País hallado

El traslado de una autombomba deja "desprotegido" el acceso al Parque Nacional de Ordesa.
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Laura Uranga

El 10 de agosto de 1802, festividad de San Lorenzo, Ramond de Carbonnières alcanzó la cumbre de Monte Perdido, perdido solo para los pastores franceses, ya que en los días claros es posible vislumbrar su cumbre desde Zaragoza. A los pies del pirineísta se extendía los cañones de Ordesa y de Añisclo. La belleza de las dos "grandes grietas" impresionó al montañero, que se convirtió en uno de los divulgadores del paisaje único de Sobrarbe. Su labor dio fruto y tuvo muchos seguidores. Un siglo largo después, en 1918, Ordesa era declarado Parque Nacional.

El centenario de esta declaración es un buen momento para volver los ojos hacia Sobrarbe, el ‘país perdido’ al que canta La Ronda de Boltaña, la tierra de los ríos Ara y del Cinca, del paisaje de castillos y dólmenes, del monasterio más antiguo de España, y también el de la lluvia amarilla y de las casas amortajadas.

Ordesa es el corazón de Sobrarbe, y sus habitantes son los que lo hacen latir. El equilibrio entre preservación y uso es difícil, pero también fundamental para que las imponentes montañas del Pirineo central conserven su riqueza natural pero también su sentido, el de ser paisaje humanizado.

Más de medio millón de personas visitan cada año el parque, y quizás una de las mejores cosas que puedan hacerse este 2018 es apartarse de las rutas marcadas y aprovechar para acercarse a cada uno de los rincones de una comarca que sufrió la despoblación y cuyos habitantes acogen con calidez y luchan por seguir llenando de vida el paisaje que fascinó a Ramond de Carbonières.

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