Alfonso I y ‘das Tontonentum’

Alfonso I
Alfonso I
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Fue su partida de nacimiento, como quien dice, pero el Ayuntamiento de Zaragoza no conmemoró la toma de la ciudad por el rey Batallador, un empeño de su linaje, fallido hasta 1118. La campaña fue compleja. Vinieron cruzados bearneses y bigordanos, con sus jefes Gastón y Céntulo, y el norteño Rotrou, conde de Perche. Nuestros abuelos, en similar ocasión (el VIII centenario, celebrado en 1918-1919), dejaron legados magníficos, incluida la colosal estatua del rey Alfonso que señorea el Parque, obra de José Bueno.

La conquista aragonesa de Zaragoza se evalúa mejor dentro de esta secuencia: Toledo es ganada en 1085, por Alfonso VI de León y Castilla; Zaragoza, en 1118; Lisboa en 1147, por Alfonso I de Portugal; Tortosa (1148) y Lérida (1149) por Ramón Berenguer IV, a punto de casar con la reina Petronila de Aragón. Así, el Tajo y el Ebro fueron, en poco más de sesenta años, las nuevas fronteras de la cristiandad occidental europea y tres de esas ciudades, poco después, eran las capitales de sendos reinos.

Alfonso I, «rey de aragoneses y pamploneses», contrajo unas ‘descomulgadas bodas’ con la reina Urraca de León y Castilla, en segundas nupcias de esta. Se llevaron a matar y no engendraron al heredero que habría unificado dinásticamente casi toda la cristiandad hispana. Todo fueron desavenencias y disgustos. Tantos que, recientemente, alguien ha aplicado la abusiva -por incomprobable- calidad de homosexual al monarca aragonés, quien más parece misógino que otra cosa.

Anulada la boda, la herencia de Urraca fue para un hijo de su primer enlace: Alfonso VII, que se proclamó ‘emperador’ de Hispania, como lo había hecho antes -con más motivo- su padrastro aragonés. Muerto este, su hermano y sucesor, el rey monje Ramiro, repudiado por los navarros, se vio forzado a un cierto vasallaje, pues la Saraqusta taifal había sido tributaria del rey castellanoleonés y Alfonso VII, deseoso de mantener esa preeminencia, se llegó a la ciudad, pacíficamente, pero con tropas a las que Ramiro no podía oponer resistencia útil.

El inesperado rey Ramiro era un monje vocacional. Monje, pero no manso, como no lo fueron tantos clérigos beligerantes contra los ‘infieles’. Ramiro se vio en el deber de casarse («y no por lujuria de la carne, sino por la restauración de la estirpe», según hizo constar). Gravoso deber. En medio de serias dificultades y tensiones internas, la Zaragoza recién conquistada adquirió valor simbólico: Alfonso VII requirió del Monje una muestra de sumisión, un acto de «fidelidad personal, sin apenas efectos reales» (Sesma). En el verano de 1136, Ramiro pactó con Alfonso la recuperación plena de Zaragoza, pero una vez que este hubiera muerto.

Zaragoza y su amplia jurisdicción formaban el ‘regnum Caesaraugustanum’. Este ‘regnum’ era distinto del de Aragón. No formaba parte del tronco antiguo y era un reino en sí, tomado a los moros, como conquista personal (‘acapto’), no heredada, de Alfonso I.

El Concejo y Alfonso I

La fugaz hegemonía leonesa sobre el ‘regnum Caesaraugustanum’ explica el león heráldico de Zaragoza, trasplante del león ‘imperial’ que variaría del color púrpura al rojo. Admiten este origen Ángel San Vicente y Guillermo Redondo (de la muerte del cual hizo el viernes cuatro años), que ya postuló en el siglo XVI Jerónimo Blancas, el sucesor del gran Jerónimo Zurita.

La necesidad de atraer pobladores a la urbe amurallada (y fronteriza, no se olvide) llevó al rey Alfonso a ser clemente con los musulmanes y a conceder a los zaragozanos ventajas y exenciones fiscales, monopolios de pastos y cursos de agua, licencias para explotar baldíos, bosques y canteras, permisos de pesca y franquicias para exportar e importar mercaderías.

Así, los zaragozanos fueron pronto una comunidad vigorosa, dotada de beneficios envidiables y alto nivel de autogobierno: no se les podía juzgar fuera de su ciudad y esta podía tomarse la justicia por su mano si se lesionaban sus derechos, imponiendo penas severas e inapelables. A lo largo de 1118 y 1119 se instauró lo que podría llamarse el germen del ayuntamiento: veinte vecinos, designados «entre los mejores», se ocuparían de aplicar estos fueros, pronto famosos.

La Real Academia de la Historia (RAH) -a través de José Ángel Sesma, su único numerario aragonés- convocó a seis conferenciantes en torno al IX centenario de la conquista de Zaragoza . Sus textos (accesibles en el portal de la RAH) se han reunido en el reciente libro ‘Ciudades y frontera en el siglo XII hispánico’. Al revés que la RAH, el gobierno de Zaragoza prefirió en el bienio 2018-2019 (la ciudad se rindió en diciembre) olvidar su propio origen y la raíz de su capitalidad, que afectó a Aragón, primero, y a su Corona, además, puesto que en Zaragoza, y solo en ella, debían coronarse sus soberanos.

Conociendo el paño, cabe la sospecha de que la no conmemoración concejil haya obedecido a inanes prejuicios sobre lo ‘políticamente correcto’. Ignorancia pura y dura no puede ser.

Postula estos días Andrés Ortiz-Osés que debería crearse el Tontonazgo internacional (en alemán, ‘das Tontonentum’). Mi duda es si habría diplomas suficientes.

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