El misionero zaragozano que abrió camino en el lejano oeste

Francisco Garcés, de Morata de Jalón, exploró las tierras de California, Arizona, Nevada y Nuevo México.

Una estatua recuerda al explorador aragonés en Bakersfield (California)
Una estatua recuerda al explorador aragonés en Bakersfield (California)

Nadie escribirá jamás una canción sobre Tuba City, un discretísimo municipio de 8.600 habitantes enclavado en lo más árido de la monótona Arizona. La localidad, por tirar de eufemismo, es pobre en diversiones tal y como refleja el hecho de que da cobijo a más establecimientos de comida rápida (hasta cinco) que bares (ninguno) y el sustento cultural se reduce a un pequeño cine que en estos momentos proyecta una película infantil. Por decirlo de algún modo: en una hipotética liga de pueblos aburridos, Tuba City tendría verdaderas posibilidades de salir campeón.


Solo un dato rompe la monotonía del municipio de cara al lector aragonés: el primer no nativo en documentar una visita al lugar fue el misionero Francisco Tomás Hermenegildo Garcés Maestro, natural de Morata de Jalón y uno de los exploradores pioneros en las tierras que en la actualidad conforman California, Arizona, Nevada y Nuevo México. Garcés llegó al asentamiento que hoy es Tuba City en 1776, aunque sus andanzas americanas arrancaron años antes. El periplo se desgrana en el libro 'California empieza en Aragón', del profesor de la Universidad de Zaragoza José María Bardavío Gracia, un estudio crítico editado en 1988 por Edelvives y ahora disponible en la Biblioteca virtual Miguel de Cervantes.


El acta de bautismo de Francisco Garcés da fe de su alumbramiento el 12 de abril de 1738. Al día siguiente recibió el sacramento en la iglesia parroquial de Santa Ana, en su Morata natal, y años más tarde emprendería el largo viaje transatlántico. La orden de expulsión de Nueva España de los jesuitas en 1767 permitió que los franciscanos, orden a la que pertenecía el aragonés, ensancharan su campo evangelizador. Quince misioneros encaraban en el arranque de 1768 el Golfo de California, donde se comunicó a cada uno el emplazamiento y la misión que les correspondían. "A fray Francisco le fue asignada la situada más al norte y también la más peligrosa. Se llamaba San Javier del Bac", resume Bardavío, quien arroja luz sobre el valor del aragonés: "Pudo quedarse en Morata de Jalón bajo la tutela de su tío, capellán de los condes, en donde con toda seguridad hubiese disfrutado de un sacerdocio bien cómodo y dedicarse a la teología y especializar su vocación sacerdotal por los caminos del pensamiento y la abstracción. Sin embargo, dejó esas vías y pidió permiso para pasar a América".


Y la misión que le fue confiada -en el actual Tucson- no resultaba sencilla: "Los jesuitas llamaban a San Javier del Bac 'el noviciado', ya que ningún misionero aguantaba en ella más de un año. Si Garcés fue enviado a San Javier no fue por casualidad: los responsables sabían que ponían al mejor en el sitio más difícil. En todo caso, los logros del padre Garcés fueron, sin duda, mucho mayores que las altas expectativas puestas en él por sus superiores".


Fue en 1774 cuando el aragonés halló el paso terrestre entre Sonora (en el actual Nuevo México) y California, su gran hito. Un camino inexplorado y heredero de la misión del jesuita Eusebio Kino en el virreinato español. "Este descubrimiento -apunta Bardavío- fue trascendental para la época. Se formaron expediciones tan importantes que los historiadores norteamericanos dicen de ellas que fueron las mejor organizadas y las más importantes de todas las emprendidas en cualquier época hacia California. Lo cual significa que un aragonés de Morata de Jalón descubrió los Estados Unidos mejor que los norteamericanos".


Unos años antes, en una misiva al gobernador de Sonora, Garcés habla de San Javier como "el último pueblo de la cristiandad". Corría el año 1768 y los apaches mantenían sus territorios fronterizos en estado de terror. Los ataques nativos suponían muertes, ruina para las cosechas y el robo de reses y caballos.


Dos meses después de su llegada a San Javier, el de Morata de Jalón comenzó sus incursiones hacia el norte, un territorio por completo inexplorado. Se adentró hasta 90 millas a través del desierto, contactó con los indios, aprendió su lengua y profundizó en la evangelización, la motivación verdadera del viaje. La frontera quedaba en 1771 fijada por debajo del río Gila, afluente del Colorado. Durante los años posteriores, Garcés prosiguió con la expansión del terreno conocido a la par que se iba adentrando en el aún hoy hostil desierto.


El zaragozano tenía un código moral claro y buscaba siempre la vía diplomática, al contrario que otros colonos. Esa manera de afrontar las misiones, desde el diálogo y evitando la confrontación, le permitió avanzar más y mejor que nadie. En sus cartas y diarios, citados en el libro de Bardavío, relata los ataques de los nativos, pero también los intercambios de regalos y culturales con los amerindios.

Apaleado hasta la muerte

?Francisco Garcés murió en 1781 y la responsabilidad de su deceso recae sobre Olleyquotequiebe, jefe de los yumas, tribu que se levantó en armas contra los españoles. El desencadenante de la revuelta fue el descontento con las escasas riquezas que recibían, pues las expectativas creadas durante la llegada de los primeros españoles, que buscaban la conversión al catolicismo a toda costa, eran muy altas. Garcés, pese a su buena sintonía con los locales, fue apaleado hasta la muerte durante una de las refriegas.


La figura del moratino es en la actualidad poco conocida y su legado no es demasiado palpable si no se profundiza a conciencia. Aunque sí tiene reconocimientos. La citada Tuba City, por ejemplo, lo nombra en sus archivos históricos y la antigua estación de trenes de Santa Fe, reconvertida en hotel, se llama 'El Garcés' en su honor. El zaragozano también dio nombre a un parque nacional en Arizona y a un instituto en Bakersfield, ciudad en la que se mantiene un memorial en forma de estatua (en la imagen que ilustra el artículo) en la única rotonda de la ciudad. En Las Vegas cuenta con una avenida en la zona antigua de la ciudad y una cristalera lo recuerda en la catedral de Reno. Escaso bagaje para tamaña empresa.




Mapa representado en el libro 'California empieza en Aragón'

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