Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

Las fiestas de los pueblos

El personal lo aguanta todo con estoicismo: las subidas de impuestos, de precios, las promesas incumplidas, las listas de espera sanitarias, la recuperación económica que no palpa, está acostumbrado a un sufrimiento perenne de enero a diciembre. El ciudadano medio es un tipo ejemplar habituado a introducirse en la jungla de la vida con el machete de su trabajo, si lo tiene, y el respaldo de la familia. Y poco más. Había un célebre psiquiatra español que una vez deslizó una ‘boutade’ que estuvo a punto de arruinarle la carrera: afirmó que las fiestas de los pueblos ya no tenían sentido en este siglo, que las comunicaciones habían convertido en innecesarios los pregones, los encierros, los bailes ‘agarraos’, el penúltimo viva de las fiestas de la Asunción. Sostenía que antaño los pueblos eran islotes, lugares donde los vecinos se reunían cuatro días para fiestas, dejando al lado las trilladoras y las azadas. Y que ese sentido original se había perdido por la inflación descontrolada de charangas y juergas. Sin embargo, cada localidad de Aragón luce orgullosa su singularidad, su patrón, su programa. El personal lo aguanta todo, pero que no le toquen sus fiestas.