Tercer Milenio

En colaboración con ITA

La vida de las piedras

Los volcanes de Aragón: gigantes inofensivos

Son días de estar en vilo con una mezcla de espanto y admiración. Espanto por las pérdidas que tanta gente está sufriendo. Admiración porque de todas las formas que tiene la Tierra de gritarnos que está viva, el vulcanismo es una de las más sobrecogedoras y hermosas. Y mientras seguimos la evolución de la erupción de La Palma uno podría preguntarse cómo andamos de volcanes en Aragón. Un anticipo: que no cunda el pánico.

El pico de Anayet, resto de un pitón volcánico. Al fondo el Midi d’Ossau, parte de una caldera volcánica
El pico de Anayet, resto de un pitón volcánico. Al fondo el Midi d’Ossau, parte de una caldera volcánica
Ánchel Belmonte Ribas

No es habitual que lo geológico sea noticia. En una sociedad donde la prisa y lo efímero marcan el ritmo, los procesos lentos (a veces exasperantemente lentos) están condenados a la falta de protagonismo. Y los procesos geológicos generalmente son así. Pero no siempre. El paleontólogo inglés Derek Ager dijo que “la historia de cualquier parte de la Tierra, como la vida de un soldado, consiste en largos periodos de aburrimiento y breves momentos de terror”. La isla de La Palma, como el resto del archipiélago canario, es un auténtico paraíso donde millones de personas acuden cada año a descansar, alguno quizás hasta a aburrirse. Pero ahora toca terror. Toca un episodio de súbita construcción de paisaje. Tendemos a creer que vivimos en una postal. Pero a veces la postal tiembla, el río se desborda, se deshace el glaciar o la montaña del fondo vomita lava. Así funciona la Tierra. Esta es su normalidad.

Multitud de islas y archipiélagos son el producto de sucesivas erupciones volcánicas. Desde luego las Canarias pero también Islandia, Hawai, Eolias, Santorini, Azores… Todas ellas son de origen geológicamente reciente, sujetas a actuales o próximas erupciones. El hecho de que las habitemos no hace que su construcción se detenga.

En Aragón no hay volcanes activos, que pudieran erupcionar en cualquier momento. No los hay tampoco inactivos, silenciosos pero capaces de liarla en un futuro. Pero sí hay restos de volcanes fósiles.

En Aragón no hay volcanes activos, que pudieran erupcionar en cualquier momento. No los hay tampoco inactivos, silenciosos pero capaces de liarla en un futuro. Pero sí hay restos de volcanes fósiles, los que ya nunca volverán. La mayor parte de ellos o de su legado se esconden discretos, sin llamar la atención, en el relieve. Andesitas y riolitas en la serranía de Albarracín, basaltos en Javalambre y Nuévalos…, pequeños afloramientos de lava hecha roca de gran valor geológico sin protagonismo en el paisaje. Fragmentos que permiten a los expertos reconstruir episodios de la historia de la cordillera Ibérica pero que pasan inadvertidos.

En el Pirineo la cosa cambia. Sin dejar de haber rocas volcánicas dispersas, algunas de más de 400 millones de años, sí quedan restos inmensos de antiguos edificios. Los intensos procesos que han levantado la cordillera, y la erosión que afecta a los relieves tal y como se van elevando, han hecho que dos antiguos volcanes atraigan hoy también las miradas.

Dos antiguos volcanes

Uno es muy conocido: el pico de Anayet. Todo su entorno está lleno de evidencias de una pretérita actividad volcánica. El propio Anayet, formado por roca andesítica, se interpreta como el resto de la chimenea por la que hace unos 270 millones de años ascendió la lava y desde la que se derramaron coladas que hoy sirven de base a los ibones que brillan a sus pies. La misma cima del cercano Vértice de Anayet tiene una 'boina' de basalto fruto de otra erupción en la que la composición del magma alojado en la cámara magmática era diferente. Hoy el Anayet se mira a los ojos con el cercano Midi d’Ossau, parte de una caldera volcánica algo más antigua que tuvo un diámetro de seis kilómetros. Tiempos duros los de finales del Carbonífero y el Pérmico.

El otro gran relieve pirenaico formado por rocas volcánicas quizás sorprenda a algún lector. Se trata de El Pico, o pico de Cerler. Una magnífica montaña puntiaguda que domina el paisaje de la estación de esquí (curiosa la querencia de estos dos viejos volcanes por las laderas domadas a base de remontes) y que está formada por riolita, una roca volcánica cuya composición es similar a la del granito aunque con una textura completamente distinta. La primera fruto de un enfriamiento rápido sobre la superficie terrestre. La segunda resultado del enfriamiento lento a algunos kilómetros de profundidad y con tiempo por tanto para que se formen grandes cristales minerales.

En algunas vertientes de El Pico, los escaladores acarician hoy sin saberlo esta lava endurecida mientras trepan por los diedros y fisuras de paredes como la Torre de Marfil. 390 millones de años, allá por el Devónico medio, nos separan de una seguramente violenta actividad volcánica de la que prácticamente nada sabemos.

Y terminaremos este viaje por los restos volcánicos de Aragón en mis queridos Monegros. Allí, entre estratos de rocas sedimentarias y contra todo pronóstico, se encuentra una capa de ceniza volcánica. Material piroclástico traído por el viento desde una erupción ocurrida en algún lugar hace unos 20 millones de años.

Ya ven que, en cuestión de volcanes, la calma que respiramos es absoluta. Pero que haberlos los hubo. Rocas, coladas y cenizas son la firma, no siempre de lectura evidente, que nos han dejado en el paisaje. La Tierra, un planeta vivo, sigue su marcha. Y con volcanes o sin ellos, también en nuestro solar nos lo demuestra con multitud de procesos activos. Pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la UNESCO Sobrarbe-Pirineos

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