Por
  • Juan Antonio Gracia

Del Pilar a Guadalupe

Plaza del Pilar con vista a la Basílica del Pilar de Zaragoza.
Plaza del Pilar con vista a la Basílica del Pilar de Zaragoza.
Aránzazu Navarro

No se sentirá extraño nuestro querido don Ernesto en tierras extremeñas y hasta pudiera ser que, después de tomar posesión de su sede episcopal, sus nuevos diocesanos, gente noble y leal donde las haya, le digan ufanos que también la Virgen de Guadalupe es Patrona de la Hispanidad, que no en vano eran de su misma tierra los héroes que descubrieron y evangelizaron aquellas naciones que llamamos hispánicas.

Seguro que la primera visita de monseñor Brotons fuera de la capital de la diócesis será al santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Allí podrá constatar que la sagrada imagen porta una corona imperial en la que figura la sugerente y hermosa inscripción "Regina Hispaniarum", "Reina de las Españas". Fue coronada por el arzobispo de Toledo y Primado de España en presencia del rey Alfonso XIII el día 12 de octubre de 1928 fiesta de Nuestra Señora del Pilar.

Por si fuera liviano este amable guiño mariano en el nombramiento episcopal de don Ernesto, recordaré que la ciudad de Plasencia es conocida por su abundante y espléndido patrimonio arquitectónico como "la Salamanca extremeña". Situada a escasos kilómetros del Alma Mater Pontificia, fue precisamente en esta Universidad Salmanticense donde pasó el nuevo obispo largos años de su juventud estudiando, investigando, enseñando y ganando con su talento los más altos grados académicos en las ciencias religiosas, hasta convertirse hoy en punto de referencia y consulta en el universo de los estudios , congresos y debates teológicos en nuestro país y más allá de nuestras fronteras. Va a regir una diócesis que conoce como la palma de su mano. Creo que se encontrará cómodo y a gusto en su nueva y difícil misión.

Dos datos curiosos. Suele decirse que Plasencia tiene dos catedrales y es verdad, si bien su caso no tiene nada que ver con el de Zaragoza. Son dos construcciones distintas, solapadas, construidas en épocas y estilos diferentes. Y en fin, estoy persuadido de que no faltarán diocesanos que mostrarán al Pastor recién llegado el deseo de que trabaje cuanto pueda para que el pueblo y el monasterio de Guadalupe pertenezcan a una diócesis extremeña y no dependan, como sucede hoy, de la jurisdicción eclesiástica de Toledo.

Monseñor Brotons que sabe mucho de estas anomalías por haberlas padecido en Aragón, será un buen valedor ante el primado actual de Toledo, monseñor Francisco Cerro, que ya manifestó su opinión en el sentido de que Guadalupe debiera estar incorporada a la jurisdicción de una de las diócesis extremeñas.

Nuestra diócesis se alegra profundamente de que un sacerdote aragonés del presbiterio de la diócesis cesaraugustano haya sido llamado al servicio episcopal de la diócesis placentina y a los ministerios y empeños que le solicite la Conferencia Episcopal Española. Con la misma sinceridad confesamos que lo vamos a echar de menos porque sacerdotes como él nos son necesarios entre nosotros en esta hora gravísima de aguda crisis vocacional, envejecimiento del clero y profunda atonía del laicado.

Monseñor Brotons, en plena sintonía con la eclesiología del Concilio Vaticano II y con las orientaciones evangelizadoras del Papa Francisco, atento y sensible a los signos de los tiempos, es conde bajo los pliegues de una sencillez admirable una densa biografía intelectual y pastoral que permite augurar grandes frutos para la Iglesia de la España de hoy.

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