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La vida secreta del Parque del Agua

El espacio natural, herencia de la Expo de Zaragoza, es ahora un espacio donde conviven paseantes y fauna y que guarda rincones misteriosos donde perderse

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El parque del agua, con los nenúfares de sus lagos
Ayuntamiento de Zaragoza

¡Una rana, hay ranas!". Despierta la melancolía escuchar a un niño asombrarse por la presencia de ranas en un rincón conocido como Ranillas por la abundancia, tiempo atrás, de estos anfibios. Afortunadamente, las cristalinas aguas donde crecen las plantas exóticas han logrado que las ranas vuelvan a ser protagonistas del meandro. Saltan cuando el paseante camina sobre los maderos, asustadas por la vibración y llenando las aguas de ondas resplandecientes.

El Parque del Agua ya se ha vestido con el traje del otoño. Llega la hora difícil para las plantas más delicadas, como los nenúfares y calas del rincón exótico, las espectaculares palmeras y los sobrios bambúes. Otras especies, aclimatadas o incluso endémicas en Aragón, como aromáticas, olivos, gramíneas, chopos y sauces, disfrutarán del invierno y recargarán fuerzas con las crecidas del Ebro para afrontar otro intenso verano.

La segunda primavera

Muy animado es el rincón dedicado a la estepa, cuyas especies se han aclimatado con gran rapidez. Sorprenden las estipas, ya altísimas, las fragmites con su punta plumosa llena de semillas y el verde pardusco del scirpus. Entre las aromáticas, las santolinas y lavandas todavía creen que sigue el verano. Estas últimas aprovechan que el calor ha remitido para regalar una segunda floración igual de bonita que la de la de abril. No son las únicas que viven una segunda primavera: los linderos de los caminos están repletos de malvas, escabiosas, moricardias, hinojos... Son plantas cuya gran profusión de semillas hacen que una segunda generación se beneficie del cálido otoño zaragozano brotando con la llegada de las primeras lluvias y llenando el suelo de nuevas semillas que nacerán la próxima primavera.

Los sotos salvajes

El soto de ribera es el verdadero tesoro natural del Parque del Agua. Parte está en estado salvaje, como la isleta en la ribera norte, cubierta de tamarices y juncos; otra parte, es intransitable para el paseante, que tiene que conformarse con admirar los tonos plateados del chopo blanco y el verde oscuro del chopo negro desde los linderos. Afortunadamente, una parte del soto se ha preparado para que pueda ser explorado. Los que se adentran en sus oscuros caminos se transportan a otro mundo, en el que plantas e insectos son protagonistas. Tamarices, chopos y fresnos entrelazan sus ramas y cubren toda la bóveda, transformando la luz en un paisaje irreal. En el suelo, enormemente fértil gracias a las crecidas del Ebro y la masa vegetal que crece cada año, medran los lampazos, con sus enormes hojas que recuerdan a las de las especies amazónicas. En los límites del soto, los clemátides todavía conservan sus semillas de formas marcianas.

En la parte del soto que ha sido recuperado, los árboles todavía tienen un porte diminuto. Aún faltan años para que los sauces llorones, los olmos y los chopos adquieran grandes dimensiones. A sus pies, se benefician del riego plantas silvestres, sobre todo capitanas y bledos, aunque también se ven las flores de las primeras caléndulas silvestres. En primavera, será un espectáculo ver cómo las crucíferas se adueñan de las situación y convierten el soto en un espectáculo multicolor. Mientras, habrá que esperar y conformarse con la tranquila vida del parque en invierno.

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