Vivir al raso: "Ahora duermo bajo un techo y haré lo que sea para no volver al laberinto que es la calle"

Marian Badea pernoctó durante seis años en cajeros, pórticos, parques y albergues de Zaragoza, pero salió del sinhogarismo en 2016 y comparte un piso con tres compañeros.

Marian Badea vivió casi seis años en las calles de Zaragoza y en 2016 pudo salir gracias a la ayuda de Cruz Roja
Marian Badea vivió casi seis años en las calles de Zaragoza y en 2016 pudo salir gracias a la ayuda de Cruz Roja
Tony Galán

Marian Badea, de 51 años, habla sin tapujos de su brutal experiencia de casi seis años sin hogar pernoctando en la calle o en albergues de Zaragoza, donde acabó tras una mala racha personal y al perder varios trabajos en los que nunca estuvo dado de alta. En 2016 un equipo de Cruz Roja se cruzó con él en una de sus rutas nocturnas y su vida dio un giro radical. "Se han convertido en mi familia", asegura.

Ahora comparte piso con tres compañeros y echa la vista atrás con la satisfacción de haber superado ese trago, pero también con la incertidumbre de quien lleva desde 2021 intentando encontrar un empleo. "Ahora que duermo otra vez bajo un techo de verdad haré lo que sea para no volver al laberinto que es la calle", afirma con un acento que delata su origen rumano y una vitalidad que lleva a pensar que a partir de ahora solo va a ir a mejor.

"Cuando veo a alguien que vive en la calle siempre pienso que he perdido varios años de mi vida que no podré recuperar"

Llegó hace 17 años a la capital aragonesa, una ciudad que eligió porque la conocía su hermano, y trabajó durante cinco años "sin papeles" en un restaurante que acabó cerrando y después en un local de la Feria de Muestras: "Estuve 11 años sin cotizar, no sabía el idioma y solo pensaba en ganar algo de dinero para que viniera mi familia. Pero me vi en la calle, solo, con mi ropa en una bolsa".

Los cajeros, el parque Bruil y los alrededores del edificio Trovador se convirtieron en sus refugios. Estuvo de temporero en Ejea de los Caballeros recogiendo uva y naranja en Gandía. Le robaron la documentación, "que dejábamos junto con la ropa guardada para no ir todo el día cargando con ella". No sufrió ninguna agresión, "siempre huía de peleas y enfrentamientos". Tras una temporada en solitario se unió a un grupo de hombres "que nos llevábamos bastante bien". De esos amigos de circunstancias, relata con tristeza que ha visto morir a dos, uno de cáncer hace dos meses, y otro que falleció a la intemperie "posiblemente de frío". "Cuando veo a alguien que vive en la calle siempre pienso que he perdido varios años de mi vida que no podré recuperar", apunta.

Su salud se deterioró, estuvo hospitalizado dos veces por una tuberculosis "de la que estoy completamente recuperado". Y cuenta con orgullo un gran logro personal: cumple ya casi cinco años sin probar ni una gota de alcohol.

Desde que se desintoxicó y salió de la calle ha trabajado en un hotel y en una empresa de montaje de estanterías metálicas, ha podido conocer Portugal donde estuvo trabajando un tiempo y ha hecho media docena de cursos de carretillero, mozo de almacén, ayudante de cocina y manipulador de alimentos. "Me apunto a todo lo que me facilite más formación y posibilidades para tener un empleo. Soy consciente de que mis 51 años no me van a ayudar precisamente", dice.

"No quiero caridad, siempre lo digo, puedo mantenerme por mí mismo si me dan la oportunidad"

Hasta septiembre del año pasado percibió el ingreso mínimo vital (IMV) y ahora está a la espera de que saber si se lo renueven o no. Mientras, recibe de Cruz Roja tarjetas de alimentación y le sufragan las facturas de luz y gas de su vivienda, lo que le permite aportar su parte del alquiler, pagan cerca de 500 euros al mes, y de los gastos que comparten, incluida la cesta de la compra.

"No quiero caridad, siempre lo digo, puedo mantenerme por mí mismo si me dan la oportunidad", insiste. Mientras le llega hace todo lo que le puede para distraerse y "no darle demasiadas vueltas a la cabeza, "he pintado el piso varias veces y lo limpio continuamente", suelta con una carcajada. Está convencido de que ha vuelto a encontrar un hogar.

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