Monesma y Cajigar: la dura vida en la altiplanicie ribagorzana

Monesma y Cajigar, municipio creado hace medio siglo por unión de estas dos localidades y sus despoblados, sufrió el éxodo tras el cierre de su mina de carbón y busca mejorar su presente.

Montse Lloret y Albina Villegas, con el Turbón al fondo.
Montse Lloret y Albina Villegas, con el Turbón al fondo.
Ángel Gayúbar

Situado a una altura media de más de mil metros, el municipio ribagorzano de Monesma y Cajigar se encuentra en el interfluvio de los ríos Isábena y Noguera Ribagorzana; es el resultado de la unión de ambas localidades en la década de los sesenta, saldada con la creación de un término municipal de 62 kilómetros cuadrados –casi más que los habitantes allí censados en la actualidad– a los pies de las sierras exteriores pirenaicas; el idílico paisaje, empero, no oculta la dureza de la vida en estas tierras.

Esta dureza que queda patente en su estructura urbana, marcada por la dispersión de caseríos habitados para aprovechar los recursos agrícolas y ganaderos de este municipio, que tiene como núcleo más cohesionado el de Cajigar. Ahí están los principales servicios; Monesma es un conglomerado de aldeas diseminadas a los pies del cerro sobre el que enseñorean las ruinas del que fue poderoso castillo de la localidad.

La riqueza arquitectónica local tiene sus ejemplos más destacados en la iglesia de Santa María de Cajigar y en el castillo y la ermita contigua de Santa Valdesca de Monesma. También son remarcables en lo arquitectónico los caseríos: Noguero, Puyol, Latorre, casa Gordo, casa Bonet, casa Solana, casa Llera, casa Somali, casa Bonaire, casa Llebot, casa de la Matosa, casa de la Morera o casa Sampere. En arquitectura religiosa, el municipio conserva ermitas de origen románico y otras épocas, como la tardorrománica iglesia de Soliveta, el renacentista santuario de la Virgen de La Pallaroa o la barroca iglesia de San Vicente Mártir de Las Badías.

La bonanza carbonera

Hubo un tiempo no tan lejano en que Cajigar era la modernidad, al menos en estos pagos. En los años 30, 40 y 50 del pasado siglo, la explotación de unas minas de carbón trajo al pueblo gentes de las más variadas procedencias, modernas maquinarias –relativamente– y todo tipo de vehículos e ideas. Todo acabó con el fin de la España autárquica: el carbón no era de buena calidad y los costes de su extracción no permitían beneficios. El cierre de la mina fue el desencadenante de una emigración que todavía no ha parado, y que tiene una difícil reversión.

En la actualidad, Monesma y Cajigar parecen sestear a los ojos de un viajero inadvertido de lo duro que resulta vivir aquí, lejos de los principales núcleos de servicios y establecimientos comerciales. Lo comenta con sencillez Montse Lloret, señalando que "aquí todos tenemos carnet de conducir y disponemos de varios coches en las familias, porque es imprescindible; sin saber conducir estaríamos vendidos". Montse apunta que quienes han decidido quedarse en estas tierras lo han hecho "por arraigo" y que se encuentran "muy a gusto" a pesar de los inconvenientes y del brutal éxodo del mundo rural que aún no se ha detenido "ni tiene trazas de hacerlo". "No obstante, hemos de recalcar que tenemos muy buen servicio médico y adecuados servicios asistenciales desde la Comarca", puntualiza.

Otra idea preconcebida entre los habitantes de la ciudad es que en el mundo rural todo es tranquilidad y el ritmo de vida es mucho más sosegado. No está muy de acuerdo Albina Villegas, quien recuerda que cuando era pequeña "tenía tiempo para todo, pero ahora ya no". Albina subraya que, también en estos pueblos, "la gente llevamos demasiado acelere, tenemos muchas cosas que hacer. Para poder vivir aquí se necesita mucho trabajo; los animales necesitan atención todos los días, y el resto de las faenas también requieren de cuidado permanente".

Que pese a ello siga habiendo vida en el municipio se debe, entiende Mari Miranda, a la "ilusión" de las familias en tirar para adelante, por la cohesión social y por la colaboración entre los vecinos. "Es algo que a mí me encanta, pero vemos que nos estamos haciendo mayores y querríamos una vida mejor para nuestros hijos; ellos serán los que tendrán que decidir si se quedan o se van", comenta.

Una decisión difícil porque, en opinión de Montse, a los pueblos "no nos favorecen en nada". Pone como ejemplo la vuelta de osos y lobos a estos parajes, de los que llevaban más de un siglo desaparecidos, y la sensación de peligro que su regreso ha generado en todo el entorno. "Otro de los problemas –tercia Maxi Miranda– es el de las comunicaciones: estamos a trece kilómetros de Arén y a otros tantos de la Puebla de Roda y con unas carreteras decentes podríamos cruzar de un valle a otro en un momento, lo que potenciaría las posibilidades de todo tipo en el municipio".

Los cuatro abundan en el tema de la mala señal de internet, factor también que desanima unos jóvenes que podrían tener futuro en este municipio de buenas tierras de labor, con notable cabaña ganadera y en el que comienza a arrancar un incipiente sector turístico, gracias al testimonio de quienes han descubierto la serena belleza de estos parajes.

LOS IMPRESCINDIBLES

Recordar es vivir

El volumen ‘Anotaciones para el recuerdo: Monesma y Cajigar’ es un trabajo colectivo auspiciado por el ayuntamiento sobre la base de unas conferencias ofrecidas por el historiador Francisco Castillón Cortada.

Tejería tradicional

El municipio tuvo pequeñas tejerías, en las que se fabricaban ladrillos y tejas para consumo local y de pueblos vecinos. Hace años se recuperó una de ellas en las inmediaciones de Cajigar para rodar un documental etnológico.

San Vicente Mártir

La parroquia de Monesma (siglo XVIII) es un templo de estilo barroco popular con una singular ornamentación pictórica. Tiene dovelada su puerta de acceso; sobre ella aparece grabada su advocación.

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