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Y ahora, un nuevo daño

La intensa ola de calor sufrida a finales del pasado mes de junio dejó sobre los cultivos de frutas y maíz una huella hasta ahora (casi) desconocida. Un nuevo siniestro que agrava las dificultades del sector.

Un agricultor de Fraga muestra los daños provocados por las altas temperaturas en sus peras.
Un agricultor de Fraga muestra los daños provocados por las altas temperaturas en sus peras.
P. P.

Los agricultores aragoneses están tristemente acostumbrados a tener que lidiar con las adversidades climáticas. Cada vez las sequías son más frecuentes y más largas, las heladas llegan más tarde, las tormentas de granizo, muy violentas y en ocasiones acompañadas por vientos huracanados, se presentan antes y dañan mayores superficies de cultivo, por no hablar de los inviernos suaves, las primaveras secas y los veranos tórridos. Unos fenómenos que adelantan cosechas, provocan problemas de nascencia, favorecen las plagas, reducen los rendimientos o pican los frutos.

Y por si fuera poco, ahora comienzan a temer las altas temperaturas y las radiaciones solares porque llegan acompañadas de un nuevo daño. Lo sufrieron en propias carnes (mejor dicho, en sus frutos) durante el último fin de semana de junio, cuando se produjo el pico de una intensa ola de calor que se instaló durante seis días en Aragón e hizo elevar los termómetros hasta alcanzar los 45 grados. Una ola de calor, que llegó acompañada de un fuerte y abrasador bochorno, que se produjo precisamente en un escenario de sequía meteorológica, como la califica la Aemet.

Sus efectos, para sorpresa de los agricultores, se hicieron visibles en la piel de los frutos. Peras, manzanas, nectarinas, ciruelas, e incluso cerezas o uvas, aparecieron con enormes quemaduras. Y hasta el maíz sufrió tal estrés hídrico que sus hojas se secaron completamente.

Es cierto que el fenómeno ha tenido una localización concreta. Se produjo esencialmente en los cultivos del Aragón oriental, especialmente en las zonas productoras de Fraga (Huesca), en la comarca del Bajo Cinca, y Caspe (Zaragoza) y sus alrededores, en la comarca del Bajo Aragón Histórico.

Fue precisamente en la localidad oscense donde el mercurio batió récord este viernes, llegando a alcanzar la máxima de la Comunidad (y posiblemente de toda España) con 43,5 grados a las 15.20. Y allí fue donde la sorpresa de los fruticultores fue mayúscula. La mayoría de ellos nunca habían visto una situación similar, y aunque las organizaciones agrarias reconocen que en conjunto los daños no son cuantiosos, los productores afectados por las altas temperaturas y la radiación solar hablan de pérdidas de hasta el 30% de sus cosechas. Porque los daños son irrecuperables. Con la piel quemada, el único destino de estas frutas es el suelo, donde se tiran hasta su descomposición, aisladas del resto de la cosecha para evitar que puedan provocar algún tipo de plaga en los frutos sanos.

Los cultivos que se llevaron la peor parte son aquellos cuyos árboles tienen menor follaje y por lo tanto sus frutos están menos protegidos por hojas. Unas pérdidas que se unen a la inquietud por la cobertura del seguro agrario, ya que dada la ‘novedad’ del daño no tienen claro si el mismo está recogido en sus pólizas. Pero también hay temor de que este episodio tan inusual vuelva a repetirse a lo largo de la campaña de recolección, en la que todavía queda mucho trabajo y mucho verano.

No solo ha sido la fruta la que ha sufrido el infierno de la pasada ola de calor. En algunos cultivos de maíz de la provincia de Huesca -en casos muy puntuales, eso sí- la imagen fue sorprendente. Hubo fincas en las que los efectos del calor tiñeron de marrón las hojas de las plantas cuando ni siquiera había comenzado a brotar el grano. "Lo nunca visto" para los cerealistas, pero también para los técnicos de campo y los representantes de las empresas de semillas. En este cultivo el daño es más pasajero, porque el maíz tiene capacidad suficiente para tirar esa hoja muerta y seguir su curso.

Pero, independientemente de las pérdidas (que en esta ocasión no son muy elevadas) y de sus efectos sobre una superficie de cultivo muy localizada, lo cierto es que los daños provocados en el campo aragonés por las elevadísimas temperaturas se han convertido en objeto de estudio. Aunque todo el sector espera y confía en que haya sido un hecho puntual que no volverá a repetirse con frecuencia, ha dejado patente que el cambio climático está aquí, trae nuevos y sorprendentes fenómenos atmosféricos y obliga a pensar, como comienzan a plantearse algunos especialistas, que habrá que comenzar a diseñar herramientas y métodos que, igual que ahora protegen al cultivo del granizo, lo hagan también con las sofocantes olas de calor. También en los seguros.

"Nunca habíamos visto una cosa semejante". Lo repiten los agricultores cuando hablan de las quemaduras con las que se encontraron algunos ejemplares de manzanas, peras, ciruelas o nectarinas. No es una exageración de los productores. Lo aseguran también los técnicos. "Alguna vez habrá pasado algo parecido, pero ahora ha sido mucho más intenso. Yo habré visto en alguna ocasión diez frutos quemados, pero este año es que hemos visto por lo menos mil", explica Juan José Orriés, técnico de la Cooperativa Agropecuaria del Cinca e integrado en Redfara -Red de Vigilancia Fitosanitaria de Aragón-, que asegura que en sus 25 años como profesional no había visto una situación parecida.

El técnico detalla que las frutas más expuestas a los rayos solares más potentes han sido las más dañadas y, entre todas las especies, las quemaduras las han sufrido las que tienen la piel más fina. "Aquellas que tienen cierta pelusilla, las que son más engorrosas de comer para el consumidor, son las que están más protegidas", puntualiza, lo que explica que melocotones o paraguayos se hayan salvado de la fuerza con los rayos solares durante la pasada ola de calor.

