Vetocracia a cañonazos

Sabido es que la vieja Caesaraugusta es ciudad de asedios. Acaso sean los más célebres los sitios de 1808 y 1809, en la guerra de la Independencia. Pero no fueron los últimos. Hoy mismo, 210 años después, Zaragoza vuelve a estar bloqueada.

Benito Pérez Galdós retrató la feroz resistencia durante el segundo sitio por parte de las tropas francesas dentro de su serie de los ‘Episodios Nacionales’: "Zaragoza no se rinde. La reducirán a polvo: de sus históricas casas no quedará ladrillo sobre ladrillo; caerán sus cien templos; su suelo abrirase vomitando llamas; y lanzados al aire los cimientos, caerán las tejas al fondo de los pozos; pero entre los escombros y entre los muertos habrá? siempre una lengua viva para decir que Zaragoza no se rinde", proclama vibrante uno de los mejores escritores realistas españoles.

Transcurridos algo más de dos siglos, la ciudad vuelve a estar bloqueada. Ahora no son los soldados de Napoleón los que mantienen el sitio, sino que son los partidos presentes en el Ayuntamiento los que la someten a una soterrada parálisis a causa de una lacra política que ya ha sido identificada en otros sistemas democráticos: la vetocracia. También la capital aragonesa está inmersa en esa estéril tendencia en la que varios grupos políticos tienen la capacidad de vetar las iniciativas de sus rivales aunque no de gobernar. Así ha ocurrido antes, por ejemplo, en Estados Unidos o Italia, como lo han estudiado analistas de la talla de Francis Fukuyama, Moisés Naím y Thomas Friedman.

Los hechos han demostrado que las elecciones de mayo de 2015 generaron en Zaragoza (y también en el escenario nacional) liderazgos débiles, propicios para una agotadora guerra de guerrillas. Los capitanes de cada bando no fueron capaces de lograr un auténtico pacto de gobernabilidad porque no tenían poder suficiente, ni dentro de sus formaciones ni fuera, para imponer una solución. Pérez Anadón (PSOE) permitió de mala gana que Santisteve (ZEC) ocupara el principal sillón de la plaza del Pilar para que Lambán tuviese el apoyo de Podemos para alcanzar el del Pignatelli. Pero la parálisis se adueñó de la Casa Consistorial. Desde entonces, entre profundas trincheras, unos y otros han recurrido constantemente a utilizar el boicot.

La consecuencia es que llevamos casi tres años en los que quienes debían encargarse de la mejora continua de la ciudad, de su modernización ineludible, solo han sido capaces de conjugar el verbo ‘minar’ en todas sus formas posibles. Y para culminar la perlesía, a Santisteve no se le ha ocurrido ahora mejor idea que artillar su fortaleza e imponer un nuevo veto a los demás partidos tomando, ‘manu militari’, el control de todas las sociedades municipales con la excusa de que hunden sus proyectos.

La consecuencia del cañonazo del alcalde es que la contienda se intensifica. Aunque falta más de un año para la nueva cita con las urnas, habrá durante este tiempo todo tipo de asedios, escaramuzas y bloqueos, porque unos y otros piensan que electoralmente les favorecerá. Desde su atalaya en la plaza del Pilar, Santisteve ondeará su bandera morada mientras su tropa se dispersa desilusionada. Azcón (PP) seguirá disparando salvas con el mensaje de que, tras el caos de cuatro años de desgobierno, solo él es capaz de poner un poco de paz y de orden. Pero las huestes naranjas, con más encuestas que soldados, le amenazarán con asaltar sus posiciones antes de intentar tomar la Moncloa. Los del PSOE buscarán un nuevo capitán mientras se curan las heridas. Y el mapa bélico de la política municipal se completa con los francotiradores de CHA y el PAR buscando ganar terreno por la izquierda y por la derecha.

Todos enfrascados en sus batallitas sin caer en la cuenta de que someten a un estéril anquilosamiento no solo al Ayuntamiento sino sobre todo a la ciudad. Zaragoza bloqueada y ellos solo pugnando para unas lejanas elecciones que ni siquiera garantizarán una alteración significativa de la actual correlación de fuerzas.

Así no se conquista a los votantes. Como dice Galdós en las últimas páginas de su crónica: "De hora en hora el fúnebre silencio iba conquistando la ciudad. Solo hablaba el cañón".