Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El caso de la anciana asesinada en el camino de Casablanca

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Vaya por delante que esta va a ser una de las últimas aventuras de Muslares. En esto de los blogs, como en todo, acaban mandando las audiencias, y aunque yo me he empeñado en difundir y promover las aventuras y desventuras de este 'Poirot' zaragozano, lo cierto es que no he sabido contagiar mi entusiasmo a los lectores, y sus textos suelen ser los menos leídos. Así que ya he decidido 'matar' a Muslares, buscar despertar interés por otros caminos, y dejar la tarea de rastrear sus andanzas a alguien más inspirado. Pero, de momento, hoy toca este caso que, de verdad, de verdad, conmocionó a la Zaragoza de 1914. Y lo vamos a ver 'por etapas', como se publicó en su día. Esto es lo que aparecía en las páginas de Heraldo del 5 de agosto de 1914:

Ayer por la mañana se dio aviso en las oficinas de vigilancia del Gobierno civil de un suceso 'casual' acaecido en el camino de Casa Blanca, torre núm. 242, llamada de Fortis. Y se dio la siguiente versión:

Florentina Garralaga García, de 70 años, viuda, quedó sola en la cocina de la casa, las ropas se le incendiaron con la lumbre del hogar y falleció a consecuencia de las quemaduras. Un médico certificó la defunción.

La policía se trasladó al lugar de la ocurrencia. El jefe Sr. Muslares advirtió bien pronto huellas indelebles de un horroroso crimen. Al parecer, la infeliz anciana había sido asesinada; la habían muerto a hachazos y luego los criminales prendieron fuego al cadáver para simular un acaecer casual y burlar la acción de la justicia. El cadáver presentaba anchas y profundas lesiones en la cabeza y otra en la muñeca izquierda.

Esta infeliz mujer vivía allí con su hermano, Fernando Garralaga, la esposa de éste y un hijo del matrimonio, llamado Santos Garralaga Vela, de 22 años. Estos trabajaban en la Torre a 30 metros de  distancia de la casa, y han declarado a la policía que no se enteraron de nada, ni siquiera oyeron voces de auxilio. Al terminar la faena subieron a la cocina y se hallaron -añaden-con el triste cuadro de la hermana y tía, respectivamente, tendida en el suelo entre el sofá y las tinajas, y humeantes todavía las ropas.

-Nosotros -agregan los parientes-, le echamos cubos de agua encima, pero ya no había remedio. Eran poco más de las diez de la mañana.

La cocina tenía las ventanas entornadas a fin de amortiguar los efectos del calor. Los parientes no vieron entrar a nadie en la torre ni en puesto alguno se observan señales de violencia. Todo en la casa estaba en perfecto orden, de donde se deduce que hay que descartar del suceso la idea de un robo como móvil del asesinato.

¿Quién mató a la vieja?

Esto aparece envuelto por ahora en el misterio. Afirman los parientes que Florentina era pobre y que ellos la sostenían, soportando a gusto la carga, pues era una hermana que siempre se llevó bien con Fernando y con la esposa de éste. El juzgado de guardia de San Pablo intervino oportunamente. Enterado minuciosamente del suceso, procedió a la detención de Santos Garralaga y a la de su madre, quedando incomunicados. El hermano de la víctima quedó en su casa, enfermo y en cama, a consecuencia de la terrible impresión sufrida. La piadosa hermandad de la Sangre de Cristo recogió el cadáver, trasladándolo al Depósito judicial.

Esperamos que las actuaciones aclaren el misterio y desvanezcan las sombras que envuelven este suceso horripilante. Por si podía tener alguna relación con el cruento suceso, buscó ayer tarde la policía a un criado de la torre, llamado Esteban Porcel, el cual no había vuelto desde el domingo. Se practicó un minucioso reconocimiento en casa de su madre, que no dio resultado favorable al fin que se proponían. La madre dijo que Esteban había estado en la tarde del lunes para cambiarse de blusa, pues la que llevaba se la mojó completamente con la tormenta. Después no ha vuelto a saber nada de su hijo.

