CELIA SÁNCHEZ-RAMOS

«En la Universidad recibimos cada año personas con formación más limitada»

La científica zaragozana Celia Sánchez-Ramos ha sido propuesta por un ente del Ministerio de Industria como candidata al Príncipe de Asturias por sus inventos en el ámbito de la salud.

«En la Universidad recibimos cada año personas con formación más limitada»
«En la Universidad recibimos cada año personas con formación más limitada»

Esta zaragozana acaba de ser propuesta por la Oficina España de Patentes y Marcas para el Premio Príncipe de Asturias de 2011, en la categoría de Investigación Científica y Técnica. Doctora en Medicina Preventiva y Salud Pública, licenciada en Farmacia y diplomada en Óptica, esta aragonesa es uno de los puntales en innovación de la Universidad Complutense de Madrid y una pionera en patentes enfocadas a ámbitos de la mejora de la salud de los ciudadanos que luego además tienen salida comercial. Si hace unos años despuntó por inventar un producto que a través de bloquear los colores dañinos protege el desgaste de los ojos y previe enfermedades como las cataratas (tiene aplicaciones, de forma incolora, desde en lentillas que filtran los rayos dañinos hasta en cristales para edificios), ahora ha recibido todos los reconocimientos por un sistema ultraseguro de reconocimiento de las personas por la identificación de la córnea, un método nada invasivo frente a los utilizados hasta ahora.


Fue elegida por un organismo de la ONU mejor inventora de 2009 y un año más tarde recibió el reconocimiento al mejor invento mundial en 2010. ¿Cómo se llega hasta ahí?

Con muchas horas de trabajo. Muchas. Y con una buena formación integral, no solo en conocimiento académico. Es necesario tener claro que estamos en el mundo para hacer algo. No tiene que ser hacer el mejor invento del mundo, es cualquier cosa con ilusión y esfuerzo. Tengo además suerte y algo clave, me he conseguido rodear de gente extraordinaria.


Y ahora la proponen para el Príncipe de Asturias.

Conseguir en dos años estos reconocimiento y la candidatura al príncipe de Asturias, es un honor. Y tengo que decir que claro que me encantaría ser premio Príncipe de Asturias. Pero por una cuestión, porque significaría que el esfuerzo y la línea de trabajo que hemos impulsado permitiría que España estuviera posicionada. Hace ya demasiados años que no hay ningún Príncipe de Asturias en el área de ciencia que sea español. Y eso es muy triste.


Para alcanzar un alto nivel de investigación primero hace falta una buena educación básica. ¿Considera que aún hay que hacer serios esfuerzos en Aragón y el resto de Comunidades?

Sí, creo que la educación base es fundamental. Desde los niveles más primarios de la educación. En mi opinión, la educación en España hasta los seis años está bastante bien. A partir de ahí, el problema es serio y en secundaria es muy serio. En la Universidad recibimos cada año personas con una formación más limitada. Hay áreas concretas, como Matemáticas, en la que la formación -ya sea en Huesca, Teruel, Zaragoza o por ejemplo Valencia- es muy limitada. Estamos muy por debajo de la mayoría de los estados europeos. Hay que tomar medidas sí o sí. No nos podemos quedar a la cola de Europa en formación. Podemos estar en el pelotón, pero de ninguna manera en la parte de más atrás porque nuestras capacidades son las mismas o mejores.


¿Es un buen cambio informatizar las aulas y los alumnos?

Sí, es algo imprescindible. Pero donde se tiene que trabajar más es en la metodología. Y no es tan difícil porque hay países en nuestro entorno que tienen un sistema mejor. Es tan fácil como ver qué países tienen los mejores resultados en sus alumnos y luego replicar la metodología.


En España hay grandes diferencias en educación según la Comunidad. ¿Quizá también sea cuestión de carácter?

