La vida en Ordesa a lo largo de 365 días

El naturalista Eduardo Viñuales publica ‘365 días en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido’, un cuaderno de campo con otras tantas imágenes que recogen el devenir desde el 1 de enero al 31 de diciembre

365 días en la vida de Ordesa
365 días en la vida de Ordesa
Eduardo Viñuales

“He visto bastantes montañas: el Himalaya, los Andes, los picos fúnebres de Nueva Zelanda, los Alpes y el Altai; todas, más nevadas que ahora. Durante toda mi vida he amado, yo diría que he adorado a las montañas, ascendiéndolas con pasión. Puedo comparar entre sí a muchas de ellas; pero, por ciego que sea el amor, creo tener razón al admirar más que nunca a los Pirineos (…) En la naturaleza pirenaica existe una poesía extrema, una armonía de formas, colores y contrastes que no he visto en ninguna otra parte".

Con estas palabras del conde Henry Russell, uno de los grandes pirineistas del siglo XIX, se abre el libro ‘365 días en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido’, con textos y fotografías de Eduardo Viñuales Cobos, editado por el Organismo Autónomo Parques Nacionales con motivo del centenario. Se trata de un calendario de la vida del espacio protegido, con 365 fotografías con sus correspondientes textos, donde el autor pretende reflejar las múltiples caras de Ordesa: los paisajes, la fauna, la flora, la interrelación con el medio humano, las labores que todavía perduran de pastoreo o la incursión de los visitantes en los meses más amables del verano.

El 1 de enero, el manto invernal solo deja aquí nieve y silencio. “Penetramos en uno de los mejores santuarios de la naturaleza de Europa”, escribe. Unas páginas después, llegado el día 6, el protagonismo es para el último ejemplar, llamado Celia, que fue hallado muerto en esa fecha del año 2000.

Ordesa no es nada sin los pueblos que lo rodean, y por eso el elemento humano está presente, así como su cultura y sus tradiciones. Por eso, los 28 días de febrero hacen un hueco a los carnavales antes de dar la bienvenida a la primavera, que en Ordesa se traduce en vida tras el largo letargo invernal. El momento álgido en el calendario del parque llega en los meses de mayo, junio y julio y se traduce en el libro en fotografías de orquídeas, agrupaciones de sarrios campando a sus anchas, joyas de la fauna entomológica de los pinares de montaña como la mariposa isabelina, prímulas y narcisos blancos en Cuello Arenas, llenando de color el camino de ascensión a Monte Perdido, el agua del deshielo campando a sus anchas por el agreste desfiladero del cañón de Añisclo o la marmota asomando por su madriguera.

La presencia humana se materializa sobre todo a partir del 1 de agosto. Viñuales recuerda “la necesidad de compatibilizar la conservación de sus recursos naturales con la difusión de los valores que encierran”. O una semana después, con un retrato, el de Pelayo Noguero, de Casa Garcés de Fanlo, uno de los últimos pastores trashumantes de Ordesa, que pasaba todo el verano en el alto puerto de Góriz. “Para muchos naturalistas detrás de este oficio tradicional hay un sabio y sostenible uso del medio natural, pues durante siglos y siglos, un año tras otro, extensos rebaños ganaderos vienen aprovechando el alimento estival que ofrece un ambiente tan adverso, pero productivo, como es la montaña”, escribe Viñuales.

El otoño irrumpe y empiezan a amarillear los pastos, una imagen que le sirve al autor para recordarnos que cuando pensamos en los paisajes naturales de Ordesa y Monte Perdido “enseguida imaginamos bosques, lagos o ibones, cumbres rocosas, gargantas y cañones… y no caemos en la cuenta de la destacada presencia de amplios prados, praderas de montaña o pastizales subalpinos de puerto que albergan una notable importancia ecológica”. Ese amarillo da paso a una más variada paleta de colores que inunda el cañón de Añisclo o el bosque de la Pardina del Señor.

El calendario retorna al invierno. En el último día del añó el sol ilumina el espolón de los Esparrets. “Cada día es igual, pero termina siendo diferente. Sentirlo y degustarlo es y será uno de los grandes privilegios que aún tenemos en Ordesa y Monte Perdido”, escribe. Precisamente el invierno ha sido lo más difícil de retratar, porque “es más largo y más monótono”, comenta.

“Nunca se había publicado un diario fotográfico así de preciso de ninguno de los quince Parques Nacionales de España”, asegura Viñuales, que se decidió a hacer un repaso a “los más representativos aconteceres de ese ciclo que se repite cada año, pero que nunca cansa ni aburre porque su discurrir es distinto, y por lo tanto resulta sencillamente maravilloso”.

Eduardo Viñuales Cobos (Zaragoza, 1971) es escritor, fotógrafo y naturalista de campo. Trabaja en el Departamento de Desarrollo Rural y Sostenibilidad del Gobierno de Aragón y ha escrito muchos libros de viajes y guías excursionistas. Cuando se planteó dónde presentar el libro, decidió que el mejor escenario eran los municipios del Parque, para dar protagonismo a los vecinos, quienes día a día contribuyen a mantener los paisajes de Ordesa. El periplo se inició en Vió (Fanlo), con hoguera y costillada incluidas, y pretende repetir en Bielsa, Torla, Puértolas, Tella-Sin y Broto .

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