"Me levanto contenta y me acuesto agotada. Pero mi vida es genial"

La familia numerosa que conforman los Galindo-Triguero consta de seis hijos de entre 17 y 5 años. Forman un hogar caótico, ruidoso y feliz, en el que se hacen mil esfuerzos económicos y no se ahorra nada. Y donde se apuntan a todos los descuentos habidos y por haber

La familia numerosa Galindo-Triguero al completo, en el salón de su casa. De izquierda a derecha, Álvaro, Jaime padre, Javier, Jaime hijo, María, Abby, Nacho y Ana.
La familia numerosa Galindo-Triguero al completo, en el salón de su casa. De izquierda a derecha, Álvaro, Jaime padre, Javier, Jaime hijo, María, Abby, Nacho y Ana.
Aránzazu Navarro

Ni Abby ni Jaime vienen de hogares superpoblados. Ni siquiera un poco poblados. Ella tiene un hermano y él es hijo único, aunque tiene un hermanastro con quien nunca convivió. Pero en el colegio, Inmaculada (“por favor, mejor Abby, así me conoce todo el mundo”) tenía amigos con muchos hermanos y admite que le daban envidia. Así que cuando comenzó a salir con su hoy marido ambos lo hablaron y decidieron que en casa serían unos cuantos. “Dijimos que tendríamos cinco hijos”, recuerda. Después fueron seis. Y ahora los Galindo-Triguero forman un hogar populoso, un tanto caótico, ruidoso y absolutamente feliz. La 'culpa' la tienen Jaime (17), María (15), Álvaro (13), Ignacio (11), Ana (9) y Javier (5, “¡pero mañana cumplo 6!”, informa orgulloso el pequeño de la familia).

“El que más me costó fue el primero. Recuerdo que pensaba: '¿pero esto qué es?'. Estaba muy agobiada, pero Jaime y yo seguimos adelante con el plan. Y entonces llegó el segundo. Y me seguí agobiando un montón porque tenía a una hija en brazos y a otro pegado a la pierna todo el día”, rememora Abby, profesora en un colegio de Zaragoza. Para su sorpresa, con el tercero se relajó, porque los mayores se entretenían solos. Y a partir de allí “fue todo rodado”. Tanto, que a esas parejas que se plantan en el segundo les diría que no pararan: “¡Si lo más fácil viene ahora!”, cuenta entre risas. Y si donde comen ocho comen nueve, ¿daría la bienvenida al séptimo hijo? “En principio, no. Esto era como una rueda que se movía sola, pero el pequeño tiene ya 6 años, la rueda se ha parado en una rutina a la que ya nos hemos hecho todos, y ponerla de nuevo en marcha, empezar de nuevo... no, qué horror”, admite.

Esa rutina es, en realidad, una maquinaria bien engrasada y que funciona como un reloj. Todos tienen una tarea asignada que cambia cada semana, y uno de ellos descansa. Barrer, poner la mesa, quitarla, fregar... Jaime y María tienen autoridad sobre los más pequeños, aunque a ella le hacen más caso que a él. "Es más amable", dicen al unísono. "Es muy cercana", corrobora Abby, aunque tampoco quita méritos a su hijo mayor. A quien, por cierto, le encanta cocinar, mientras que a María se le da fatal, pero destaca en la costura. "Respetamos los gustos de cada uno", asiente la madre. Cada hijo recoge su habitación y sus cosas, y de los baños del piso de arriba se encargan los dos mayores. Todos tienen sus quehaceres en el hogar de los Galindo-Triguero.