La metodología es una. Es como la conducción: hay millones de conductores y todos tenemos un carácter diferente, lo que no cambia que el número de infractores esté en medias pequeñas. Pese al carácter diferente, la mayoría tiene una conducción válida, y eso no ocurre en el formación española hasta llegar a la Universidad. Sí podemos presumir de nuestros masters universitarios y posgrados. Ahí estamos al mismo nivel, e incluso mejor, que en el resto de Europa. Lo prueba el hecho que después sí son contratados.


¿Está afectando la crisis económica a la investigación e innovación?

La crisis está afectando a todo, por lo menos en el ambiente en que me muevo. Desde el punto de vista de la inversión, está siendo muy restringida en todas las áreas, y especialmente en investigación, que dificulta mucho el avance. Espero que podamos salir adelante pronto y que además lo hagamos reforzados. Y reforzados también en el sentido de que personas de generaciones posteriores entiendan lo difícil que es acceder a cosas que hace solo tres años eran muy accesibles a todos y que ahora están mucho más restringidas.


En Aragón ha habido problemas con la financiación de la Universidad. ¿No habría otros sitios donde cortar antes o es de la teoría de que las universidades se busquen la financiación fuera?

Las Universidades públicas tienen que tener ayudas públicas, pero no solo ayudas públicas. Tienen también que generar. Deben entender que su función no sólo es la docencia. Es solo una más. La investigación tiene que ser otra fuente de ingresos, como la transferencia de conocimiento, que debe ser otra. Ambas van unidas. A través de proyectos públicos a los que accedemos las universidades o a través de la comercialización o traslado a la sociedad de nuestras investigaciones mediante empresas. En Harvard, que desde luego es toda una referencia, el 35% de sus ingresos vienen de sus propias invenciones.


La Universidad de Zaragoza se quedó en un primer momento fuera de la convocatoria para centros de excelencia. Este año sí entró, pero se ha puesto en cuestión su capacidad investigadora. ¿Les daría algún consejo?

La Universidad de Zaragoza, como todas las universidades españolas salvo muy pocas excepciones, tiene poco asumido el planteamiento que defiendo. No tienen arraigada la transferencia de conocimiento.


Acaba de surgir una alianza entre las universidades del Valle del Ebro para apostar por la investigación agroalimentaria. ¿Qué le parece que los territorios opten por especializarse?

No es mala fórmula, pero siempre que no se excluyan a otras áreas de investigación. No me parece mal porque este tipo de iniciativas puede ser útil en los proyectos europeos a los que debemos tender sí o sí. Pero insisto, siempre que no haya una exclusión.


Aragón ha intentado encontrar una vinculación adecuada entre la universidad y la empresa con varias fórmulas, pero no se acaba de acertar. ¿Hay alguna modalidad genérica que sirva?

Sí hay fórmulas. Puedo contar mi ejemplo. En mi caso, trabajo en mi grupo en la Universidad Complutense para muchas empresas e instituciones públicas. Lamentablemente esta fórmula es muy minoritaria en España. He constituido además dos empresas. Una spin off (empresa de base tecnológica) de la Universidad Complutense y otra propia.


¿Hace falta un cambio de concepción?

Sí. Los investigadores que actuamos así no somos menos profesionales porque nuestro producto se comercialice. El conocimiento científico no está hecho para estar solo en la Universidad. Es un miedo antiguo en este ámbito en España. Parecía que si eres académico no puedes tener productos en la calle.


En Huesca tenemos Walqa, que es un centro de innovación, ¿Considera que están funcionando bien este tipo de organismos?

Creo que hay que rentabilizar todo. Hay muchas piezas diferentes, pero nos falta emulsionarlas. Hay que amalgamar todos los centros y esfuerzos que hay repartidos y construir un puzle realmente sólido sobre el que trabajar.


En España se lleva hablando mucho tiempo de la I+D+i, ¿se está quedando más en la teoría que en la realidad?

