buscar respuestas a muchas incógnitas. ¿Dónde están las divisiones iraquíes? ¿Dónde están los generales y los altos funcionarios? ¿Qué ha pasado con la cadena de mando? ¿Por qué no se han destruido los puentes para dificultar el avance de los estadounidenses?


Como el pensamiento es libre vamos a pensar mal. Todo el mundo sabe que el dinero puede comprar las voluntades más indómitas. Es más barato sobornar a un general y garantizarle su inmunidad que avanzar con dificultades entre obstáculos peligrosos.


Pongamos que los maletines repletos con millones de dólares han tenido la misma influencia que en Afganistán. En noviembre de 2001, las ansias de poder de muchos señores de la guerra fueron calmadas con generosas inyecciones económicas. Hombres despiadados que había hecho del crimen una forma de vida fueron reconvertidos en políticos prestigiosos que arrimaban el hombro para fortalecer el régimen postalibán.


De esta manera podríamos entender que se haya luchado más en Um Qasr, Nasiriya o Basora que en la capital, donde la resistencia ha sido patética. Es cierto que siempre se defienden con más ardor las trincheras,  pequeña patria para el soldado, que los palacios, porción del botín y el saqueo para el gobernante. Que los soldados de rango inferior suelen tener más dignidad que los generales cuando se produce la debacle. Pero ni siquiera así se explica por cuál ranura se han evaporado los patriotas de paja, esos hombres de bigotes poblados que rodeaban a Sadam Husein en todas sus comparencias públicas.


Decía Anatole France que “el arte de la guerra consiste en ordenar las tropas de tal modo que no puedan huir”. Pero en Bagdad todo el mundo ha huido. Tropas, oficiales y generales están en paradero desconocido. Muchos se han camuflado entre los civiles. Se han desecho del arma y ahora esperan que los nuevos tiempos le permitan un nuevo trabajo o el mismo con distinto collar. Otros se habrán escondido en refugios antiatómicos perforados por las bombas modernas. ¿Con sus pertenencias, sus familias y sus hijos llorando? No lo creo. Me es más fácil imaginar a generales sin uniformes y sin bigotes, pero con las alforjas repletas de dólares, surcando desiertos y mares en busca del exilio dorado. Con el beneplácito de los invasores.


QUERIDA ONU, DESPUÉS DE TODO (Publicado el sábado 12 de abril de 2003)


Te he visto fracasar, querida ONU, en Bosnia, Afganistán, Ruanda, Kosovo, Somalia, Liberia, Sudán. Te he visto humillarte en Srebrenica, Mogadiscio, Kigali, Goma, Monrovia. Te he visto prepotente en Camboya, Sierra Leona, Mozambique. Te he visto poco, querida ONU, tan poco que parecías un mosquito en la selva, en tantos pueblos perdidos alejados de las grandes urbes donde extiendes tus redes.


Pero a pesar de todo me gustaría verte presente en la guerra más televisada de la historia. No me gustaría pensar, como decía el malogrado escritor Danilo Kis, que “por tu sumisión de hoy te prometen un futuro que no existe”.


Querida ONU, sé que dependes de los gobiernos, cuanto más poderosos mejor. Sé que has sido marginada por una potencia militar vociferante que se arroga el derecho de expulsarte de la posguerra. Sé que el fracaso diplomático ha enredado tu futuro. Pero también sé que te acomodaste cuando la tormenta de muerte estalló.


Empecemos por tus dilemas. ¿Fuiste o no fuiste? Fuiste el escenario del desconcierto diplomático. Exigiste a los contendientes que agotaran el tiempo del diálogo y buscaran la paz sin dilaciones. Tus inspectores avalaron con sus informes la inutilidad de la guerra. Pero no fuiste y te automarginaste cuando el concurso pirotécnico, cruel espectáculo del horror, se inició.


Tu director general, Kofi Annan, está desaparecido desde hace tres semanas. Puede que esté afligido por la brutalidad de los acontecimientos. Pero creo que debería haber sido más consecuente con sus ideas. Me molesto la rapidez con la que ordenó la salida de sus inspectores y de todos los funcionarios pertenecientes al organismo más teóricamente democrático del mundo. He escuchado declaraciones más contundentes del inspector jefe, el sueco Hans Blix, cuando la esperanza para la paz es una entelequia.


Tengo la extraña sensación de que, querida ONU a pesar de todo, Kofi Annan ha estado más preocupado por su renovación que por liderar un enfrentamiento con Estados Unidos, la potencia que no vetó su elección y que puede vetar su reelección. ¿Qué hubiera pasado si  hubiese decidido ir a Bagdad y quedarse allí con todos los inspectores trabajando hasta que se hubiera cumplido el plazo de “no días ni años pero sí meses” que os habíais impuesto para resolver el dilema de las armas de destrucción masiva que aún están desaparecidas?  Estoy seguro de que los generales del Imperio hubieran tenido dudas a la hora de iniciar los bombardeos.