Organización, por favor

Para que un hogar tan grande funcione, es clave la organización. Por la mañana, los mayores se encargan de los pequeños, ya que muchos días Abby se marcha antes que ellos y Jaime a las seis de la mañana ya está en su puesto de trabajo, en una empresa de residuos sanitarios en Osera. Desayunos, colegio, extraescolares... Ana y Javier comen en el colegio, los demás van a casa a mediodía. Y por la tarde, Jaime padre se encarga de recoger a todo el mundo. Abby cocina por las noches, tras planificar un menú semanal que luego cumple de aquellas maneras. "Reconozco que no me organizo bien. ¡La de veces que he ido a hacer una tortilla y resulta que no tengo huevos!", se ríe. La compra grande se hace los sábados, pero siempre tiene que estar reponiendo algo. Y es que la familia consume unos 14 litros de leche a la semana, 3 barras de pan en cada comida, incontables huevos... "Si cocino huevos fritos, hago 11", así que calcula", explica. Nunca ha tenido ayuda externa. Las abuelas han echado una mano siempre, pero son muy mayores y la familia siempre se las ha apañado sola, con algún que otro malabar. Como cuando algún hijo se pone en enfermo y uno de los mayores ha tenido que quedarse en casa a cuidarlo por la mañana. "Me da cargo de conciencia si tengo que pedir permisos por enfermedad por seis hijos. No acabaría nunca", asegura Abby.

Los esfuerzos económicos para sacar adelante a una familia tan grande son enormes, y el margen para ahorrar, escaso o nulo. Los imprevistos son "un dolor" y la preocupación por no disponer de un plan de pensiones, "una constante". Cuesta sobre todo el principio de curso, cuando tienen que pagar todas las extraescolares de los colegios de golpe, los libros que no les han podido prestar, la propia escolarización... "Septiembre es muy duro, pese a que los uniformes los van heredando y nos dejan casi todos los textos, pero siempre puede pasar algo". La lavadora (en constante funcionamiento) se puede averiar, el coche (una furgoneta de nueve plazas) puede necesitar mantenimiento... Tampoco hay mucho margen para el ocio familiar. Al cine no van todos a la vez, salvo en ocasiones muy especiales, y tampoco se come o cena en grupo fuera de casa. "Y eso que usamos todos los descuentos habidos y por haber", explica esta multimadre. Muchos pequeños comercios o franquicias los tienen, pero Abby se queja especialmente de una gran superficie que solo ofrece bonificación en los uniformes. "¿Qué pasa, que mis hijos no necesitan otra ropa, o juguetes, o comida?". También critica que en el transporte público deberían hacerles más descuentos.

La fiesta, en casa

Las vacaciones de verano no se contemplan. La familia vive en una urbanización con piscina y eso hace las delicias de los chicos, sobre todo de los más pequeños. Cada cual va unos días a un campamento, y durante el año todos acuden los viernes por la tarde a clubes de tiempo libre. Eso sí, una vez al año unos amigos les prestan un apartamento en Torredembarra y van todos juntos a PortAventura, "que tiene unos packs familiares fabulosos", explica Abby. Y en ocasiones especiales, como cumpleaños o comuniones, montan la fiesta en casa. Y todos tan contentos. ¿Y el futuro educativo de los hijos? "Los mayores tienen claro que irán a la Universidad de Zaragoza, pública y gratuita para nosotros. Otra cosa sería imposible", dice la madre. Jaime quiere hacer Derecho, María no sabe. "Algo de tecnología, o enfermería, o periodismo...", duda.

Y pese a todo, el ajetreo, las limitaciones, las ocasionales peleas, los sacrificios, los hermanos tienen claro que es un modelo de familia que les gusta y quieren imitar en un futuro. "Me gustaría que mis hijos vivan lo que yo he vivido, que es genial. Además, yo necesito ruido, saber que hay siempre alguien cerca. Si no oigo nada no me concentro mientras estudio, pero Jaime es al revés, él se va de casa cuando quiere estudiar porque no soporta tanto jaleo", cuenta María. Jaleo que puede provenir de Álvaro y Nacho improvisando un partido de fútbol en el salón, Javier jugando con un puzle desparramado por el suelo o Ana pidiéndole que le corrija los deberes de matemáticas. La televisión se pone poco, un rato antes de cenar, y lo que más les entretiene es jugar a las cartas. Como una familia normal y corriente. Solo que numerosa. "Me levanto contenta y me acuesto agotada, pero mi vida es genial", resume Abby.

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