Fiestas de la Vaquilla

La fiesta conquista Teruel

La plaza turolense se ha llenado de miles de peñistas y visitantes que saltaron, gritaron y se remojaron con bebidas para celebrar el inicio de los tres días grandes de la Vaquilla.

Fiestas de la Vaquilla
Teruel se viste de blanco y rojo en las Fiestas de la Vaquilla
ANTONIO GARCÍA. BIKOFOTO

Una legión de jóvenes enardecidos reventaron este sábado a las cuatro y media de la tarde la plaza del Torico por todos sus costados para vibrar con la puesta del pañuelo al símbolo por excelencia de la ciudad de Teruel.


Lo que nació en 1983 como una anécdota en el programa festivo de aquel año, se ha convertido en el punto de arranque de los tres días grandes de la Vaquilla y en un acto de culto para los vaquilleros y los miles de visitantes que, fieles a esta fiesta, llegan cada mes de julio a la capital turolense.


No fue una puesta del pañuelo sin más. Frente al minuto escaso que suele durar la escalada por el pedestal del Torico y el beso a esta famosa estatuilla de bronce, David Degracia y Javier Esteban, los dos vaquilleros de El Disfrute elegidos este año para vestir de rojo al astado, permanecieron arriba casi cinco minutos.


Ambos subieron simultáneamente, cada uno por un lado, firmes y seguros, sin atisbo de nervios, al menos aparentemente. Así lo demostró Degracia, que nada más empezar a ascender jaleó con un brazo, mientras se sujetaba con el otro al fuste de la columna, a la masa humana que ya gritaba enfervorizada desde abajo.


Una vez arriba, los dos vaquilleros se lo tomaron con calma y decidieron disfrutar de su minuto de gloria –casi cinco, esta vez– a fondo. Besaron al toro, se abrazaron a él y también entre ellos, saludaron a la muchedumbre, volvieron a besar la escultura y le colocaron el pañuelo. Hasta ahí, todo normal. Pero cumplido el objetivo, en lugar de iniciar el descenso abrazaron nuevamente al Torico y brindaron con la multitud bebiendo sangría, uno con un vaso y el otro de la botella que alguien les hizo llegar desde abajo.


El brindis hizo estallar la plaza y ante tal griterío Degracia y Esteban optaron por abrazarse por segunda vez, con más fuerza si cabe, como si sellasen un pacto de sangre.Hoy empieza el año

"Para los turolenses, el año empieza a contar desde hoy, y no desde el 1 de enero", manifestó Carlos Vivancos, miembro de la directiva de la peña El Ajo –una de las más exitosas en público por la calidad y originalidad de los espectáculos musicales que contrata–, para resaltar la importancia del acontecimiento. "Ensalza el sentimiento turolense. Es muy intenso estar con tus amigos en la fuente del Torico mientras se pone el pañuelo a la escultura", añadió.


Toni Soriano, de El Trago, es otro de los vaquilleros que año tras año acuden al centro de la plaza del Torico para vivir "cuanto más cerca, mejor" el pistoletazo de salida de las fiestas de La Vaquilla. "Es mucha la ilusión y mucha la emoción. Cuando oyes gritar a la gente ¡Teruel! ¡Teruel!, y te encuentras entre ellos, es como si recibieras una fuerte descarga eléctrica", relata.Una jungla

Pero es difícil llegar al corazón de la plaza –por no decir imposible y hasta poco recomendable dada la gran masificación que rodea al acto– si uno, como si de un gran concierto o un Barça-Madrid se tratase, no acude con bastante antelación. A las 15.45, el Torico era ya una jungla de asfalto superpoblada por diversas ‘especies’.


Había gente enbadurnada de harina –o de cacao en polvo– que recibían con la gratitud de un naúfrago en alta mar los chorros de agua que desde algún balcón, para alivio de los peñistas, caían al suelo.


También, curiosos soldados de inspiración romana con casco de corteza de sandía y un cepillo clavado. Chicas en biquini, chicos vestidos de faralaes y de bomberos. Todo valía para exteriorizar la alegría del inicio de una gran fiesta.


No obstante, el equipo imprescindible para acudir a la puesta del pañuelo se componía de gafas de sol con montura de plástico y sombrero de ala estrecha comprados en los tenderetes, camiseta para tirar después a la basura, pantalones cortos, zapatillas deportivas contra los pisotones y, sobre todo, ametralladora galáctica de juguete de varios colores cargada con calimocho –vino con Coca Cola– u otra bebida pegajosa con la que remojar al primero que se cruce por delante.


Tras la puesta del pañuelo, Teruel ya no era la misma. Ríos de sangría mezclada con el agua caída de los balcones corrían por la calle de San Juan y la calle Nueva. Y una nueva peña muy numerosa, cuyo uniforme constaba esencialmente de una camiseta tintada de vino y hecha jirones, se extendió por toda la ciudad en busca de una ducha en la que quitarse el pringue y una orquesta en la que bailar hasta el lunes.


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