La jubilada que ha dado la vuelta a España en bus en 365 días regresa a Zaragoza: "Jamás me había sentido tan libre"

María del Carmen Lafuente, de 67 años, comenzó su periplo por todo el país el 3 de enero de 2022.   

María del Carmen Lafuente, este jueves ante la basílica del Pilar.
María del Carmen Lafuente, este jueves ante la basílica del Pilar.
Camino Ivars

¿Imagina dar la vuelta a España en autobús en 365 días? Hace unos meses, en mayo de 2022, contábamos la historia de María del Carmen Lafuente (Quintanilla de Tres Barrios, Soria, 1955), vecina de Zaragoza que, tras su jubilación, se planteó poner en marcha el que ha sido hasta la fecha el mayor reto de su vida. En aquel momento se encontraba en el Hostal Imperial de Mérida, donde apenas se creía lo que estaba consiguiendo. “Estoy en el mejor momento de mi vida”, admitía.

Hoy, ocho meses después, corrobora esta sensación. La aventura que inició el 3 de enero de 2022 culminó el mismo día, un año después, a las 15.15, en la estación de Delicias de Zaragoza. “Con tan solo 2 años me mudé con mis padres a la capital aragonesa donde me jubilé en 2020 tras media vida dedicada a trabajar como auxiliar de enfermería y a cuidar a mis padres”, recuerda.

Carmen Lafuente, saliendo desde Zaragoza en autobús.
Carmen Lafuente, saliendo desde Zaragoza en autobús.
H. A.

Tras morir su padre de cáncer, estuvo 12 años cuidando de su madre, enferma de Alzhéimer. Como suele ocurrir en estos casos, al fallecer ésta se dio cuenta de que se había quedado sin objetivos en la vida. “Recuerdo que le pregunté a mi hermana, “¿Y ahora a qué me aferro, si no tengo ilusiones en la vida?””, admite. Sin familia directa, ni cargas familiares, y con un buen estado de salud, parecía que había llegado el momento de tomar las riendas de su vida: “Decidí que quería aprovechar lo que me quedase de vida al máximo, y ya que no había viajado mucho, quise marcarme este reto conmigo misma para saber hasta dónde era capaz de llegar”.

Carmen Lafuente, en uno de los barcos que tomó para visitar las islas.
Carmen Lafuente, en uno de los barcos que tomó para visitar las islas.
H. A.

Y lo que ocurrió es que se ha demostrado a sí misma que es capaz de llegar a donde quiera en la vida. “Al principio me costó mucho. Era algo más torpe, no estaba acostumbrada. Los últimos meses no han tenido nada que ver con los primeros días”, asegura. Así, ha pisado las 17 comunidades autónomas -y sus 50 provincias, junto a dos ciudades autónomas: Ceuta y Melilla- a excepción de las siete ciudades que ya conocía: “Zaragoza, Huesca, Santander, Valladolid, Madrid, Barcelona y Oviedo”.

Claro está, adonde no podía llegar en autobús, lo hizo en barco. “Viajé a las islas Canarias y a Baleares, Ceuta y Melilla. Ha sido toda una aventura para una jubilada como yo”, admite entre risas. Otro de los retos del viaje era adaptarse a un presupuesto muy claro, en torno a 1.000 euros al mes de gasto. “He estado un año sin pisar un restaurante. He dormido en hostales, albergues y pensiones; y comido en universidades, hospitales y pensiones del jubilado. Nada de lujos”, destaca.

Incluso varios días ha comido en el banco de un parque o al aire libre, y llevaba un saco de dormir en la mochila por si alguna vez no encontraba un lugar para pasar la noche. “Afortunadamente no he tenido que usarlo nunca, me habría dado miedo dormir en la calle”, afirma Lafuente.

Carmen Lafuente, con José y Pepe, en Córdoba
Carmen Lafuente, con José y Pepe, en Córdoba
H. A.

Durante este viaje acumula una serie de historias, y sobre todo personajes, que no olvidará nunca, como a José y su hijo Pepe, de Córdoba, a los que conoció en un parque cuando les hizo una pregunta y acabaron llevándola en su coche a conocer varios patios cordobeses o la ciudad de Medina Azahara. O a Juanjo, un joven vagabundo de Pamplona al que le regaló el teléfono móvil que llevaba para emergencias. “He conocido a muchas buenas personas que me han aportado cosas que han cambiado mi forma de ver la vida”, explica.

La vida no termina cuando te haces mayor. La aventura continúa

Tampoco las noches que pasó en varios ‘hostels’ compartiendo habitación con jóvenes de todo el mundo. “Una noche, en un barco entre las islas, me enseñaron a jugar al póker ¡a mi edad!”, rememora, entre risas. Y es que si hay algo que tiene claro de este viaje es que le ha aportado mayor seguridad en sí misma. “Me siento más libre, más valiente y, sobre todo, orgullosa de mí misma”, reivindica. Lafuente se ha convertido en el firme testimonio de que la vida no termina cuando te haces mayor. La aventura continúa: “Quizás tengamos que hacer las cosas de forma diferente, pero tenemos un mundo de alternativas a nuestro alcance, sin prisas y con más experiencia”.

De forma paralela, la soriana ha ido escribiendo un libro autobiográfico, ‘Historia de una vida’, en el que relata, en forma de memoria, algunas de estas aventuras y dudas existenciales a las que se ha enfrentado en su día a día. “Fue un ejercicio para la memoria y un trabajo que me ayudó a poner en orden las cosas que me habían tocado vivir, de manera positiva. Ha sido un ejercicio muy sanador”, añade.

Por supuesto, la aventura no termina aquí, y la vecina de Zaragoza ya está pensando en su siguiente viaje. ¿El siguiente destino? Europa. “Estoy documentándome para el siguiente, haciendo cuentas, y viendo cuál sería la mejor alternativa”, explica.

Carmen, en Vitoria
Carmen, en Vitoria
H. A.

La soledad malentendida

Y es que, si hay algo que Lafuente tiene claro, por fin, es que no ha venido a vivir la vida que un día le dijeron que le tocaba vivir. “Cuidar de mi madre ha sido lo que más orgullosa me ha hecho sentir en la vida. Pero también soy feliz de ser lo que soy ahora”, reivindica.

¿Por qué? Porque Lafuente ha entendido que la vida es un proceso, no un objetivo que te marcas en la vida. “Cada uno tiene que decidir cómo quiere estar en el mundo. No hay que tener miedo a la soledad, no es un problema sino más bien una realidad con la que todos convivimos dentro de nosotros mismos”, admite. Y eso que, para ella, sí que fue un problema en un momento dado. Uno que la hizo sentirse infeliz. “Me costó entender que tenía dos alternativas: conformarme o enfrentarme a la soledad. Prefiero mil veces enfrentarme a las consecuencias de estar solo que utilizar a alguien por no atreverme a hacerlo”, reflexiona, decidida.  

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