Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El dentista que asesinó a un cura en el café Moderno

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Vale, sé que me van a decir que en esta ocasión Muslares tampoco tuvo una intervención decisiva, pero esperen que aún quedan casos por publicar en los que tiene papel protagonista. Lo que importa ahora es  que nuestro héroe, durante su breve estancia en Zaragoza (apenas dos años) también tuvo una semana 'horribilis'. Y a ello vamos.

Imagínense la Zaragoza de 1915. ¿Una balsa de aceite? ¡Ja! Hagan un poco de memoria: lunes, 19 de abril de 1915, el comisario Muslares comienza la semana deteniendo a una jovencita que se gana la vida entrando como criada en casas bien para luego desvalijarlas.  Y esa misma noche Muslares tiene que detener a un perturbado que se dedica a apuñalar a todos los que se encuentra a su paso en la calle de Alfonso. Del suceso se habla mucho en los días siguientes pero, al menos estadísticamente, todo parece indicar que durante unas semanas la tranquilidad reinará en la ciudad. Pero ya lo dicen ahora los entrenadores de fútbol, las estadísticas están para romperlas. Llega el sábado por la noche y...

Y luego...

Pero no adelantemos acontecimientos. Volvamos al sábado 24 de abril de 1915. Café Moderno en la calle de Alfonso I:

Es el segundo suceso ocurrido en el corto espacio de unos días y casi en el mismo punto, en la vía más céntrica, más concurrida y aparentemente más vigilada de Zaragoza, en la calle de Alfonso, cuando mayor es la animación y más bullicioso el enjambre de transeúntes. El otro día, un alcohólico, un desmandado, siembra el pánico en la calle de Alfonso, arremete cuchillo en mano a los transeúntes y, si no es por la intervención de un pacífico y valeroso ciudadano, aún seguiría a estas horas el hombre del cuchillo dando puñaladas a los vecinos. Anoche, otro perturbado -conocidísimo de todo Zaragoza- penetra en un café, en el café Moderno, dispara tres tiros contra un parroquiano que no se mete con nadie, sale tranquilamente del establecimiento y, si no es por otro ciudadano que se abalanzó sobre el agresor y lo detuvo, también seguiría a estas horas disparando tiros a diestro y siniestro. Ayer, el hombre del cuchillo. Hoy, el hombre de la pistola. No recordamos quién dijo que España era un presidio suelto. Por las trazas, nuestra ciudad no es un presidio; pero sí un manicomio suelto. ¿Por qué? No lo sabemos. Pero el caso es que del agresor de anoche en el Moderno había antecedentes en los centros oficiales; todo el mundo le señalaba con el dedo como un perturbado y, a pesar de todo, pudo cometer inconscientemente, o como fuese, un crimen que alarmó a la población entera. 

Serían sobre las nueve y media de la noche cuando vimos en los alrededores del café Moderno, en la misma esquina de la calle de Alfonso, grupos de curiosos que hablaban, discutían y comentaban.

-¿Qué ha ocurrido?-preguntamos a los grupos que estaban conversando frente a la puerta del Moderno.

Y uno cualquiera, un señor de los que hablaban, nos dijo con natural sencillez:

-Que Moreno, el dentista, le ha pegado tres tiros a un cura y dicen que lo ha matado.

-¿Por qué ha sido eso?

-Dicen que por nada; han sido tres tiros sin más ni más.

-¿Y quién es el herido?

-D. Valentín -contestó otra persona de las que había entre los grupos-.

-¿Valentín Ulzurrun?-interrogamos con cierta curiosidad.

El mismo; un señor sacerdote a quien todos hemos visto diariamente por la calle y en el café; iba con traje talar por la mañana, para cumplir con el precepto de la celebración de su misa; durante la tarde y en las primeras horas de la noche vestía de seglar y se tomaba su café y fumaba un cigarro como un buen burgués, callado, prudente y silencioso. 

Sin oir más detalles, penetramos en el café Moderno por la puerta que da a la calle de Alfonso. Vimos una mesa desocupada frente a la puerta, hacia la derecha, y en el suelo un charco de sangre; las sillas en desorden y cercado el lugar del suceso, en espera de la llegada del juez que había de instruir las diligencias sumariales. Nos refirieron el caso de la misma manera que nos lo habían contado en la calle. D. Valentín Ulzurrun Velasco iba tarde y noche al café y tomaba asiento habitualmente en la misma mesa; por las noches le acompañaba un matrimonio, D. Francisco Doz y señora, en cuyo domicilio está hospedado el sacerdote. En la misma casa del Moderno tiene su gabinete de clínica dental D. Emilio Moreno Bachiller. El Sr. Moreno salió de casa y se detuvo a la puerta del café breves instantes; unos amigos le vieron, saludáronle y les volvió la cara.

