Alconchel de Ariza y su tienda casi centenaria

Adrián Martínez, de 80 años, gestionó el comercio que abrieron sus padres durante buena parte de su vida. Ya jubilado, aún frecuenta el negocio que lleva su hijo Javier, y recuerda el ajetreo de antaño.

Isabel Carreres, responsable del botoquín, en la primera planta del Ayuntamiento.
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Jesús Macipe

Productos de alimentación, utensilios de limpieza, barras de pan. Son algunos de los elementos que están a la venta en la tienda que hoy regenta Javier Martínez; el local que ha conocido tres generaciones de la misma familia detrás del mostrador y casi 100 años de servicio ininterrumpido en pleno corazón de Alconchel de Ariza, concretamente en la confluencia entre la calle Mayor con la plaza de Villarreal, frente al antiguo edificio de las escuelas. Allí, bajo el letrero que reza ‘Comercio Hnos. Martínez’, todavía sigue a sus 80 años Adrián, padre de Javier, de quien el actual responsable tomó las riendas del negocio.

"A mi padre le dio por el comercio y montó la tienda, y también un bar, que por aquel entonces se le llamaba café", recuerda junto a una cámara frigorífica el cabeza de familia, señalando hacia las escaleras que llevan a la planta superior de la actual tienda, donde ahora se encuentra la vivienda. "Éramos nada menos que ocho hermanos y aun teniendo los negocios, mi padre y una hermana tuvieron que emigrar a Buenos Aires a buscarse el cocido", detalla Adrián, quien apunta que "mi padre estuvo trabajando durante unos años como camarero y volvió a España, pero su hermana se quedó en Argentina. De hecho, tengo primos allá que nunca han venido aquí".

Desde los años en los que sus padres eran los encargados del negocio hasta los días que corren, la situación en Alconchel ha cambiado drásticamente. "En el pueblo, en los tiempos de la posguerra, llegó a haber 800 personas; ahora ya no quedamos nadie en comparación con aquellos tiempos", asume con resignación el veterano tendero. En este sentido, explica que "antes estábamos aquí –señalando hacia el mostrador– durante todo el día, y más cuando teníamos el café". Eran otros tiempos y con apenas ocho años, Adrián se encargaba de echar una mano sirviendo tazas y copas desde primera hora de la jornada: "Se abría muy pronto, a las siete de la mañana, cuando los labradores se iban a trabajar".

También recuerda que por el estanco, otro de los negocios que llegó a gestionar la familia en el pueblo, pasaban arrieros, tocineros y capadores. Entonces, el espacio de la tienda tenía un aspecto muy diferente al actual. "Antiguamente se vendía de todo", sintetiza Adrián, quien recuerda perfectamente como los clientes que lo desearan podían contar con "alpargatas, sogas, hoces, botijas, cántaros o porcelanas: muchos artículos útiles", insiste. Además de estar en la tienda, Adrián estuvo estudiando en Calatayud. "Cursé bachiller durante un año, pero vi que no me iba y vine de nuevo al pueblo".

Emprendedores totales

De vuelta en Alconchel, Adrián y su familia siguieron adelante con su afán de abrir negocios que prestasen servicios de primer orden a la localidad y montaron una peluquería. "Mi hermano Tomás ya tenía una en Calatayud y estuve aprendiendo el oficio con él", indica Adrián, en el momento en que llega a la casa su hija, que vive en la vecina Santa María de Huerta. Con el declive demográfico del municipio, Adrián cambió de ámbito y estuvo trabajando en el campo, hasta que finalmente tomó la tienda. Una vez que alcanzó la edad de jubilación, el responsable del negocio pasó a ser su hijo Javier, quien también conoció los años de mayor bonanza y trajín en el local. "En aquellos tiempos había que estar por la mañana y por la tarde, todo el día al pie del cañón. Ahora ya no", explica el actual encargado, de 49 años.