Orriés asegura que las elevadas temperaturas son las únicas responsables de estas quemaduras. "Es como si cocieras una pera o una nectarina, que se hace dándole calor", detalla el técnico. Y aunque destaca que los daños no han sido importantes, ni en volumen ni en el aspecto económico, reconoce que "son preocupantes", porque las difíciles circunstancias que rodean a la agricultura, "vientos que tiran el fruto, pedrisco que dañan la cosecha, sequía que impide la floración, abundantes lluvias que pudren la fruta y traen plagas..." -como enumera- se agravan ahora con otra que normalmente no solía ser significativa.

Por eso, el técnico de la cooperativa oscense reconoce que el efecto de la ola de calor en los frutales obliga a pensar que quizá en un futuro haya que proteger determinados cultivos, incluso debajo de redes.

«Las redes tienen distinto color dependiendo del objetivo para el que se le colocan», explica Orriés, que puntualiza que su uso actual más común tiene como objetivo precisamente la situación contraria, esto es, atraer los rayos solares para que la fruta o el hortícola sea más precoz y pueda recogerse antes. "Si lo que se busca es protegerlo de esas radiaciones solares, entonces quizá haya que poner redes de otro color y comenzar a analizar cuál sería el más adecuado", añade.

De todos modos, esta solución no es tan sencilla como parece, porque, como añade este profesional, este sistema, muy utilizado también para proteger ante el pedrisco, resulta muy costoso para el agricultor, "por lo que si no es para proteger cultivos de mucho valor añadido es muy difícil que se puedan extender como una técnica habitual".

Hojas que se deshacen

Muy sorprendido asegura que se quedó Luis Geijo, técnico promotor de Pioneer (Corteva) en Huesca, cuando llegaron a sus manos las imágenes que mostraban los efectos de la ola de calor en un cultivo de maíz situado en la localidad oscense de Alberuela de Tubo.

"Hace unos tres años en una zona de riego de pie en Ontinar encontré un fenómeno que me llamó la atención porque nunca lo había visto. Hice unas fotografías y lo enseñe a otros compañeros y me explicaron que era un golpe de calor", relata Geijo, que señala que dicha situación se produce cuando la planta dedica toda su energía a transpirar, lo que provoca que la hoja se seque. "Se queda como el tabaco, se deshace en la mano", dice.

Sin embargo, a pesar de aquella experiencia y de estar familiarizado con otras sintomatologías relacionadas con el calor -el maíz se arruga o presenta un estrés hídrico en momento determinados de elevadas temperatura-, el técnico insiste en que "lo de este año no lo había visto nunca". Es cierto, señala, que en Andalucía se conoce el fenómeno, pero no porque lo hayan observado en los campos, sino porque realizan ensayos en los someten a las plantas a situaciones extremas para ver cómo se comportan en situaciones de falta de agua y sequía extrema.

"No es nada habitual2, insiste Geijo, más teniendo en cuenta que este cereal tiene capacidad para soportar una amplía gama de temperatura (desde los escasos 5 grados a los asfixiantes 45 grados). Por eso, este técnico detalla que lo sucedido en esos cultivos durante la intensa ola de calor no solo fue el efecto del mercurio. Tres fueron los factores que se combinaron para provocar tal imagen: unas altas temperaturas acompañadas por unos vientos secos y bochornos que llegaron en un momento de sequía. "Al parecer, en la zona en la que se produjeron los daños se había producido una avería en el riego que duró unos dos días y ese mismo efecto se pudo ver también en parcelas al lado de Huesca y en Lalueza, en las que el viento había provocado un funcionamiento incorrecto del riesgo por aspersión", puntualiza Geijo, que señala que en los maíces bien regados no se vieron este tipo de situaciones.

Hay otro matiz. "Este episodio de temperaturas tan altas ha llegado muy pronto, porque normalmente cuando hace mucho calor es ya el mes de agosto, cuando la planta tiene menos tejidos e incluso están más secos", señala. E insiste de nuevo en que "con maíces que todavía no habían espigado no es nada habitual, yo no lo había visto nunca".

No influyó la variedad de semilla, porque los técnicos comprobaron daños similares en híbridos diferentes, pero sí fue determinante el tipo de suelo. Aquellas tierras más ligeras, en las que se fertiliza más y la humedad se retiene menos, las posibilidad de sufrir estas quemaduras son mayores, explica. Unas advertencias que tendrán que tenerse muy en cuenta en previsión de que este tipo de episodios sea más habitual de lo deseable.

¿Sorpresa en los seguros?

Tan sorpresivo ha sido el daño que en los primeros momentos los agricultores afectados mostraban su inquietud por que no sabían si los seguros agrarios contratados incluían este tipo de siniestros.

«Sí se contemplan», señala el director territorial de Agroseguro en Aragón, Juan Cruzán, que explica que aunque las pólizas no lo recogen de una forma concreta sí viene contemplado como "resto de adversidades climáticas no recogidas en los riesgos, no controlables por el agricultor pero si constatables con un hecho concreto".

En estos casos la cobertura es por explotación, no por parcela, por lo que los agricultores hacen números y finalmente en la mayoría de los casos (si el daño no es muy elevado) terminan por no considerar provechoso reclamar una indemnización que puede pasar factura en el precio o la franquicia del siguiente año.

Cruzán destaca que la climatología está haciendo mucho más incierto el futuro de la agricultura porque los siniestros son cada vez más habituales, llegan antes, son más virulentos y abarcan una mayor extensión, por lo que reconoce que quizá los seguros tengan que adecuarse a este nuevo escenario. "Y los agricultores también", matiza.

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