medio ambiente

Tras la huella del cambio climático

En glaciares, ibones, ríos, bosques, suelos..., investigadores aragoneses rastrean las huellas que nos alertan sobre los efectos del cambio climático, que ya son irreversibles.

El investigador del Instituto Pirenaico de Ecología Jesús Revuelto observa la evolución del glaciar de Monte Perdido, con un láser escáner terrestre
El investigador del Instituto Pirenaico de Ecología Jesús Revuelto observa la evolución del glaciar de Monte Perdido, con un láser escáner terrestre
Instituto Pirenaico de Ecología

El pasado mes de agosto, el Panel Intergubernamental de Expertos de la ONU sobre el Cambio Climático (IPCC) hacía público su sexto informe de evaluación. Por primera vez, el mayor y más actualizado hasta la fecha de los informes, el que aúna el mayor consenso político y científico, a más alto nivel mundial, sobre las causas y consecuencias del cambio climático, confirma, reconoce "de manera mucho más rotunda", lo que ya se sabía desde hace décadas: que la humanidad ha alterado el planeta de forma irreversible. "Esto es lo realmente importante de este último IPCC", afirma Blas Valero, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC). Este panel describe cómo disminuyen las posibilidades de mantener a raya el calentamiento global en 1,5° C –objetivo marcado en el Acuerdo de París de 2016–, subraya "la urgencia de actuar" para evitar el desastre planetario y marca la agenda para la cumbre climática de Glasgow (la COP26), que se celebrará del próximo 1 al 12 de noviembre, y que, según todos los expertos, deberá marcar un antes y un después. De momento, el calentamiento global ya ha alcanzado el 1,1° C.

Sergio Vicente, también investigador del IPE y el único aragonés que forma parte de ese Panel Intergubernamental de Expertos de la ONU, destacó en su conferencia inaugural de la I Semana Aragonesa por el Clima –la ‘Aragón Climate Week’–, organizada por la Dirección General de Cambio Climático y Educación Ambiental del Gobierno de Aragón, cómo las tendencias observadas en diferentes variables meteorológicas no pueden ser explicadas sin esa intervención humana en las últimas seis o siete décadas. "Estamos en un periodo de incremento de temperaturas muy anómalo, que solo puede explicarse por el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero", afirmó el aragonés, para reiterar, seguidamente, que donde más patentes se hacen esos procesos del cambio climático es en aquellos fenómenos meteorológicos más extremos: precipitaciones, inundaciones, tormentas, olas de calor, sequías..., que son los que causan mayor impacto social, económico y ambiental. "Sequías ha habido siempre –reiteró–, el problema es que con nuestra acción –al igual que los otros fenómenos– esas sequías son más frecuentes, más duraderas y de mayor intensidad".

La Estrategia Aragonesa de Cambio Climático

En 2009 el Gobierno de Aragón aprobó la Estrategia Aragonesa de Cambio Climático. Horizonte 2030 (EACC2030), como respuesta a los compromisos internacionales adquiridos –Agenda 2030 y Acuerdo por el Clima de París–, y que fija los objetivos en materia de lucha contra el cambio climático y energías renovables. El documento recoge los resultados de un informe de proyecciones climáticas realizado por el Gobierno de Aragón, que pronostica un aumento de las temperaturas máximas y mínimas. Está previsto que "los aumentos de temperatura máxima para mitad de siglo (2040-2070) lleguen a 3° C en verano y a 2-2,5° C el resto del año, mientras que la mínima aumentaría en torno a 2,5° C en verano y 1,5-2° C el resto del año". En relación a las precipitaciones se espera que sufran descensos a lo largo de todo el siglo XXI, salvo en verano, a finales de siglo. 

La EACC2030 resalta que, a pesar de que Aragón supuso el 4,6% de las emisiones del total de España en 2016, en su territorio solo habita el 2,8% de la población española. Por lo que el indicador de emisiones/ habitantes resulta un 64,4% más elevado que el del conjunto nacional. "Este mayor porcentaje de emisiones por habitante se debe a las características del modelo económico aragonés, donde el sector agroganadero y, en ocasiones, el de procesado de la energía tienen un mayor peso que en el conjunto nacional. Ello, unido con la creciente despoblación, hace que Aragón sea un territorio especialmente vulnerable a las problemáticas derivadas del cambio climático".

las zonas montañosas, espacios particularmente sensibles

Al ser identificadas las zonas montañosas como espacios particularmente sensibles al cambio climático, los trabajos de investigación en el Pirineo, desarrollados por el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE), centro de investigación integrado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), resultan transcendentales a la hora de rastrear la huella que el cambio climático deja en Aragón. De hecho es aquí, en los glaciares pirenaicos, donde más se están notando esos efectos del cambio climático, donde son "muy evidentes". "Los ambientes helados son muy sensibles a cualquier cambio de temperatura, por lo que están retrocediendo de una manera –y esto es lo importante– sin precedentes en los últimos 2.000 años", asegura Ana Moreno, investigadora del IPE, cuyo trabajo se centra en "comprobar si estos cambios que apreciamos hoy, se encuadran dentro de lo que es la variabilidad natural del clima o tienen que ver realmente con un cambio climático, fomentado por la actividad humana, por el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera".

