¿A qué se debe? ¿Evolución o envejecimiento? ¿Qué puede haber llevado a Sting  de tocar punk peroxidado a cantar villancicos y ahora a 'sinfonizar' sus viejas canciones? Salta de inmediato la voz impertinente: "está acabado", "ha echado por la borda su carrera como rockero e ídolo de masas", "aburre a las farolas"… y otras lindezas seguramente más crueles. Y si no le asiste la razón a la voz impertinente, sí al menos es para preguntarse cómo un artista de su talla y de su talento ha ido perdiendo enteros en la bolsa del pop. ¿Falta de ideas? ¿Arrepentimiento de un pasado glorioso que quizá él abrazó de manera forzada, saliendo de las cavas del jazz para -buscando la fama y el dinero- subirse al carro del punk y la nueva ola?

Interprétese como se quiera, pero desde luego no ha sido la respuesta más habitual a los años, a cumplir o estar cerca de los sesenta tacos. Al menos, en el mundo del rock. Peter Gabriel ha hecho algo parecido últimamente, cantando piezas ajenas rodeado de una orquesta, como Metallica o Deep Purple coquetearon con el mundo sinfónico,  pero más como experiencia que como camino a seguir. ¿O alguien se imagina a Chuck Berry, a AC/DC o a los Rolling Stones, todos ya sesenteros o acercándose, quitándose las ropas rockeras y poniéndose traje de etiqueta, salvo que no se tengan nuevas ideas o se reniegue del pasado.

Pues a algo de esto suena este nuevo paso sinfónico de Sting, con un disco titulado 'Symphonicities', grabado junto a la Royal Philarmonic Concert Orchestra y editado por el sello clásico Deutsche Grammophon. Su explicación a este 'experimento' –que igual se reduce a esto, a un puro ensayo de labortaorio- es simple y  discutible: "La creatividad consiste en contar lo de siempre de manera diferente", ha dicho, lo que  parece atrevido, pues con ese razonamiento está negando el ingenio, por citar, de Mozart, Picasso, Los Beatles... ¿Siempre contaron lo mismo?

Sea por lo que fuere, lo cierto es que Sting tiene un nuevo disco con doce canciones, tanto de la época Police como en solitario,  envueltas en arreglos orquestales. Al principio, la voz suena con la furia de aquel joven subido al carro punk aunque con instrumentos clásicos detrás, pero pronto el disco se amansa y emerge un Sting dulcificado cuya 'Roxanne', verbigracia, parece una tarta de cumpleaños y no aquel arañazo pseudo-reggae del 79. Pues igual, sí, son los años.

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