Puede estar pasando, pero desde luego sí puedo decir que en mi grupo de investigación de la Universidad hemos conseguido hacerlo realidad. En cuanto surge una primera idea, analizamos si es factible o no. Vemos qué hay en el mundo sobre eso, hacemos una búsqueda bibliográfica monumental para ver qué se ha publicado. Trabajar sobre algo que ya se ha hecho es simplista, no tiene sentido, es una pérdida de tiempo enorme. Y así no se consigue el objetivo final, que tiene que ser una aportación real a la sociedad a través del conocimiento. Me encantan los inventores genios, pero me encantan también los inventores investigadores, y ahí es donde tendríamos que posicionarnos en España. Que partan del conocimiento y puedan ir evolucionando hasta obtener la posibilidad de plasmarlo en un producto final.


Algunas de sus patentes con más éxito hablan justo de la prevención para evitar enfermedades que surgen con la edad, ¿Algún consejo, teniendo en cuenta que Aragón está ya muy envejecida?

Tenemos que empezar a trabajar ya. Y en todas las áreas afectadas. No solo en la prevención en temas la visión, que es mi área, y que es clave porque el ocio de la tercera edad es en gran parte un ocio de visión, como ver la tele, leer la prensa, pasear, etc. También en los problemas de atención primaria a las personas de más edad, de dependencia... Cada vez estoy más preocupada por este tipo de enfoque. Debemos apostar por la prevención.


¿Y se trabaja en ella?

La prevención es menos lucida, pero se debería poner el acento en ella. Pongo siempre un ejemplo: es más lucido ver una sala de prematuros donde se les está sacando adelante. Sin embargo, si realmente se hubiese conseguido completar el ciclo de gestación, esas semanas de vida uterina hubieran sido extraordinarias para el bebé.


Ahora que estamos en precampaña, ¿tendría alguna recomendación para los partidos en el ámbito de la investigación?

Tiene que haber en todas las universidades un vicerrectorado de transferencia de innovación. Hay que preocuparse por optimizar y rentabilizar el trabajo. Otra cuestión imprescindible es que en los sexenios de los investigadores cuenten las patentes de una manera importantísima. Patentes concedidas con examen previo. No es por mí, que ya he llegado donde tenía que estar, pero una persona joven que es investigadora, resulta que normalmente nunca ha hecho nunca una patente y no se le traslada esa importancia. No tiene quien le ayude.


¿Y en su caso cómo surgió su primera patente?

Un investigador extranjero me comentó que un asunto en el que había trabajado debía patentarlo antes de publicarlo. En España no es costumbre, pero en muchos países funcionan así. Acudí a dos de los investigadores más relevantes de mi escuela universitaria y no sabían cómo hacer una patente, aunque sí me encaminaron hacia un responsable. Realmente entendí que era lo bueno.


¿Se esperaba los reconocimientos que le han llegado ya?

No, en absoluto. La Organización Mundial de la Propiedad Intelectual me dio el premio a la mejor inventora, como persona. En el caso de la Convención Mundial de Invenciones en Ginebra, coincidió con la crisis del volcán, que con sus cenizas bloqueó el tráfico aéreo. Pero mantuve la decisión de ir, porque los inventos relacionados con la identificación a través de la córnea creía que lo merecían. Así que fuimos en coche desde Madrid, paramos a dormir en Zaragoza, y desde ahí ya fuimos directos a Ginebra. Es una convención espectacular, con más de 1.000 inventos de todo tipo, sobre todo de temas de seguridad, del ejercito.


Su invento puede estar muy vinculado también a ese ámbito.

Sí. En el certamen había esta vez menos inventos sanitarios, que son también muy numerosos, y más vinculados a la seguridad.


¿Cuántas patentes atesora?

Tenemos 13 familias de patentes y 448 patentes, que no son 448 inventos distintos. La titularidad es de la Universidad Complutense, yo soy la inventora y las ha licenciado una 'spin off' de la Universidad. A partir de ahí, las va a licenciar la empresa que fabrique cada invento.