Varios investigadores se dirigen en una lancha, por el lago de Marboré, hacia el glaciar de Monte Perdido, en el Pirineo aragonés
Varios investigadores se dirigen en una lancha, por el lago de Marboré, hacia el glaciar de Monte Perdido, en el Pirineo aragonés
Instituto Pirenaico de Ecología

Glaciares, centinelas del cambio climático

Moreno ha estudiado el glaciar de Monte Pedido, el hielo que se ha acumulado allí durante miles de años, en busca de otros periodos de tiempo cálidos, "que sabemos que existieron en la época romana y en la Edad Media, para ver qué había pasado con el glaciar en esos momentos". "Y tuvimos evidencias –destaca– de que, aunque había retrocedido, en ninguno de esos momentos lo había hecho ni al ritmo actual ni había estado al borde de la desaparición total, que es lo que prevemos que ocurra en las próximas décadas". "Esto –continúa– nos pone en contexto temporal para poder afirmar que el calentamiento actual es excepcional, en cuanto a la variabilidad climática natural que vamos conociendo". Por eso, la científica llama a los glaciares "los centinelas del cambio climático", porque son los que vigilan y alertan sobre el peligro.

La investigadora del IPE Ana Moreno, en el glaciar de Monte Perdido, en el Pirineo aragonés
La investigadora del IPE Ana Moreno, en el glaciar de Monte Perdido, en el Pirineo aragonés
Instituto Pirenaico de Ecología

Jesús Revuelto, que investiga la evolución actual de los glaciares pirenaicos, ha liderado, junto con Ixeia Vidaller –ambos son también investigadores del IPE–, un estudio internacional en el que se han analizado los cambios de área y espesor registrados entre 2011 y 2020 en 17 de los 24 glaciares que existen en el Pirineo. "En este periodo, el área de los glaciares se redujo un 23,2%, mientras que su espesor disminuyó, en promedio, 6,3 metros, sobrepasando incluso en algunos puntos los 20 metros de espesor. En el glaciar del Aneto, cuyas pérdidas se estiman en un 24,3% en cuanto a su área y una media de 8,5 metros de espesor, se han registrado disminuciones de hasta 21 metros en algunas zonas», explica Revuelto. "Afortunadamente –continúa– los ríos del Pirineo no se alimentan de la fusión de los glaciares, como sucede, por ejemplo, en los Alpes peruanos, donde ciudades enteras dependen del agua de los glaciares".

Revuelto es experto en el estudio de la nieve, que no resulta un indicador del cambio climático tan claro y evidente como los glaciares, porque la nieve desaparece todos los años cuando llega el periodo de fusión, a lo que cabe sumar "la gran variabilidad climática" que existe en el Pirineo; "tenemos años con muchas acumulaciones de nieve y otros con pocas, y esto no es efecto del cambio climático, sino de las propias características del clima, por lo que es muy difícil ver cuál es la tendencia global, en lo que se refiere a acumulación de nieve. Tampoco hay una línea marcada sobre una reducción en la duración de la nieve o en las acumulaciones; tenemos años, como el pasado, con pocas acumulaciones, pero, si nos vamos a 2013 o 2014, vemos que se produjeron acumulaciones muy fuertes. Con esa variabilidad es difícil el extraer conclusiones", argumenta.

Jesús Revuelto, en las inmediaciones del glaciar del Aneto, al fondo
Jesús Revuelto, en las inmediaciones del glaciar del Aneto, al fondo
Instituto Pirenaico de Ecología

Nieve y reservas hídricas

Sin embargo, al investigador del clima de las montañas le preocupa que esas condiciones climáticas más cálidas, por el calentamiento global, provoquen una reducción en la temporada de nieve: "Nieve vamos a seguir teniendo –aclara–, pero, lo más probable, es que dentro de unos años, la nieve no funda en mayo o en junio, sino que desaparezca, prácticamente, en abril o en marzo", lo que puede afectar al actual modelo de gestión del turismo de nieve, un motor económico muy importante en Aragón. Y le preocupa cómo se van a gestionar las reservas hídricas, ya que el agua acumulada en forma de nieve, al fundirse, es un porcentaje nada despreciable de la que va a los ríos; y si esa fusión se produce en meses anteriores a los previstos... Y continúa: "en invierno va a seguir haciendo frío, sí, pero el calor nos va a llegar antes y vamos a tener más episodios de calor. Pensemos en los regantes que tengan que hacer uso del agua embalsada, pues, si hay sequía, menos agua disponible, y ese agua de la nieve, que tiene que llegar en mayo, con la fusión, no está, habrá interrogantes difíciles de responder". En definitiva, la nieve y los glaciares son elementos que necesitan para su subsistencia temperaturas bajas y todos los modelos de cambio climático «nos indican que con la evolución actual de emisiones de CO2 y la climática, las temperaturas van a subir. ¡Tampoco es que estemos descubriendo América!», exclama.