-A este Moreno -dijeron- tendremos que darle un día un descaro-. El dentista entró en el café y se fue directamente hacia la mesa en que se hallaban D. Valentín y sus acompañantes; no dijo una palabra; sacó una pistola Browning y rápidamente hizo tres disparos casi a boca de jarro contra el sacerdote. Algunos parroquianos, al ver al hombre de la pistola, creyeron que era un bromista, un amigo de los contertulios que apuntaba con un arma de juguete. Cuando oyeron las detonaciones y vieron que al segundo disparo el Sr. Ulzurrun caía herido, nadie se movió. El pánico se apoderó de todos; el Sr. Moreno salía tranquilamente a la calle como si nada hubiera pasado. Fueron momentos de terrible emoción. Pero hubo un parroquiano decidido, valiente, sereno, un individuo que se llama -según nos dicen- Manuel Gracia, forastero por las señas, que se levantó de su asiento y sujetó por los brazos al dentista Moreno; fue el único que le detuvo y lo entregó a los guardias, cuando ya todos querían lynchar al hombre de la pistola.

-¡Guardias! -gritaba el Sr. Moreno- ¡salvádme, que me quieren matar!-. El diputado provincial D. Antonio Lázaro, que conoce al agresor, se acercó al grupo de las personas que rodeaban al autor del hecho, y con éste y con los guardias, fue a las oficinas de vigilancia del gobierno civil. El herido, en los primeros momentos, se limitó a decir:

-Si yo no he hecho daño a nadie, ¿por qué ese hombre me ha matado?

Y en un coche fue rápidamente trasladado a la Casa de Socorro.

Hay que suponer la confusión enorme que produjo el suceso, habiendo ocurrido en punto tan céntrico y a la hora en que el Moderno está colmado de gente en todas las mesas. Se suspendió el concierto y todo el mundo se amilanó y quedó sobrecogido de espanto, hasta que poco a poco se dieron cuenta las gentes de la magnitud y de la importancia del suceso. En la calle de Alfonso ocurrió lo mismo; se arremolinó el gentío; muchos entraron en el café para ver las huellas del crimen, y otros, en los alrededores, preguntaban a los periodistas, a los guardias y a los curiosos. Como siempre ocurre en estos casos, corrieron de boca en boca fantásticas versiones; de ninguna hemos de recoger, como tampoco damos a este relato el rigor de un informe exacto, sino el simple valor de la impresión recibida y adquirida por nuestros informadores. En la calle recordaban todos a la víctima; reconocían que D. Valentín era un sacerdote anciano, sencillo y de buenas apariencias, que celebraba su misa unos días en el Pilar, otros en las iglesias donde le llamaban, y que el buen señor, después de cumplidos sus deberes -ya lo hemos dicho- modesta y severamente vestido de paisano, embozado en la capa, daba un paseo por las calles y entraba en el café a matar el tiempo. Del agresor se hablaba también mucho; de sus manías persecutorias, de sus antecedentes patológicos, de otras muchas cosas, en fin, que irán sabiendo los lectores. El Sr. Ulzurrun fue concejal republicano de nuestro Ayuntamiento; se ordenó de sacerdote años más tarde y vivía completamente apartado de la política.

El Sr. Moreno es un odontólogo a quien conoce todo Zaragoza. Por el gabinete de Moreno, dentista, de la calle de Alfonso, han desfilado muchísimos clientes.

En el Gobierno civil se poseen no pocos antecedentes del agresor y de su manía persecutoria. Hace cosa de un mes, un domingo por la mañana, ss encontraba el gobernador en su despacho y quedó sorprendido ante la presencia de un extraño que se coló en el despacho sin aguardar siquiera a que le anunciasen los porteros. El hombre venía jadeante como quien acaba de sostener una lucha. Muy exaltado pidió auxilio al gobernador, asegurándole que lo perseguían las turbas y que se encontraba indefenso en la calle. Pidió que lo acompañaran constantemente agentes de policía, porque de lo contrario no respondía de lo que pudiera ocurrir. El Sr. Isasa comprendió que se trataba de un perturbado y, como el caso le pareció bastante alarmante, llamó a la familia del visitante, que no era otro que el protagonista del suceso de anoche. Compareció D. Constancio Cella, cuñado del Sr. Moreno, el cual dio sus razones ante el gobernador, salvando su responsabilidad. Dijo que no podía decidirse a llevar al manicomio a un hombre que tenía establecido un hogar que mantenía a su madre y que vivía de una profesión en la cual estaba muy acreditado. Afirmó además que no creía que su cuñado tuviera la perturbación que se le achacaba. No se conformó con esta contestación e l gobernador y continuó gestionando una determinación satisfactoria. Finalmente arrancó al cuñado la promesas de que no dejarían armas en poder del maniático. 

