un año de covid

Residencias de ancianos en Aragón: de la tragedia a la esperanza

La covid ha causado estragos en los centros residenciales de la Comunidad, donde se contagiaron casi la mitad de los fallecidos. La vacuna ha frenado en seco los nuevos casos y permite mirar al futuro con optimismo.

Eugenio Giménez Lázaro, de 89 años, sale de la residencia covid de Casetas.
Eugenio Giménez Lázaro, de 89 años, sale de la residencia covid de Casetas.
José Miguel Marco

Las residencias de ancianos y de personas con discapacidad han sido uno de los escenarios más virulentos en la batalla contra la covid. Estos centros asistenciales reúnen los ingredientes ideales para que la pandemia cause estragos: grupos grandes de convivencia, contacto cercano entre todos y población muy vulnerable. El resultado del cóctel ha sido demoledor: pese a todos los esfuerzos, casi uno de cada dos fallecidos por el virus en Aragón procedía de alguna residencia de ancianos.

Este porcentaje llegó a ser del 80% durante la primera ola, lo que demuestra que con el paso del tiempo se ha mejorado en el blindaje de los centros. Ahora, cuando se cumple un año de covid en Aragón, la vacuna ha cambiado el escenario. Con un porcentaje altísimo de residentes y trabajadores ya inmunizados, los contagios se han desplomado. En las últimas semanas apenas hay nuevos casos, mientras que los contagios activos (personas que sufren la enfermedad en estos momentos) se han desplomado un 73% en un mes.

Por el camino, la pandemia ha dejado mucho dolor en las residencias, tanto en los usuarios como en sus familias y en los trabajadores. Especialmente por los fallecidos, pero también por el resto de residentes, que han pasado meses sin ver a sus familias, muchas veces aislados en sus habitaciones para evitar contagios... "Han respondido muy bien, nos han dado una lección a todos, pero claro que han sufrido un deterioro de su salud mental y, sobre todo, física", admite Emilia Bergasa, presidenta de la Asociación de Residencias de Ancianos y Servicios de Atención a los Mayores (Lares).

En marzo del año pasado, cuando empezó la pandemia, ella era la directora de la residencia Santa Teresa de Cáritas. Recuerda que durante el puente de la Cincomarzada, con lo poco que se sabía sobre el virus, empezaron a redactar protocolos, a formar al personal y cerraron las puertas del centro. "Ya veíamos que el virus, por lo poco que se sabía, iba a ser muy peligroso para las residencias", recuerda.

Durante el primer envite de la covid fallecieron 746 residentes en Aragón, casi los mismos que han sumado durante la segunda, tercera y cuarta olas juntas. "Hubo momentos muy duros; se juntaron las afecciones personales a los residentes, la ausencia de material de protección y la falta de personal, que también se estaba contagiando. Además del miedo que había ante la situación que se estaba viviendo", recuerda José Antonio Jiménez, secretario general técnico del Departamento de Ciudadanía del Gobierno de Aragón.

Cuando se vio el efecto que tenía el virus al entrar en una residencia (hubo brotes con decenas de contagios y con varios fallecidos), se decidió crear los llamados dispositivos intermedios, es decir, unos centros covid en los que ingresaban a los positivos que iban surgiendo en determinadas residencias. Fue una iniciativa pionera en España, y en pocos días se fueron abriendo en Yéqueda, Miralbueno, Casetas, Gea de Albarracín y Alfambra. En lo que va de pandemia, más de 1.500 personas han pasado por ellos, lo que ha tenido un efecto positivo para controlar los brotes. "Permite reducir la carga viral de las residencias, y los trabajadores pueden trabajar de forma homogénea porque saben que en los dispositivos intermedios solo tienen positivos", defiende Jiménez.

Para muchos familiares de los residentes trasladados, la situación ha sido angustiosa. De la noche a la mañana, les informaban de que a su padre o a su madre les llevaban, con covid, a una residencia a veces alejada de su centro original. Esto en ocasiones ha generado malestar, aunque Jiménez defiende que la legislación permitía estos traslados y que se habilitó "un procedimiento específico para informar a los familiares de la salud del residente".

Para la segunda ola, la situación mejoró. Con más conocimiento sobre el virus y mejores medios de protección, la letalidad comenzó a disminuir. La vacuna ha sido el ingrediente definitivo para mejorar la situación. Más del 95% de los residentes y trabajadores ya ha recibido al menos una dosis, y más del 90%, las dos. El efecto ha sido fulminante. 

Basta con hacer una comparación de cómo estaban los contagios en varias fechas: el 18 de abril del año pasado, en plena primera ola, había 1.544 casos activos en las residencias de Aragón, entre residentes y trabajadores; el 24 de agosto, durante el nuevo repunte que vivió la Comunidad, eran 908; y a comienzos de este mes de marzo, 307. El descenso de los nuevos casos desde que comenzó la vacunación ha sido del 73% entre los residentes y del 77% entre los trabajadores. A menos contagios, menos hospitalizaciones: si a comienzos de febrero había 75 pacientes ingresados en hospitales procedentes de residencias, y 43 atendidos en centros covid, ahora solo hay dos y seis personas en esas situaciones, respectivamente.

Esto ha permitido no solo que se desplomen los casos, sino también abrir la mano con las visitas de familiares y las salidas de los residentes, lo que supone todo un alivio y una enorme mejora para su calidad de vida. "Ahora estamos en una situación de respiro total y de esperanza. No tenemos brotes, pero seguimos dando información a las residencias y pidiendo prudencia, porque el virus está fuera. Hay que mantener las medidas de prevención, pero con la vacunación masiva disminuimos la carga psicológica que todos llevábamos encima", señala Emilia Bergasa, presidenta de Lares.

En la atención domiciliaria

La pandemia también tuvo su efecto en la atención domiciliaria. Muchas visitas se suspendieron por el miedo a los contagios, pero de manera paralela se dispararon algunas de las necesidades de los usuarios: "Había personas que vivían solas y que no tenían un apoyo familiar cercano. El confinamiento lo complicaba aún más. Hubo que garantizarles el abastecimiento de alimentos, medicamentos...", cuenta Elisa Causín, coordinadora de Servicios Sociales de la comarca de Cinco Villas. 

Allí atienden a unas 400 personas a domicilio, y este año de pandemia ha sido duro. "Al principio había pánico, porque había auxiliares que igual tenían que ir a cinco domicilios solo con unos guantes. Pero pronto eso se transformó y nos las ingeniamos para poder dar respuestas a unas demandas que eran totalmente nuevas", explica.

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