Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

Una baturrica en París

gale-copia
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Lo llamativo de hoy no es solo lo que se cuenta, sino el cómo. Ni por asomo leerán en la prensa actual una entrevista cómo la que le realizó Emilio C0lás a Felisa Galé en 1933. Hoy se mantienen mucho más las distancias entre entrevistador y entrevistado. Al menos en apariencia.


Calle de la Democracia adelante... De esta calle que, pese a la línea tranviaria y al movimiento de gentes que le prestan los Juzgados y el Consistorio, tiene un marcado sabor pueblerino. Como si fuese la calle Mayor de un pueblo grande. De este pueblo grande que es Zaragoza todavía en muchas de sus cosas y sus costumbres. Calle de la Democracia, o denominándola por su antiguo nombre, calle de Predicadores, que aún tiene, de tal modo llamada, más solera provinciana. Por la que todavía se ven circular esas antiguas galeras de los labradores, con sus bolsas bien repletas y colgantes. No podía vivir en otra calle esta chiquilla que buscamos.

Así, nada nos extraña, al adentrarnos en una de sus últimas casas, la humildad de la vivienda. Y mucho menos aún al ver sobre la puertecita del piso entresuelo -puertecita con su mirilla dorada, su

picaporte y su llamador- una plaquita pequeña que dice 'Felisa Galé'. Así. Ni nada más ni nada menos. Una jotera, tan baturra, tan zaragozana, como esta Felisa -capullico de rosa que se abre con toda su lozanía esplendorosa- tenía que vivir así. En el corazón de la Parroquia alta y a muy poquicos pasos del Ebro. Si hubiese vivido en una casa de esas con ascensor, cuarto de baño y termosifón, nuestro tipismo se hubiera escandalizado de la irreverencia.

El piso moderno con calefacción está bien para una vedette de fama. Para una jotera famosa, está más en consonancia el recato de una casita antigua al estilo aragonés. Con su puerta grande de carros al lado del zaguán de la escalera pina y de baldosas rojas.

Felisa Galé acaba de regresar de París. Mejor dicho, de un breve viaje por tierras de Francia. Verán ustedes como sucedió ello. Un popular industrial zaragozano, gran benefactor de los ferroviarios españoles, don Salvador Bello, recibió hace poco tiempo la visita de una comisión de ferroviarios franceses. El señor Bello estimó que la visita merecía una respuesta. Pero una respuesta en la que se hiciese honor a la galantería de nuestros vecinos de allende el Pirineo al venir a Zaragoza. Una respuesta adecuada. Para ello -pensó Salvador- lo mejor sería que les devolviese la visita acompañado de una embajada de nuestro canto. ¿Y dónde encontrar una embajadora de la Jota más guapa y más resalada que Felisa Galé? El señor Bello no vaciló. Felisa Galé se encontraba actuando en Madrid, en el Teatro Chueca, con éxito formidable. Pero en cuanto el industrial zaragozano le propuso el viaje -a ella y a un pequeño cuadro de joteros que la acompañase en la proyectada excursión- Felisa no esperó otra indicación y tomó el primer tren que salía de Madrid. De esta forma tan sencilla quedó organizado el viaje a Francia. Y he aquí que una buena mañana salían en el tren hacia Canfranc, el señor Bello, una comisión de ferroviarios españoles y el cuadro de jota. Un notable conjunto del que era figura principal Felisa Galé y en el que tomaban parte el también popular cantador Francisco Caballero y la pareja infantil de baile Manolita Liarte y Pepito Galé.

No se puede decir que la embajada jotera era cualquier cosa...

Los expedicionarios llegaron a Pau y... ya se pueden imaginar ustedes el recibimiento entusiasta y los agasajos de que fueron objeto, sabiendo como sabemos todos lo que aprecian a Zaragoza en la bella ciudad francesa del Castillo de Enrique IV.

Recepción en la 'Mairie', banquetes, vinos de honor... Alegría y jota a todo pasto, durante tres días. Luego, una vueltecita por Lourdes y a preparar el regreso a Zaragoza.

