Testimonios para no bajar la guardia

Relajarnos y propiciar un gran rebrote sería dramático para todos, pero hay personas que merecen especialmente que seamos conscientes de que la batalla ante el virus todavía no ha terminado

Sanz, Plumed, Villalta y Chueca.
Sanz, Plumed, Villalta y Chueca.
Heraldo

Cuando la muerte te ha mirado a los ojos, llevas meses luchando para que otros la esquiven o tu vida ha cambiado drásticamente por culpa del maldito virus que -no lo olvidemos- sigue por ahí suelto, determinadas actitudes duelen sobremanera. Bajar la guardia ahora sería dramático para todos, pero hay quienes merecen especialmente que no nos relajemos frente al coronavirus.

Las posibilidades de rebrote son elevadas, y hay que tomar las libertades adquiridas con cautela para no perderlas. Las aglomeraciones en algunas zonas y terrazas de algunas ciudades transmiten una falsa sensación de que la batalla ha terminado; contrastan con la prudencia con la que debería ser vista la desescalada.

Más aún, después de conocer los datos del estudio de seroprevalencia elaborado por el Gobierno central. Solo un 4,9% de los aragoneses -porcentaje que se puede extrapolar al conjunto de España- ha superado el coronavirus y tiene anticuerpos, lo que se traduce a que casi el 95% de la población está expuesta al contagio.

Los expertos consultados coinciden en que, por el momento, no tenemos inmunidad de grupo y debemos continuar extremando las precauciones. La cantidad de personas que teóricamente están exentas de contraer el virus es menor de la que se estimaba inicialmente, y eso implica que, mientras no haya una vacuna, el riesgo de colapso en los hospitales existe.

Los dos meses de presión y estrés que han soportado los profesionales sanitarios, contagiándose y desviviéndose por los infectados, podrían prolongarse todavía más por el mal comportamiento de unos pocos. Y ese terrible escenario, según cuentan los propios profesionales sanitarios, sería enfrentado de distinto modo.

La saturación física y mental se magnifica cuando proviene de las irresponsabilidades cometidas por otros. Las fuerzas decaen si el rival encuentra aliados inesperados e imprudentes. Es la sensación que transmiten los colectivos que están directamente expuestos al Covid-19 y sus fatales consecuencias.

Infectados, enfermeros, trabajadores de residencias, enfermos de máximo riesgo… todos coinciden en que dar un paso atrás supondría un golpe difícilmente asumible. Principalmente, entre aquellos que lo han dado todo por los demás y ahora se sienten, en cierto modo, defraudados. Volver a empezar no es una opción.

"Pasé de estar con niños a despedir a mayores"

Pilar Chueca, con unos compañeros.
Pilar Chueca, con unos compañeros.
M. P. C.

María Pilar Chueca, auxiliar de Educación Especial, tuvo que ‘reconvertirse’ en auxiliar de Enfermería a marchas forzadas. Ejerce funciones alejadas de su vocación en el centro covid de Casetas. La alegría del trato con los niños ha dado paso al dolor de la muerte.

"En unos días y con una mínima formación, pasé de estar con pequeños a despedir a mayores, comprobando si respiran o no en sus últimos instantes de vida. La gente que no se comporta como es debido tendría que acordarse de los que estamos sufriendo las consecuencias de la pandemia de forma directa. Llevo dos meses asumiendo responsabilidades que no me corresponden", explica Chueca, y adelanta que, si le comunican que va a tener que estar mucho más tiempo en esta situación por culpa de irresponsables, "va a ser duro porque el ánimo será otro". 

"No solo tenemos que mirar por nosotros"

María Ángeles Villalta.
María Ángeles Villalta.
M. A. V.

María Ángeles Villalta, alcañizana de 69 años, recibió un trasplante de riñón cuando tenía 53. Ahora, en plena pandemia de coronavirus, es considerada persona de máximo riesgo. Toma inmunodepresores y limita sus salidas a un paseo de media hora con pantalla y mascarilla. Sabe que el contagio sería fatal y lanza un mensaje contundente a quienes no toman en serio las medidas de precaución.

"Tras el trasplante, estuve cuatro años acudiendo a diálisis. La mayor parte de la gente, afortunadamente, no sabe lo que significa estar tanto tiempo enganchado a una máquina. Por eso les pediría que hagan el esfuerzo de ser responsables y vayan con el máximo cuidado. No solo tenemos que mirar por nosotros mismos, también tenemos que acordarnos de los que peor lo están pasando en estas circunstancias", advierte.

"Hemos llegado a acumular 90 cadáveres"

Carlos Lobera.
Carlos Lobera.
C. L.

Carlos Lobera, gerente del Cementerio de Torrero, ha vivido en primera persona la impotencia de quienes no han podido despedir a sus familiares durante la crisis. En días de máximo trabajo, le acompañaba la extraña sensación de no haber cumplido del todo con su cometido. Los duelos eran incompletos y más tristes de lo habitual.