Los ibones del Pirineo también son ecosistemas muy sensibles al cambio climático. Lo sabe bien Blas Valero, renombrado investigador del IPE, que asegura que el número de días que están cubiertos por el hielo ha ido disminuyendo y que la dinámica de las pequeñas algas ha cambiado también como respuesta a estas mayores temperaturas de verano. "Hay toda una serie de pequeños impactos que demuestran que estos cambios en las variables climáticas son tan generalizados que afectan hasta a la profundidad de los ibones del Pirineo", afirma. También se están produciendo modificaciones en el límite del bosque superior. "Hay masas forestales de abetales –añade– que, con la subida de temperaturas, pueden verse más expuestas a otro tipo de problemas, como plagas, que van a reducir su desarrollo; incluso hay plantas que viven en las zonas de alta montaña, que van ascendiendo poco a poco, en altura", empujadas por ese incremento de temperatura. Y el régimen de los ríos pirenaicos ha variado: "Las avenidas brutales que antes teníamos en mayo, con el deshielo, ahora, pueden darse en febrero".

Blas Valero, investigador del IPE, realiza trabajos de sondeo en la laguna de Estaña
Blas Valero, investigador del IPE, realiza trabajos de sondeo en la laguna de Estaña
Instituto Pirenaico de Ecología

Impactos del clima en el paisaje, en el territorio, en los ecosistemas –reflexiona Valero–, "que tienen una dinámica interna, que no es lineal, y que, en el momento que superan un determinado umbral, generan una situación totalmente diferente". "Y será muy difícil para nosotros, como especie, adaptarnos; como comunidades, nos parece que somos muy resistentes y resilientes pero no lo somos tanto. Cualquier cambio en las condiciones naturales puede afectar mucho a nuestra capacidad de mantener la sociedad, la civilización tal y como la concebimos ahora". Para Valero, la gran aceleración que hemos vivido desde los años 50 del siglo pasado, marcada por el aumento del consumo y uso de recursos naturales, "va a hacer que los problemas que tengamos, en cuanto a crisis ambientales, se multipliquen". "Por lo general –concluye–, nos falta perspectiva histórica y no nos damos cuenta de que estamos viviendo un periodo de cambio tan acelerado en el planeta como no lo hemos vivido, como especie, en los últimos 800.000 años. Sabemos cómo era la atmósfera del pasado, y la nuestra, la de ahora, no tiene nada que ver. Y eso nos hace temblar".

Blas Valero, recogiendo muestras
Blas Valero, recogiendo muestras
Instituto Pirenaico de Ecología

Desertificación

Pese a parecer una paradoja, Santiago Beguería, investigador de la Estación Experimental de Aula Dei, del (CSIC), en Zaragoza, pretende "desmontar un cierto mito que existe en torno a que el factor fundamental para el aumento de la desertificación es el climático, que es importante, sí. Pero el que realmente la provoca es el sobre uso que hacemos de la tierra; es un factor antrópico, y ahí sí que podemos actuar". "Y me refiero a aspectos como la erosión del suelo en cultivos en laderas; la salinización de algunas tierras de cultivo por malas prácticas de irrigación; la contaminación generada por ganadería intensiva; la sobre explotación de los suelos por un mal uso de agroquímicos; o la expansión de los suelos urbanos", dice.

Volviendo a los efectos del cambio climático, "en Aragón –continúa– tenemos bastante territorio con un clima semiárido o subhúmedo seco. La aridez climática se considera un factor facilitador o propiciador de los procesos de desertificación. Y, sin embargo, no existe una evaluación sobre si se está produciendo un avance –en sentido territorial– de los climas que podemos clasificar como áridos, ni en Aragón ni en España", argumenta con cierto tono reivindicativo. "Es plausible esperar, sin embargo –explica– que un clima más cálido, y esto si está constatado, tiene que implicar una expansión de los climas semiáridos". La definición de desertificación, aclara Beguería, siempre va muy ligada a este tipo de climas que favorecen los fenómenos irreversibles. "La clave de la desertificación –insiste– es que se trata de un fenómeno irreversible de pérdida de fertilidad de la tierra, que la hace estéril, y eso solo ocurre en los que presentan aridez". Por otro lado, aunque hay evidencia del incremento de las temperaturas, "no ocurre lo mismo con el descenso de las precipitaciones; aunque la mayoría de modelos a futuro predicen ese descenso, no todos lo contemplan ni en la misma magnitud. Pero tenemos que trabajar con ese escenario –matiza–, porque, si esa aridez se extiende territorialmente, podemos perder capacidad de cultivar; al final, la aridez es la diferencia entre lo que llueve y la demanda atmosférica de humedad. Aunque llueva lo mismo, si aumenta esa demanda –si el aire se vuelve más desecante–, vamos a tener la misma aridez". Y, para terminar, aclara que no debemos relacionar la desertificación con la imagen del típico desierto, donde no existe el riesgo de una pérdida de fertilidad irreversible, de desertificación, porque ya es eso... un desierto. 

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