Pero... ¡ya salió el pero!... Felisica no se quedaba muy conforme con todo aquello.

¡Miá tú que estar en Francia y no ver París! -exclamaba a cada paso...

¡Hasta que se salió con la suya! Fueron unas cuantas horas de tren, pero Felisa se dio por satisfecha cuando puso el pie en el amplio andén de la estación de Quai D'Orsay.

¡Ya estaba nuestra jotera zaragozana en plena villa Lumiere!...

Como Felisa Galé arribó a París muy de mañana, tuvo tiempo antes de echarse a la calle a curiosear, de descansar un rato en su departamento de hotel.

-Pero le juro a usted que -nos dice- aunque estaba muy cansada, no podía dormir. ¡Era tal la ilusión que tenía de cantar en París, que podía más que el cansancio y me quitaba el sueño!...

-Bueno, ¿y cuándo saliste a la calle, que fue lo primero que hiciste?...

¡Y ahora viene nuestro asombro! Felisa, muy seria y muy puesta en damisela, exclama:

-Lo primero que hice fue darme una vueltecita por la rue de la Paix, ¿se dice así?

-Así se dice, guapa...

-¡Anda!... ¡Pues eso es lo primero que oí a la puerta del hotel. ¡Guapa! Pero no debía ser a mi...

-Sí, Felisica. ¡A ti era!... Algún español que al verte se acordó de su tierra y no pudo reprimir la exclamación. Eso de guapa solo lo puede decir un español... Bien. Y en la rue de la Paix, ¿qué te sucedió?

-¡Ah!... Pues que me parecía que estaba en la calle de Alfonso y me paraba en todos los escaparates...!

-¿Y después?...

-Pues después compré un ramo de flores muy grande, muy grande, y lo llevé a la tumba del soldado desconocido.

-¿Te impresionaría aquello?...

-¡Hombre, sí!... Me impresionó mucho una cosa.

-Cuenta, cuenta...

-Pues que me puse a leer una inscripción en el Arco del Triunfo, creo que eran los nombres de las batallas que ganó Napoleón, y entre tanta palabra rara vi una que me hizo dar un vuelco al corazón.

No sé si me equivoqué, pero me parece que leí Cuarte...

-No te equivocaste. Allí figura entre todos aquellos nombres gloriosos, el del pueblecito aragonés... ¡Una batalla más que ganó el Corso, Felisa!...

-¡Anda!... ¡Si lo saben en Cadrete!

Felisa no recuerda de las treinta y tantas horas pasadas en la capital de Francia más que lo que nos ha contado. Que desfilaron ante sus grandes ojos negros, como en una visión kaleidoscópica, boulevares, parques, calles y plazas. Que se compró un vestidito muy mono en unos grandes almacenes. Que por la tarde cantó ante un grupo de franceses y compatriotas, y que de estos últimos, algunos lloraban al oir las frases de nuestro canto. Que le soltaron muchos "¡Brave!" y que un francés, en el colmo del entusiasmo, quiso darle un beso.

-¡Pero yo no me dejé! -exclama rápida al contarnos todo esto.

-¡Pero tontísima! Si eso del beso no tiene allí nada de particular.

-¡Bueno! ¡Pues por si acaso!

Y nada más. Es decir, sí. Que muy pronto volverá, pero esta vez en serio, contratada para actuar unos cuantos días. Claro que no es ésta la primera vez que unos joteros pisan la capital francesa,

Pero hemos querido destacar el hecho. Por tratarse de una chiquilla tan netamente zaragozana como esta Felisa. Como esta Felisa que en medio del asombro de guardias y público, una tarde

de primavera lanzó al aire en pleno jardín de las Tullerías las notas bravías de nuestra jota. Y que se arrancó nada menos que con aquélla que empieza:

¡La jota siempre fue grande!...

Los que la oyeran, debieron imaginarse que retumbaba otra vez, como en el año dieciséis, el cañón Berta...



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