La virtud de las cosas sencillas

Coincidiendo con otro momento ardiente de la política española, Ismael Grasa publica “La hazaña secreta”, un pequeño gran libro sobre “algunas cosas sencillas” que acaban transformando el mundo.

Los españoles llegamos exhaustos al cabo de esta semana que trae cambio de gobierno. Mientras los ciudadanos preparamos responsable y concienzudamente nuestra declaración de la renta, muchos hemos escuchado a los líderes de los partidos políticos desgranar sus argumentos ante la moción de censura desde la convicción de que padecen una debilidad generalizada. Por eso mismo, coincido con lo que ayer escribía en este mismo espacio Víctor Orcástegui: vamos a seguir en el barro. La actitud de Mariano Rajoy tras la sentencia del caso Gurtel era difícilmente sostenible y la alternativa del PSOE cristaliza posiciones aparentemente tan dispares que sufre el mismo pronóstico.

En medio de tanta agitación, llega a las librerías una pequeña gran obra, “La hazaña secreta”, escrita por Ismael Grasa y publicada por Turner, editorial que ya dio en la diana con “La España vacía” de Sergio del Molino. En 48 capítulos, con sus correspondientes citas eruditas en las que caben desde Mariano Gistaín a Michel de Montaigne, Grasa escribe sobre “algunas cosas sencillas”. Aparentemente. Porque cada capítulo nos recuerda la importancia del saberse conducir en lo íntimo para acertar en lo mayor. O al revés, cómo el compromiso con lo general sólo es posible desde el compromiso con uno mismo y con lo que tiene al lado para ayudar a hacer mejor el mundo: desde el orden en la habitación de casa para recibir a pasear con la pausa debida una calle del centro de tu ciudad y, con ese uso amable, hacerla universalmente mejor.

El ensayo nos recuerda la definición clásica y clara de la verdad y de la mentira, la honestidad de la duda, de cómo el heroísmo -¡tan costoso!- es poca cosa frente a la dificultad de lograr la felicidad, o de la bondad de seguir aprendiendo, como una gimnasia moral.

También, del respeto que le debemos al tiempo que nos es dado -cada día, cada instante-. O cómo, si los objetos que nos acompañan o las ropas que nos visten hablan por nosotros, es preciso distinguir entre lo singular y lo que tiene valor y lo que no: aquello que está hecho con oficio, con materiales escogidos, con tiempo, con gusto.  Y cuidarlo. Sin desdén por lo demás.

Sin duda, la idea del respeto es uno de los ejes del libro: al lenguaje, a las cosas, a las normas de urbanidad. Pero sin resignación: todo lo que uno hace es político y, a lo Scott Fitzgerald, aunque las cosas no tengan remedio, merece la pena estar dispuesto a cambiarlas.

Como lo merece defender las ideologías que no excluyen y el derecho de todo hombre a tener la posibilidad de llegar hasta donde se proponga. O la necesidad de tener un “centro” propio y de estar en silencio para descansar hasta de uno mismo, de dar los buenos días, de amar las ciudades, del viaje como embajada del género humano… Son tantas las sugerencias que invitan a hacer acopio de la bibliografía incluida al final.  

Es oportuna también la reflexión de Grasa sobre el ‘saber estar’, que incluye saber cuándo uno debe ‘no estar’. Es decir, irse. Lo refiere para explicar que no es obligatorio reír cualquier gracia, ni asentir y ser cómplice desde el silencio. Para eso, mejor no estar.

Volviendo a nuestro presente, también podría valer. Uno tiene que saber cuándo debe ‘no estar’ y  minimizar daños. Tomando de nuevo palabras del autor, las democracias son las formas más complejas de gobierno, que se apoyan en la confianza en las otras personas y en la verdad, para hacer nuestra vida mejor. Tenemos trabajo para recuperar ambas y no dar razones a otro de los citados en el libro, Alexandr Herzen: “Al mundo latino no le gusta la libertad; lo que le complace es luchar por ella”. Y antes bien, protagonizar todos y cada uno de nosotros la humilde hazaña secreta de esforzarnos en hacer bien todo aquello que emprendamos.

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