De ti, querida ONU a pesar de todo, podríamos decir algo parecido a lo que Emine Sergi Ozdamar decía de los hombres en “La vida es un caravasar”: “Duermen durante su vida y, cuando están muertos, despiertan”.  Sí, tus has dormido este último mes, igual que te has dormido en tantas crisis ocultas por el toldo que levantan los interesados, casi siempre miembros del club privilegiado de los ricos, y ahora, que te dan por muerta, despiertas con el ansia de ocupar un lugar privilegiado.


En Srebrenica (1995) permitiste el genocidio, en Goma (1994) minimizaste la epidemia de cólera, en Mogadiscio ( 1992) participaste en el circo vergonzoso organizado por Estados Unidos, en Monrovia (1996) y Freetown (1999) simplemente huiste. Tengo una pregunta. ¿Por qué tus funcionarios bien pagados y recompensados con generosos plus de peligrosidad suelen huir los primeros? ¿No deberían quedarse como se quedan los periodistas y los trabajadores de algunas pequeñas ONG o al menos no deberían ser suprimidos los plus?  Querida ONU, después de todo.


ANTES QUE ANOCHEZCA (Publicado el domingo 13 de abril de 2003)


Entre el pasado y el futuro vive la oposición iraquí formando un peligroso matrimonio de conveniencia que puede desembocar en la catástrofe total cuando haya que distribuirse el poder. Más de 60 líderes forman un conglomerado en el que cada uno construye su propia celda de oro con los millones donados por el gobierno de Estados Unidos y sus principales aliados, las grandes petroleras multinacionales.


En plena guerra entre Saddam Husein, el entonces iraquí bueno, y el ayatolá Jomeini, el iraní cercano a Satán, la oposición era ignorada por sus actuales mecenas. Los gases químicos eran utilizados con generosidad contra los kurdos mientras el mundo y sus autoridades miraban a otro sitio. En plena guerra actual, la oposición es exquisitamente recibida en la Casa Blanca.


Los estadounidenses viven un gran dilema: otorgar el liderazgo del país a un virrey como el ex general Jay Garner, que según informaciones periodísticas preside una empresa armamentística que proporciona apoyo tecnológico durante la actual guerra, o bien buscar un líder capaz de aglutinar a quienes ya han dejado de ser oposición cuando se ha perdido el rastro del dictador Sadam Husein. Sería una ironía del destino que fuese sustituido por un general iraquí o estadounidense. La oscura y violenta etapa gobernada por hombres de mostachos poblados, clones de su dictador, debería dar paso a una verdadera democracia.


Ahmed Chalabi, con buenas relaciones con los halcones del Pentágono, podría ser el Karzai iraquí ( por el actual presidente de Afganistán). Aquel es shiíe mientras este es pastún. Ambos pertenecen al grupo mayoritario étnico de sus respectivos países. Ambos han hecho buenos negocios en Londres. Pero después los caminos se bifurcan. Karzai tiene prestigio internacional mientras Chalabi tiene cuentas pendientes con la justicia. Hace poco más de una década tuvo que huir de Jordania como un vulgar desfalcador y fue condenado en rebeldía a 22 años de cárcel. En la coalición opositora también hay antiguos altos funcionarios del régimen de Sadam con las manos manchadas de sangre.


Existe una profunda división entre los kurdos que han combatido entre ellos durante la última década. Han sido incapaces de ponerse de acuerdo para gobernar una amplia área que se ha beneficiado de una gran autonomía gracias a la debilidad de Husein después de la Primera Guerra del Golfo.


Irak es un peligroso puzzle humano que podría convertirse en un duplicado de Afganistán si las promesas de democratización y de tiempos mejores se volatilizan en pocas semanas. Con un ejército en desbandada el vacío de poder está garantizado durante los próximos meses. La minoría sunni  forma apenas el 15% de la población  cuya voluntad fue comprada por el régimen de Sadam. Participaron en la represión brutal pero también han sido reprimidos.


La mayoría shiíe iraquí  tiene profundas vinculaciones ideológicas y de hermanamiento consanguíneo con sus vecinos iraníes, divididos entre ultra conservadores y renovadores.  Después de la caída el sha de Persia en 1979 el baño de sangre continuó por culpa de las luchas intestinas entre las diferentes corrientes shiíes que apoyaban a Jomeini. Durante varios años espectaculares atentados acabaron con la vida de los principales líderes iraníes. ¿Podría el Irak postsadam convertirse en una réplica de la época revolucionaria iraní? ¿O, al contrario, se inventarán un sha de Irak con relaciones corruptas y mafiosas con Estados Unidos? ¿Tendremos que escribir otro diario de la infamia?

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