Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

El laberinto trágico de Kosovo

KOS 5
KOS 5

Mi primer viaje a Kosovo coincidió con el frío invierno de 1993. La resistencia pasiva ante las provocaciones serbias era el arma utilizada por los albanokosovares. No se había producido un solo atentado contra los ocupantes, pero el cansancio hacia mella entre los más jóvenes, hartos de vivir sometidos al repudio, el racismo y la intransigencia.


El 7% de la población serbia regía el destino de la inmensa mayoría de la población de origen albanés. Los albanokosovares habían creado su propio sistema educativo para sortear la prohibición de estudiar en su idioma materno. Kosovo era, sin dudas, la Palestina de los serbios.


Cinco años después regresé al nuevo avispero balcánico después de cubrir guerras en varias repúblicas de la antigua Yugoslavia. La paciencia se había acabado hacía tiempo. Una oscura guerrilla comenzaba a poner en jaque la maquinaría bélica serbia. Se llamaba Ejército de Liberación de Kosovo y controlaba carreteras y pueblos a pesar de su precariedad. Apenas había hombres armados con rifles semiautomáticos enfrente de columnas tanques, pero tenían más moral de combate.


En las guerras se suelen fortalecer las relaciones humanas. Fue fácil encontrar en Prístina a buenos amigos de conflictos anteriores. Al día siguiente ya tenía un puesto en un blindado de Associated Press donde viajaba el fotógrafo Santi Lyon y el camarógrafo Miguel Gil.


La principal obsesión era encontrar a una guerrilla a la que no le gustaba la prensa internacional. Nuestro objetivo era realizar buenas historias en profundidad sobre una guerra que apenas ocupaba espacio en los medios de comunicación. Era finales de junio y el mundo vivía embarcado en un nuevo Mundial de fútbol.


Habíamos encontrado a algunos grupos de milicianos en la retaguardia mal armados y sin apenas instrucción militar. Maestros, juristas, arquitectos, abogados, poetas reconvertidos en soldados ansiosos por aprender el manejo de las armas. Verlos correr en zigzag provocaba ternura: no se daban cuenta de que aquello no era un juego.


Guerrillerods kosovares preparando un ataque en junio de 1998. Fotografía de Gervasio Sánchez


La primera vez que sintieron miedo fue una mañana de cielo limpio. Aviones de reconocimiento del antiguo ejército yugoslavo detectaron el movimiento de la columna de aprendices e hicieron un par de pasadas a baja altura. Se produjo una estampida general. Las caras de aquellos jóvenes rayaban el pánico y la descomposición.


El más curtido ordenó a uno de sus hombres que acompañase a los periodistas hasta un lugar seguro. Nos movíamos con rapidez por un maizal mientras nuestros oídos lamentaban el aullido de los motores. Miraba las caras de preocupación de mis compañeros. Éramos incapaces de medir la distancia que teníamos que recorrer, cegados por un sol violento que caía a capazos.


“Olvidaros del ruido y escuchad esto que es más divertido”, les grité a mis compañeros y accione el play de la grabadora. Eran los primeros balbuceos de un bebé. “Es mi hijo Diego hace unos días. Con tres meses y medio”, comenté ante la risotada general. Santi Lyon siempre ha recordado aquella situación como la surrealista que ha vivido en una guerra.


De nuevo los europeos, divididos, eran incapaces de hablar con una sola voz sobre un nuevo conflicto armado en los Balcanes, su patio trasero. Los estadounidenses, con Richard Holbrooke a la cabeza, se reunían con los portavoces guerrilleros albanokosovares mientras los diplomáticos europeos sermoneaban y desautorizaban a pacifistas como Ibrahim Rugova, un hombre moderado que siempre se había opuesto a la lucha armada.


Celebración en el monsasterio Gracanica del 609 aniversario de la derrota serbia contra los otomanos. Fotografía de Gervasio Sánchez


El 28 de junio me acerqué al monasterio de Gracanica donde se conmemoraba el 609 aniversario de la derrota del último estado serbio sepultado en un impresionante baño de sangre por el poderoso ejército otomano. Apenas había 300 serbios cabizbajos y conscientes de que todo se desmoronaba. Nueve años antes, Slobodan Milosevic había llegado a este mismo lugar como el gran líder serbio dispuesto a vengar la derrota histórica y había hablado ante un millón de fervientes partidarios.


Una mañana llegamos muy temprano al pueblo de Belacevac. Sabíamos que los combatientes más feroces estaban luchando muy cerca. Apareció un grupo de guerrilleros y  dispararon contra el blindaje del coche. Escondido tras un árbol un comandante nos apuntaba con un RPG M80 de 64mm, un proyectil especial para perforar un carro de combate.


Minutos después nos confesaron que nos habían confundido con una patrulla serbia. Nos permitieron acompañarles hasta la línea del frente y tomamos unas imágenes muy impactantes que permitieron a Miguel Gil ganar el prestigioso premio Rory Peck al año siguiente. Associated Press se interesó por mis fotografías que fueron publicadas en toda la prensa estadounidense y europea. Era la primera vez se publicaban imágenes de combates en los que participaban los miembros de una de las guerrillas más ocultas del mundo.


Siempre que penetrábamos en territorio albanokosovar nos quedábamos a dormir en casa de la familia Krasniqi. Una madrugada Bajram, el abuelo, nos despertó y nos informó de se sentían que ir porque las tropas serbias habían roto las líneas y avanzaban aldea por aldea. La familia se sumó a una columna de carromatos repletos de mujeres y niños mientras nosotros filmábamos aquel éxodo masivo. Nunca más los volvimos a ver aunque supimos por unos vecinos que habían llegado a un lugar seguro.


Aquellas semanas fueron muy intensas. Con Miguel Gil y su traductora habíamos formado un buen equipo de trabajo. Una mañana escuchamos la noticia del asesinato de tres campesinos albanokosovares. Al principio creímos que se trataba de un bulo más. Llamamos a algunas de nuestras fuentes y fue imposible confirmarla.


Decidimos acercarnos a Pirana. Utilizamos trochas carrozables en vez de la carretera principal vigilada por el ejército serbio. Llegamos al lugar cuando estaban lavando con agua y jabón los cuerpos de los tres muertos, entre ellos Salih Azem Gashi, de 16 años. El orificio de entrada de la bala estaba situado tras el lóbulo de la oreja. Tenía señales de torturas.


El cuerpo de Salih Azem Gashi, de 16 años, asesinado por la policía serbia, es abrazado por su padre Azim en julio de 1998. Fotografía de Gervasio Sánchez


En un tractor trasladaron a Salih a casa de sus padres. Me subí al remolque y me acuclillé en la plataforma al lado del cadáver. A nuestra llegada, Azim, el padre, se apoyó en varios vecinos, se subió con muchas dificultades y se dejó caer encima del cuerpo de su hijo. Me impresionó oírlo llorar y pronunciar varias veces su nombre. La madre y otras mujeres gemían y gritaban. Estaba tan cerca que temía que un empujón me hiciera caer encima del cadáver.


Antes de irnos rogué a la familia que me perdonara si mi presencia les había molestado. Pensé en cómo me sentiría si estuviera velando el cuerpo de mi hijo y un fotógrafo sacase fotografías. Los aldeanos nos dieron las gracias por haber venido y nos pidieron que mostrásemos las imágenes al mundo.


La imagen de Azim abrazando el cadáver de su hijo Salih se publicó en miles de periódicos de todo el mundo.


Kosovo, tierra de guerra (1)


Kosovo, tierra de guerra (2)


Kosovo, tierra de guerra (y3)

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