Por
  • Esperanza Pamplona

Lo que quedará de nosotros

Chica con mascarilla.
Chica con mascarilla.
Pixabay

El otro día me llegó una viñeta demoledora por redes sociales. De esas que te dan un puñetazo en el estómago y te enfrentan a la realidad de un plumazo. Una persona estaba sentada frente a un ordenador. En la misma postura trabajaba, compraba, asistía a clase, jugaba, hablaba con su familia, con su pareja… incluso podía tener un simulacro de sexo. Todo, frente a una pantalla, solo con mover un dedo. Sin salir de casa. Sin nadie cerca.

Ese es el mundo que tenemos en estos momentos. El que pretendemos abandonar cuando la vacuna llegue. Y esperar ya se nos da tan mal... Hemos perdido la costumbre. Nuestra paciencia alcanza el sonido de un clic, un pantallazo, el segundo en que un dedo se desliza por la pantalla. Lo que hay más allá no existe. No nos alcanza el interés.

Me pregunto qué quedará de nosotros, de los que éramos, cuando nos hayan vacunado. ¿Volveremos a ir de tiendas, a entrar en un banco o en una oficina? ¿Nos atreveremos a bailar con un desconocido? ¿Seremos capaces de ver una película entera? 

El coronavirus no nos ha hecho mejores personas. Tampoco ha centrado las prioridades de nuestros gobernantes. Solo nos ha vuelto más individualistas y más recelosos del mundo que asoma tras la puerta de casa. Nos ha dejado tristes, tremendamente tristes. Abrumados por nuestra propia fragilidad. Nosotros, que dominamos el mundo desde un teclado.

Sueño con ese día de estriptis general, cuando caigan las mascarillas y las sonrisas vuelvan a dibujarse.

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