Antes de entrar a dirigir el establecimiento, su contacto con el mundo laboral cristalizó en varias empresas; entre ellas algunas del sector de la construcción. "Como no había faena en eso, cogí la tienda, aunque ahora se nota que hay poca gente", explica mientras observa desde la ventana cómo llega una clienta. Se trata de Adoración Bailón, que a sus 85 años integra el padrón alconchelano, que actualmente asciende a unas setenta personas. "Recuerdo la tienda desde siempre, cuando la tenían los padres de Adrián", relata Adoración, mientras pide a Javier dos barras de pan. "El servicio es buenísimo, nos atienden perfectamente. La verdad que tienen de todo y de buena calidad". En su caso, hace uso de este servicio durante todo el año "porque mientras podamos, estaremos aquí. Ya luego que los hijos nos lleven donde quieran", remarca Adoración, quien subraya que "en el pueblo se está muy a gusto".

Al mismo tiempo que cierra la puerta, Javier, aficionado a la caza, explica que la hora del pan es la de mayor afluencia en el negocio. "Es cuando más gente viene; por la tarde no hay movimiento y durante el invierno cerramos. Yo aprovecho para ir con los perros. Si hace falta, tienen mi teléfono, me llaman y abrimos". Día a día, con más y con menos vecinos, ese marco de los Martínez ha dejado pasar a la clientela durante 99 años.

Botiquín con mano valenciana para atender a los vecinos en los bajos del Ayuntamiento

Dos días a la semana, la planta baja del edificio del ayuntamiento de Alconchel –en la que una estantería de madera todavía conserva el letrero de Archivo Municipal– se transforma en un botiquín asociado a la farmacia de Monreal de Ariza. De esta función se ha encargado en los últimos siete años la valenciana Isabel Carreres, que tiene su botica a casi doce kilómetros de distancia. "Durante el invierno se hace un poco más duro y no hay tanta gente como en verano", explica. Su dinámica de trabajo es siempre la misma: "Nos coordinamos la médico, la enfermera y yo, las tres mujeres". Así, una vez que los vecinos han pasado consulta, pueden acercarse a este particular despacho a recoger lo que les haya apuntado la doctora o "gracias a la receta electrónica, a recoger la medicación del mes", explica Isabel Carreres. Para Carmen Enguita, alconchelana de 64 años, este servicio "es muy importante, porque la mayoría son personas mayores que no pueden desplazarse fácilmente hasta Monreal". También valora que "si vas a la médico y no hay algo, ella lo trae por la tarde"

Peregrinación de visitantes hasta la casa del pastorcillo que luego fue San Pascual Bailón

En la calle de San Pascual, una de las casas luce encima de la puerta una placa de piedra en la que se recuerda que allí se hospedó el santo de muchacho, cuando trabajó en Alconchel como pastorcillo. En la planta calle, el espacio ha sido recientemente reformado, pero se ha conservado el hueco de una pequeña hornacina, con una tabla de madera en su interior. "Ahí dicen que se metieron las pertenencias de San Pascual, y en el pueblo hay mucha devoción hacia él", asegura Hortensia Bailón, de 82 años, y que vive junto a su hermano en la casa adyacente.

La propietaria de la vivienda en la que se encuentra el citado espacio suele estar muy a menudo en el municipio, pero en su ausencia es Dolores Martínez, también de 82 años, la encargada de abrir el habitáculo a los visitantes. Acompañada de Luisa Mateo, de 73 años, retira las garrafas de agua que anteceden a la puerta. "Si la dueña no está, don Ignacio, el cura, nos avisa si hay algún viaje programado", explican ambas. De hecho, Luisa recuerda como hasta la casa se han desplazado personas de Calatayud e, incluso de la localidad castellonense de Villarreal, donde falleció el santo, en autobús.

LOS IMPRESCINDIBLES

Nuestra Señora de la Leche

La parroquia es un templo del siglo XVI, conformado por una nave de tres tramos, al que se accede desde la calle Mayor, atravesando un arco de piedra y un patio. Llama la atención su retablo mayor de madera y la vidriera localizada al fondo.

Arquitectura civil

Además de la casa en la que se alojó San Pascual, el abandonado edificio de las escuelas o la Casa Consistorial, con reloj solar en su fachada, se encuentran muestras de la más tradicional arquitectura civil aragonesa: el tapial.

Pantano abandonado

En el límite con Soria se construyó a principios del siglo XX El Pantano, una presa en el curso del barranco del Cardinche, abandonada por falta de agua. En el entorno, salpicado por desfiladeros, también quedan los restos de La Mina.

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