El espectáculo de la berrea de los ciervos, un turismo activo cada vez más en alza

Crece el interés en la Sierra de Albarracín por conocer los hábitos de los animales en época de celo.

Un grupo de turistas observa poblaciones de ciervos en un observatorio de Orihuela.
Un grupo de turistas observa poblaciones de ciervos en un observatorio de Orihuela.
Ignacio Perruca

El centro de interpretación de la Reserva de Caza Montes Universales de Orihuela del Tremedal no da a basto. Desde mediados de septiembre se han disparado las visitas para poder escuchar la berrea, como se denomina a los bramidos de los ciervos machos en celo, unos sonido que liberan decenas de ejemplares al mismo tiempo durante un mes sumergiendo el monte en un clamor estremecedor. Se trata de una forma de hacer turismo que está en alza; que profundiza en el conocimiento de la naturaleza, pero también ahonda en el mundo de las sensaciones.

Uno de los pioneros en este tipo de actividades fue el centro de Orihuela del Tremedal, dependiente del Ayuntamiento de la localidad turolense, que organiza visitas guiadas al corazón del monte con objeto de adentrarse en las costumbres de la población de ciervos de la Reserva de los Montes Universales, un colosal espacio forestal de casi 60.000 hectáreas. Desde mediados de septiembre han disfrutado de esta oferta turística 200 personas, el doble, según dice la guía del centro, Marta Abad, de las registradas el año pasado. La temporada, no obstante, finaliza hacia mediados de este mes, por lo que la cifra podría seguir creciendo. «Este verano ha sido uno de los mejores de los últimos años en el turismo en general», comentaba la guía, quien aclaraba que han pasado por las instalaciones municipales 1.600 personas en los tres meses estivales.

Las visitas se realizan al amanecer y al atardecer, momentos en los que los machos, sin a penas prestar atención a su alimentación que cobra un papel secundario, concentran todos sus esfuerzos en atraer a las hembras con sus característicos bramidos. «No se pueden escuchar en otra época del año –indicaba Marta Abad–, porque este es el momento del celo de los ciervos. Los machos liberan la testosterona y marcan de este forma su territorio».

Resulta todo un espectáculo poder ver cómo los ejemplares de más de dos años, los mayores con cornamentas de múltiples ramificaciones y más de 150 kilos de peso, levantan la testuz para poder emitir los bramidos. «Parece como si hablasen unos animales con otros desde distintos puntos del monte», explicaba Angelina Martín, una zaragozana que junto con su esposo, José Antonio Gil, participó esta semana en una visita guiada. «Braman unos y responden los que están a varios metros. Es un sonido que impresiona», agregaba. El matrimonio vio esta propuesta turística a través de internet y, como se declara amante de la naturaleza, se inscribió sin pensarlo dos veces.

Con grupos reducidos, la visita comienza en el centro de interpretación, en el que los turistas reciben nociones básicas de la reserva y de sus habitantes, en especial, de los ciervos. Pero la aventura en realidad arranca en el paraje de El Villarejo, en un observatorio de madera, donde los visitantes, en absoluto silencio, escuchan y observan a través de prismáticos y catalejos a la población de cérvidos circular entre robledales amarilleados por el otoño.

Además del Centro, en la Sierra de Albarracín ofrecen este tipo de actividades empresas especializadas en turismo activo, como Quercus Aventura. Raymond Zeltner, uno de los guías, reconocía que cada vez hay más interés en la berrea. «Hace unos años los turistas se alojaban en la comarca y de paso querían escuchar a los ciervos en celo; ahora es a la inversa», explicaba el naturalista. «Llama mucho la atención y es una actividad que se difunde a través del boca a boca», agregaba. Zeltner destacaba que el visitante de la berrea es «muy variopinto». Asegura que familias con niños, parejas, grupos de amigos y, en general, personas de todas las edades se emocionan por igual de este espectáculo de la naturaleza. «Y eso –advierte– que ha sido un año muy seco, por lo que la naturaleza no muestra los olores y colores en todo su esplendor».

A medida que el día va anocheciendo, el monte se llena de sonidos guturales inquietantes, mientras una luna llena anaranjada indica el camino de regreso.

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