"Hemos llegado a acumular 90 cadáveres e incinerar hasta 28 al día. Los hornos crematorios solo paraban entre las 4.00 de la madrugada y las 7.00, el tiempo justo para completar las labores de mantenimiento. Y con todo, sentíamos no haber completado el servicio. El hecho de no poder despedir a los difuntos es muy doloroso, y para nosotros también es triste ver cortejos fúnebres de tres personas y velatorios sin esos abrazos que se necesitan más que nunca. No podemos relajarnos ahora; debemos valorar lo mal que lo han pasado muchos".

"Los héroes de esta pandemia son los enfermos y familiares"

Elena Plumed.
Elena Plumed.
Heraldo

"El 14 de marzo tuvimos el primer ingreso en la uci, y en pocos días aumentó la presión asistencial. Fue muy rápido". Elena Plumed, intensivista en el Hospital Quirón de Zaragoza, recuerda cómo han vivido la atención a los enfermos más graves afectados por el coronavirus: "Son pacientes muy complejos, siempre trabajamos con guías y protocolos establecidos, pero no había evidencia de nada. Ha sido una carga física brutal unida a otra psicológica muy importante, por la incertidumbre que vivíamos o el miedo al contagio".

"Los compañeros nos mirábamos y decíamos: '¿Esto puede estar pasando de verdad?'. Era como una película de terror, una situación muy rara de descontrol". Para hacer frente a la emergencia del covid, se reforzó la plantilla, se doblaron turnos...: "Hemos salido de esta gracias al esfuerzo de todos".

"Para mí, lo más duro ha sido el aislamiento y la soledad de los pacientes y de sus familias". Esta intensivista reconoce que la situación "ha sido durísima", porque los allegados "estaban esperando 24 horas a que un médico al que no ponían cara llamara a la hora que fuera para darles noticias, que muchas veces eran malas". Plumed no duda en afirmar: "Los héroes de esta pandemia son los enfermos, y sus familiares".

"No me veo preparada para un rebrote y volver a empezar"

Raquel G.
Raquel G.
R. G.

Raquel G., enfermera de Medicina Interna del hospital Royo Villanova, ha cambiado su forma de vida para enfrentar la crisis, pero no se siente preparada para un rebrote. "Llevo dos meses inmersa en una situación de ansiedad permanente y mi cabeza no está preparada para volver a empezar. Hemos hecho todo lo posible por los demás y se me parte el corazón cuando veo a personas que desobedecen las normas", advierte, antes de explicar los problemas de conciliación familiar que está teniendo que afrontar.

"Cuando estalló la pandemia, estuve dos semanas sin ver a mis hijas porque las llevé con los abuelos para prevenirlos. Después cambié al turno de tarde para poder compaginar los horarios con mi marido y apenas puedo pasar media hora al día junto a él. Cuando me marcho todavía no ha llegado y, cuando vuelvo, ya se ha acostado con las niñas porque se levanta a las 5.00. Otras compañeras no ven a sus pequeños desde que se decretó el estado de alarma. Los llevaron con los abuelos al pueblo y, al estar en otra provincia, no pueden ir. Con todo, sacamos fuerzas de donde no las tenemos para atender de la mejor forma a los pacientes. Ciertos comportamientos son una falta de respeto porque esto ni mucho menos ha terminado", advierte Raquel.

"Escuché a un doctor decir que había muerto"

Jesús Sanz.
Jesús Sanz.
Heraldo

Jesús Sanz está de vuelta a casa tras haber pasado 52 días en la uci del hospital Miguel Servet. Llegó contagiado de un viaje a Benidorm del Imserso y fue ingresado de urgencia, abriendo la etapa más difícil de sus 76 años de vida. "Hubo muchos momentos en los que pensaba que iba a morir. Llegué a escuchar cómo un doctor le decía a otro que me había ido, pero afortunadamente me cambiaron el tratamiento y he podido salir adelante", explica, todavía desorientado por el largo periodo de ingreso y la dureza de la enfermedad.

"Por ahora soy incapaz de caminar, me veo como una sombra del que fui, pero confío en mejorar poco a poco", cuenta este albalatino que se vio al borde del abismo. "Atravesé el túnel negro de la muerte y estuve a punto de caer, pero Dios ha querido que siga vivo", concluye. 

"Fue un milagro haber sobrevivido"

Carmela Mondéjar.
Carmela Mondéjar.
S. del Val

Carmela Mondéjar salió de la uci del hospital Miguel Servet tras 53 días y desde la planta 9, donde fue trasladada, dice que "fue un milagro haber sobrevivido". El médico comentó que "tenía ojos con vitalidad" y al final superó la traqueotomía, el momento más crítico. Aun así, esta mujer de 66 años, asumió: "No me acuerdo de nada. No me enteré".

Agradece al doctor Paco y a todos los que la cuidaron su atención en la uci. Ahora vienen a verla facultativos de otras uci como ejemplo. Es consciente del efecto con su historia y bromea al calificarla de "mediática", por los mensajes recibidos y algunas llamadas, como las del alcalde de Canfranc, Fernando Sánchez, donde ella reside con su marido Santiago del Val. "Me escribió Ana, la hermana de Bumbury, porque llevó sus hijos al Británico, donde yo trabajé", explicó.    

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