El Sr. Isasa tiene una carta del pariente asegurándolo así; carta que el gobernador puso a disposición del juez para unir al sumario. La promesa fue medianamente cumplida, ya que el Sr. Moreno, en el momento de cometer la agresión, llevaba además de la Browning con que disparó, un revólver Velodoc.

El Sr. Moreno, en vista de que el gobernador no ponía agentes de policía a su disposición, llegó a proferir amenazas. Continuaba con su tema de que era perseguido por las turbas y de que el gobernador lo dejaba indefenso en la calle. Las amenazas decidieron de nuevo al Sr. Isasa a intentar nuevas gestiones y nada pudo conseguir de la familia, que insistía en no adoptar medida alguna contra su pariente. El Sr. Moreno envió también un comunicado a los periódicos, quejándose de que el gobernador no le auxiliaba; pero en los periódicos no llegó a publicarse el comunicado por la redacción especial que tenía, no muy normal y propia para inspirar recelos.

Los guardias de Seguridad números 8 y 34, que en el mismo café Moderno se hicieron cargo del agresor, lo condujeron a la inspección de vigilancia. El público se agolpó a las puertas del café y los guardias apenas podían pasar con el detenido. Sufrieron empujones y golpes. El público estaba irritado por el segundo suceso de una serie de casos extraños que viene turbando nuestra tranquilidad de poco tiempo a esta parte. Para no perder tiempo, dando lugar a que el público adquiriera más fuerza, los guardias no amarraron al detenido, quien tampoco opuso resistencia alguna para seguirlos. Por el contrario, les pedía protección. Se quejaba de la gente que veía a su alrededor e insistía en sus manías persecutorias. "Me quieren matar".

Pronunciando frases semejantes llegó a la inspección, donde quedó recluido e incomunicado en uno de los departamentos de las oficinas. Lo custodiaban cuatro guardias ce Seguridad. Se sentó en una silla y daba pruebas de gran agitación. Además de la pistola Browning con que cometió la agresión, se le ocupó -según hemos dicho- un revólver Velodoc. Este llevaba la carga completa. En la Browning faltaban tres proyectiles. 

El agresor se da cuenta perfecta de su hazaña y la relata de un modo un tanto pintoresco. Dice que el señor a quien agredió lo viene persiguiendo desde hace mucho tiempo. Añade que, disfrazado de distintas maneras, va a los bares y cafés para difamarlo. Últimamente, enterándose de que el Café Moderno es sitio concurrido, va todas las noches a él para seguir difamándole. Anoche, afirma el Sr. Moreno, entró en el café con ánimo de agredir a su difamador. Lo vio nada más entrar; pero como estaba con la cabeza baja, no muy seguro de que fuese el que buscaba, no se decidió a realizar sus propósitos. Pero en un momento en que el sr. Ulzurrun levantó la cabeza, acabó de darse a conocer, y entonces el Sr. Moreno sacó la pistola y disparó.

-Si no hubiera disparado yo -termina su relato el protagonista- me hubiera disparado él, porque le vi meterse la mano en el bolsillo, donde indudablemente guardaba un revólver.

De este modo contó el maniático su hazaña, momentos antes de ser incomunicado. Conviene advertir a los lectores que el Sr. Ulzurrun no llevaba consigo arma alguna, solamente se le encontró en las ropas la llave de su habitación. Repetimos que el Sr. Ulzurrun era una persona inofensiva y que no conocía al agresor.

A las once de la noche se presentó en la inspección una prima del agresor, con la cual vivía en compañía de su madre. Entró en el lugar donde estaba recluido su primo y conversó con él acerca del  suceso. 

Poco después de las once de la noche se constituyó el juzgado de guardia en la inspección y tomó declaración al señor Moreno. Naturalmente, se guardó la mayor reserva de esta declaración. Sabemos, no obstante, que el agresor rectificó en algún punto sus primeras declaraciones. Después de recapacitar algún rato el agresor, por lo visto se convenció de que se había equivocado. Una vez terminadas las actuaciones del Juzgado, el preso cenó en compañía de su prima.


Ya ven lo que se consideraba en la época un 'buen burgués': alguien callado, prudente y silencioso'. Es decir: alguien callado al cuadrado.

Creo recordar haber leído que el herido falleció días después, y por eso doy el crimen por cometido (sufrió dos balazos en la cabeza y uno en el abdomen). Pero la verdad es que no he encontrado el recorte, ni tampoco ninguna referencia al juicio posterior, si es que lo hubo.

Habrá más aventuras de Muslares, pero será dentro de unos días. De momento, si alguno de ustedes se ha perdido algún caso, allá van los enlaces:

1.¿Quién robaba el plomo de las torres del Pilar?

2. El comisario Muslares y el "timo de la guitarra".

3. El comisario Muslares y el caso del botones desaparecido.

4. Muslares y el hombre que acuchillaba a los paseantes.


Y mañana...

¿Qué fue del petróleo de Centenera?

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