Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El extraterrestre que tuvo una avería cerca de Huesca

ovni-copia
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A finales de los 70 y principios del 80, toda España vivía una 'fiebre Ovni'. Raro era el día en que la televisión, la radio o la prensa periódica no sacaba a la luz un nuevo avistamiento de platillos volantes o de seres extraterrestres. De todos los casos registrados en Aragón, el más sorprendente, a mi juicio,  es uno recogido por el periodista Juan José Benítez y que incluyó en su libro "La punta del iceberg". Así se contaba en HERALDO en junio del 83, sintetizado del relato que hacía el propio Benítez en el citado libro:

-El nuestro -explicó el joven industrial zaragozano, que tuvo sumo cuidado de adelantar que tanto él como su mujer eran escépticos en "esto de los ovnis'- fue un contacto... a través del cristal de la ventanilla. Fue en noviembre de 1974. Habíamos celebrado la fiesta de Santa Cecilia, y a eso de las tres y media o cuatro de la madrugada salimos del restaurante del Sotón, a 14 kilómetros de Huesca, con intención de regresar a casa. Nos despedimos de los amigos y arranqué mi '124'. Creo que fui de los primeros en enfilar la recta.

-El caso es que este punto fue de lo más curioso -terció la esposa del industrial aragonés-.

-¿Por qué?

-Muy simple. Recuerdo que, mientras circulábamos hacia Huesca, íbamos viendo los faros de los automóviles. Incluso, al salir del Sotón, una de mis amigas se despidió, recordándome que nos veríamos al día siguiente. Es decir, les llevábamos una ventaja de 500 o 1.000 metros cuando mucho. Pero, al ver a aquel individuo, los coches de nuestros amigos desaparecieron...

-¿Qué sucedió?

-Cuando nos encontrábamos a unos dos kilómetros de la venta -prosiguió el industrial- vimos a un hombre parado a la derecha de la carretera. Yo llevaba las luces largas. Se hallaba junto a la cuneta y como a unos ocho o diez metros. Me hizo señales para que parase y paré, naturalmente. Pero, aunque no circulaba a mucha velocidad -quizás iría a 60 kilómetros por hora-, le rebasé. Frené unos metros más allá y metí la marcha atrás. Sin embargo, tanto mi mujer como yo notamos algo raro...

-¿En qué?

-Al rebasarle nos dio la impresión de que llevaba una ropa muy extraña. Además, era muy alto...

-¿Qué estatura tendría?

-Cuando se inclinó para hablarnos a través de la ventanilla delantera, le calculamos unos dos metros. Esperó tranquilamente a que yo me situase a su altura y, como te digo, caminó unos pasos hasta situarse frente a nuestra ventanilla. Mi mujer, muy asustada, la había terminado de subir, bajando el seguro con el codo.

-¿Por qué razón cerró el cristal?

-Tenía miedo. Aquel tipo no era normal. Cuando yo me disponía a frenar para echar marcha atrás, mi mujer no paraba de decirme: "¡No pares... No pares!". Pero no le hice caso y retrocedí. Al ver al hombre que se acercaba a la ventanilla le dije a mi mujer que bajara el cristal, pero se negó en redondo. Y tuvimos que conversar con el cristal de por medio. ¿Comprende ahora por qué le decía lo del contacto a través de un cristal?

-¿Es que llegásteis a hablar?

-Sí, claro. Le pregunté qué necesitaba.

-Pero, vamos a ver -le corté-, si tenías la ventanilla cerrada, ¿cómo podías oírle?

-De la misma manera que él parecía escucharme a mí. La verdad es que le entendíamos perfectamente. Entonces me pidió una llave...

-¿Una qué?

-Una llave. Imagínate, una llave inglesa, pero que no fuera ese su nombre.

-No entiendo nada, le dije.

-Verás, con ese asunto me ha pasado algo raro. Al poco de tener este encuentro, olvidamos por completo el nombre que había citado aquel individuo. Ahora mismo, por muchos esfuerzos que haga, no puedo recordar... Sé que se trataba de un nombre técnico que definía algún tipo de llave de las muchas que se utilizan en mecánica.

Rogué entonces al testigo que tratara de reconstruir lo más fielmente posible aquel diálogo.

-Es difícil -me anunció-, pero más o menos fue así:

El hombre aquel pegó su cara al cristal. Nos observó unas décimas de segundo y yo le pregunté:

-¿Qué necesita?

-¿Disponen de una llave tal...?

-¿Habló en castellano?

-Siempre. Y sin acento alguno. Total, que aquel hombre debió notar nuestro nerviosismo -sobre todo el de mi mujer- y nos dijo que no tuviéramos miedo. Que era el doctor Flor, de Barcelona...

-¿Tenía acento catalán?

-En absoluto. Su castellano era impecable.

El caso es que en esos momentos -amén de su aspecto y de sus ropas, que no tenían nada que ver con lo que conocemos- descubrimos a escasa distancia, en pleno campo y a nuestra derecha, un extraño objeto de forma semiesférica, posado en el campo y con muchas luces multicolores. Aquello terminó de aterrorizarnos...


Poco más se puede decir, que cada cual saque sus propias conclusiones. Parece que en el libro se daba mucha más información que en el reportaje, así que, si alguien lo tiene, que nos cuente cómo acabó la cosa.

Mañana, sábado, toca El Tintero, ya saben, alguna información o reportaje que sea consecuencia de algo publicado entre semana. Voy a saltarme el guión y, a petición de los lectores, seguiremos (y con esto damos por cerrado el tema) con el rodaje de 'Salomón y la Reina de Saba'.  Y contaremos...


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