Se ha comprobado que la anciana llevaba la llave de una sala del piso alto donde guardaba algún dinero; pero no se ha echado nada en falta. El hermano de la infeliz mujer quedó anoche en la casa, bajo la vigilancia de dos agentes de policía, pues continuaba en un estado de postración tal, que le impedía trasladarse a la cárcel ni aun en carruaje. El juez D. Gerardo Vázquez y el jefe de vigilancia D. Alberto Muslares trabajan activamente para descubrir al autor del crimen.


Y al día siguiente:

El juez de instrucción señor Vázquez, y el jefe de la policía, continuando sus gestiones para esclarecer el crimen cometido anteayer en el camino de Casa Blanca, dieron órdenes para proceder a la busca y captura de Esteban Porcal, que como ya dijimos abandonó la casa del suceso el mismo día en que este ocurrió. Agentes de policía y guardias municipales se consagraron con actividad a este servicio.

Se supo en las primeras horas de la mañana que el Esteban se encontraba en San Juan de Mozarrifar; pero pronto desapareció de allí y hubo que llevar las pesquisas por otros derroteros. Los agentes continuaron sus investigaciones con gran celo porque las órdenes del jefe recomendando mucho el servicio concedían gran importancia a la captura del Esteban. Al fin, por la tarde, los agentes Ciria y Pérez, que se encontraban registrando las inmediaciones del Arrabal, toparon con el sujeto en cuestión en un merendero del soto de Macanaz. Esteban se había transformado bastante, a pesar de lo cual fue reconocido por los agentes. Se había despojado de la blusa nueva que se puso anteayer en casa de su madre. Estaba vestido como quien se dispone a regar, con los pantalones recogidos y en mangas de camisa. Los agentes Ciria y Pérez condujeron al detenido a la inspección de vigilancia, donde momentos después el Sr. Vázquez le tomaba declaración en el despacho del jefe de la policía, Sr. Muslares.

Del interrogatorio a que sometieron los Sres. Muslares y Vázquez al detenido, se desprende que la pista del crimen era bastante segura. Este no confiesa nada que permita hacer afirmaciones; pero en cambio cada una de sus respuestas era una contradicción. Confesó que había dejado de prestar sus servicios en la torre de Fortis el pasado domingo; sin embargo a su madre le dijo en la tarde del martes cuando fue a cambiarse de blusa, que durante la tormenta tuvo que guiar un carro propiedad de sus amos hasta la casa donde prestaba sus servicios.

Los cambios de ropa no los explica de modo que pueda creerse. Según se ha podido averiguar, salió de casa de su madre con una blusa nueva, y ayer, al marcharse por la mañana de casa de unos tíos suyos, donde se alojó, en San Juan de Mozarrifar, vestía traje negro de chaqueta. En cambio, cuando fue detenido en el soto de Macanaz iba en mangas de camisa y con unos pantalones de mecánico recogidos hasta la rodilla.

Dijo primero que el traje negro lo había arrojado al río porque le molestaba mucho, y después afirmó que lo había escondido en una arboleda. Resulta de todo ello que desde el domingo Esteban Torcal ha cambiado tres veces de ropa. También declaró que se marchó el domingo de Zaragoza, y otras personas, que lo conocen bien, afirman que anteayer lo vieron en coche por Zaragoza. En la ropa puesta solo llevaba dos reales.

Cuando fue detenido llevaba Esteban una mancha que parecía de sangre. No se podía sin embargo afirmar que lo fuese, por lo cual se ordenó que se cortase el trozo de la camisa donde estaba la mancha  para proceder a su análisis. Ni por este detalle ni por otros se inmuta el detenido y niega rotundamente su participación en el crimen. Permaneció en los calabozos de la inspección hasta la noche, que fue conducido a la cárcel. Quedó incomunicado. También continúan incomunicados los otros detenidos. Fernando Garralaga, que por su estado no pudo llevarse a la cárcel, fue conducido ayer en una camilla al hospital, quedando instalado en la sala de presos. Justo es confesar que la detención del Esteban se practicó por las excelentes medidas que había tomado el Sr. Muslares. Por la mañana el agente Jesús Medina, con los vigilantes Ruiz y Diago, se trasladaron a San Juan de Mozarrifar, telefoneando desde allí la fuga del perseguido. Entonces se estableció un cordón de agentes por los puntos que podía aprovechar el fugitivo para entrar en Zaragoza, y merced a esta medida pudo practicarse la detención.


