El baturro que quiso ver el mar

Memoria de la pasión por el océano, según un libro de pablo peguero, protagonizado por un taustano.

Portada de 'Viaje a San Sebastián de un joven de la aristocracia madrileña y un baturro de Tauste'.
El baturro que quiso ver el mar
Aladrada Ediciones

Aladrada Ediciones, con la colaboración de la Residencia de Ancianos Virgen de Sancho Abarca de Tauste, ha publicado en facsímil un libro de Pablo Peguero, ‘Viaje a San Sebastián de un joven de la aristocracia madrileña y un baturro de Tauste’, que fue impreso por primera vez en 1925; el trabajo introductorio y el cuidado de la edición literaria ha corrido a nuestro cargo.


Poco es lo que sabemos de este autor aragonés, ni tampoco conocemos si tenía vinculación con Tauste, aunque en el lugar se recuerde un huerto de los "Pequeros". Sí que cita en su escrito a dos personas oriundas de la villa: a Julio Bayarte, que había cambiado su residencia a Madrid, y su hijo Pepe J., que resulta ser uno de los protagonistas de la obra; estos formaban parte de una buena familia local, cuyo apellido dio lugar a un topónimo en la huerta tradicional, Lo Bayarte, donde se levantaba una torre o casa de campo.


Peguero había sido un gran lector de los escritos costumbristas que desde hacía algunas décadas se estaban publicando en nuestra Comunidad; y, de hecho, no engaña a nadie cuando en el prólogo dice haber recopilado textos "pizca de aquí y pizca de allá" para construir su relato, que está ambientado en el salto de los siglos XIX y XX. En un Aragón que había iniciado su industrialización, donde habían comenzado a instalarse pujantes fábricas azucareras, se estaba produciendo sin embargo un tipo de literatura enmarcado en un medio rural tradicional, que realmente se hallaba entonces en plena evolución; y aunque el costumbrismo no fue invención popular, pues sus escritores eran urbanitas que plasmaban la estilización melancólica de un mundo en vías de extinción, nuestro libro es un buen ejemplo de cómo los aragoneses asumieron como propios la forma de ser y los elementos pintorescos propios de ese ambiente campesino, divulgados en esos momentos a través de revistas, prensa y colecciones de relatos.


Con todo, el propio viaje a San Sebastián de los dos protagonistas, el joven madrileño de buena casa y el rústico taustano, nos está contextualizando una moda iniciada sólo unos años antes por las élites y que lentamente se iba popularizando, como era la disfrutar de los baños marinos. La cultura occidental había vivido en el pasado de espaldas a las playas, Europa había tardado en descubrir esos espacios del litoral como lugares terapéuticos y de ocio; si en un principio fueron las clases dirigentes las que se aprovecharon de la nueva percepción, las modas y la generalización de los hábitos hicieron que las clases sociales menos privilegiadas las emularan progresivamente dentro de sus posibilidades, y se fueran sumando al gusto de visitar las playas y disfrutar de los veraneos en la costa.


En un trabajo memorable, ‘El territorio del vacío. Occidente y la invención de la playa (1750-1840)’, el historiador Alain Corbin señalaba cómo hasta el siglo XIX el mar había sido percibido como la cuna de las más espeluznantes criaturas, era por donde venían los barcos enemigos y llegaban epidemias tan temidas como la peste o el cólera. Lentamente en Europa las playas dejaron de ser el lugar temido del pasado y se convirtieron en un espacio terapéutico y de ocio. A esta nueva percepción contribuyeron la clase médica, con sus nuevos tratamientos de talasoterapia, y la aristocracia, que se acercó al mar y creó tendencia. Así sucedió con la emperatriz Sissi en la costa de la Provenza, su primo Luis Salvador de Austria en Mallorca y Eugenia de Montijo, mujer del emperador Napoleón III, en Biarritz; y también en España ocurrió algo parecido, cuando la reina María Cristina, al quedar viuda de Alfonso XII, trasladó las vacaciones estivales de la Corte a San Sebastián, con lo que esta capital se convirtió en la meta de turistas de alto nivel a la sombra de la monarquía.


En nuestro ámbito, esta ciudad fue lugar de destino de los veraneos de gran parte de la burguesía de Zaragoza, clase que había iniciado su industrialización y su transformación urbana, y que no era ajena a las novedades artísticas y a las que venían dictadas por la moda; allí se codeaba con lo más florido de la alta sociedad, en sus playas y bulevares donde se hacía demostración pública de desahogo económico, lo que supuso que dicha capital vasca adquiriera también un gran atractivo para los niveles sociales menos acomodados. Así, el protagonista rústico del ‘Viaje a San Sebastián’, el tío Basilio, no quería morirse sin ver el mar y deseaba bañarse donde lo hacían el rey y otras personalidades.


En esos años y por lo dicho, taustanos de todas las clases se acercaban a la costa donostiarra. En nuestra familia nos consta que nuestra bisabuela Babila Alonso Murillo (Tauste, 7-2-1866 / Tauste, 13-12-1946), veraneó allí en alguna ocasión con sus amigas; en la única fotografía que guardamos de ella, ya anciana, con su pelo recogido en un moño, saya y delantal, nada denota que gozara de una posición excesivamente boyante, pero como el tío Basilio, acudía donde se debía acudir, al lugar en boga, como lo hacían otros muchos de sus convecinos.


Es un buen ejemplo de cómo las novedades acaban siendo compartidas por toda la sociedad, del mismo modo que después se popularizarían otros espacios de ocio que en principio también fueron restringidos, como son los relacionados con los deportes de invierno; este proceso es siempre paralelo al movimiento de la élite para buscar alternativas que vuelvan a marcar la diferencia.