Resulta curioso el procedimiento judicial/policial. Parece que lo que se llevaba entonces era encarcelar a todo el que fuera sospechoso y luego ya se vería quién y cómo se soltaba. El 7 de agosto se publicaba:

Continuó ayer durante todo el día el digno juez del distrito de San Pablo, señor Vázquez, las diligencias necesarias para esclarecer el crimen cometido en la torre de Fortis. Algo ha podido esclarecerse; pero en definitiva no puede asegurarse aún que sea Esteban Porcal el autor del asesinato. El detenido insiste en sus negativas, y por otra parte persiste también en sus contradicciones. De ningún modo puede aclararse lo que hizo el Esteban en la mañana del martes desde las siete hasta después de las diez. Cada vez que se le interroga acerca de esto inventa nuevos argumentos. Son un verdadero lío las contestaciones del criado, tanto en lo que se refiere a las transformaciones de ropa como en la inversión del tiempo durante la mañana del crimen. Hay vecinos de cuyas versiones sobre el suceso parece desprenderse que el Esteban estuvo merodeando por aquellos contornos. Nada se atreven a afirmar en este sentido. Las circunstancias que envuelven el crimen, por otra parte, son para despistar en esta última norma que se sigue. En el registro practicado en la torre de Fortis, se demostró que no se había cometido robo alguno, a no ser que la vieja llevase dinero en el bolsillo, cosa que ignoran los individuos de su familia. Y, no habiendo robo, es difícil conjeturar acerca del móvil del crimen. El juez Sr. Vázquez continuará hoy sus gestiones practicando en la cárcel algunos careos.

Tal vez estas diligencias permitan al fin esclarecer el suceso misterioso acaecido en Casa Blanca.


Y, por fin, y para no ser pesado, el 8 de agosto aparecía en el periódico:

Insistiendo en su primera pista el jefe de la policía, Sr. Muslares, llevó ayer a su despacho a la madre del Esteban y a varias vecinas de la casa habitada por ésta. Fue ésta una de las diligencias de más

positivo resultado. Las vecinas declararon algo muy interesante. Dicen que a las once de la mañana se presentó el Esteban vestido de negro y con un lío de ropa en la mano. Preguntó por su madre, y como no estaba, dejó la ropa a las vecinas. Las vecinas no sospecharon de semejante encargo hasta el día siguiente, cuando al leer el crimen en los periódicos concibieron sospechas que las pusieron en guardia. Entonces entregaron la ropa a Francisca Vallés, madre del criado, la cual en principio se negaba a admitirla. Al fin la tomó, rompiéndola en pequeños pedazos. Algunos de estos pedazos los tiró a la calle y otros los escondió entre la basura, donde se han encontrado al practicar un registro la policía. Aún pudo reconstituirse la blusa, que estaba dividida en ocho pedazos y el pantalón en cinco. También se encontró un pañuelo con que envolvió la ropa y las alpargatas.

El Sr. Muslares hubo de trabajar ayer durante todo el día para dar cima a estas diligencias aclaratorias. El Esteban persiste en sus negativas y la familia de la asesinada fue ayer puesta en libertad.


Y para que no se quejen, con razón, los que me echan en cara que no 'cierro' las historias, aquí he tenido suerte y he podido averiguar el final: en julio de 1915 un jurado consideró culpable de asesinato a Valentín Esteban Porcal, y la Audiencia le condenó a cadena perpetua. El mismo día en que se daba a conocer la sentencia, Muslares -¡Muslares, qué poco te queda de aparecer ya por aquí!- cerró con éxito otro caso curioso, el de dos niños que se dedicaban a robar colchones (¡y los escondían en el lavadero del paseo de la Mina!). Pero esa es otra historia.


Y mañana...

El hombre que le limpió los zapatos a la infanta Isabel

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