Con aroma aragonés

El formato de la actual Copa del Rey que hoy disputarán el Barça y el Real Madrid nació en Zaragoza

El CAI de Magee y Arcega fue su primer ganador y abanderado del baloncesto español moderno

El dedo índice de la mano izquierda de Kevin Magee señala al autor de la gesta: el CAI acababa de devorar al Barça en la final de Copa 83-84.
El dedo índice de la mano izquierda de Kevin Magee señala al autor de la gesta: el CAI acababa de devorar al Barça en la final de Copa 83-84.
heraldo

El triple de Sergio Llull el año pasado en Málaga, el de Nacho Solozábal en Valladolid (1988), el de Chichi Creus con el Manresa frente al Barça (1996), Drazen Petrovic dinamitando La Coruña (1989), la eclosión del entonces imberbe Pau Gasol en Málaga (2001), el tiro de gracia de Elmer Bennett en Vitoria (2002), el primer título de Unicaja en Zaragoza (2005), el resurgimiento del Real Madrid en el Palau Sant Jordi (2012)... Sorbos deliciosos del mejor baloncesto en un torneo nacional al otro lado del charco. Reúne un aroma especial la Copa del Rey, un aroma destilado por primera vez hace 31 años en Zaragoza. En la capital aragonesa se parió la primera Copa del Rey apadrinada por la ACB, y el club defensor de Zaragoza fue su primer campeón. Hoy la levantarán los brazos de Felipe Reyes o de Juan Carlos Navarro. Quizás quede inmortalizado el tiro ganador de Rudy Fernández, quizás el de Marcelinho Huertas, o los nuevos rostros que se unirán a la galería única que integran Llull, Solozábal, Creus, Petrovic, Bennett o Gasol. Pero nadie le arrebatará jamás al CAI y a Zaragoza su primer título, la exhibición para la historia del baloncesto FIBA de Kevin Magee abofeteando sin miramientos al Barça, la Copa del Rey que elevaron los brazos inextinguibles de Fernando Arcega, ese satisfecho deseo de la primera vez que luego se convirtió en un definitivo antes y después, en el verdadero punto de inflexión del baloncesto español como primera referencia europea.


Siempre supo interpretar Zaragoza el romanticismo de la Copa del Rey, de la competición más limpia y sincera de cuantas existen, la que no respeta galones ni condición social, la que siempre manifesta un genuino espíritu transgresor. Entre el bostezo prescindible de las series previas de la Euroliga y de la Eurocup, de la monótona ACB, es la épica copera la que genera emociones, la que transforma al siervo en señor, la que nos recuerda que en el deporte también hay un reducto de gloria conquistado legítimamente sin necesidad de vestir obligatoriamente de blanco o de azulgrana. La Copa, su formato del KO, del todo o nada, siempre despertó las ilusiones aragonesas, igual en fútbol que en baloncesto. Los equipos representativos de Zaragoza (Real Zaragoza y CAI) nunca contaron con un presupuesto y por lo tanto con la necesaria amplitud de plantilla para poder competir con el Barça y el Madrid en una liga regular; pero sí en determinadas épocas Zaragoza ha reunido un ‘once’ o un ‘cinco’ de lujo capaces en un torneo corto de pegarle una lijada por su sitio a cualquiera que se le pusiera delante. Lo hicieron Los Magníficos, el equipo que escribió el libro de estilo del Real Zaragoza y del fútbol español en los 60. Y lo hizo el CAI, el equipo rebelde y chulo del baloncesto español de los 80.


Zaragoza se introdujo en la verdadera élite del fútbol español en los 60. Ganó dos Copas del Generalísimo. Marcelino marcó el gol más importante de la historia del fútbol español en el siglo XX, el que hizo Campeón de Europa a España ante Rusia en 1964. La zurda mágica de Carlos Lapetra, Los Cinco Magníficos, Reija y sus dos mundiales... Nunca Zaragoza ha ejercido tanta influencia en el fútbol español. Y nunca Zaragoza ha ejercido tanta influencia en el baloncesto español como en los 80. El mundo se detuvo el 1 de diciembre de 1983. Sí, era el curso deportivo 83-84, pero la final copera se jugó a finales del 83. Entonces el baloncesto no era como ahora. O hasta entonces, mejor dicho. La final se disputó un jueves a las 19.00 para que pudiera ser transmitida por la tele, y el tercer y cuarto puesto se jugó después. Todo fue diferente a partir de ese día, del momento en que Magee despellejó vivo al mejor equipo FIBA del momento, el Barça de Epi, Solozábal, Sibilio, Stracks y Davis. El CAI venció 81-78 en un partido memorable de Magee, Allen, los Arcega, Bosch, Indio Díaz, Charly López Rodríguez y Paco Zapata.


La trascendencia del momento, la incidencia real de la revolución ese día iniciada, es considerada por los analistas de la cosa como superior a la medalla de plata conquistada por España meses después en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles ante las mismas narices de Michael Jordan. A partir de esa maravillosa noche zaragozana surgieron publicaciones especializadas (Basket 16 se unió a Gigantes), el baloncesto comenzó a aparecer en todos los carruseles deportivos radiofónicos, hasta entonces monopolizados por el fútbol. Coincidió con la explosión de la España de Epi y Fernando Martín. Los colegios se llenaron de canastas. Incluso se creó un idioma propio, una jerga singular para la juventud que flipaba con este deporte, como décadas antes hizo el rock con la música. El baloncesto se puso de moda.

Zaragoza, epicentro

Zaragoza fue el epicentro de esa moda. El seleccionador nacional, Antonio Díaz Miguel, pasaba más días en la capital aragonesa que en Madrid o Barcelona. El CAI abanderó ese espíritu rebelde que siempre encarnaron el Joventut y el Estudiantes, los verdaderas canteras de España (Real Madrid y Barça fueron, son y serán ante todo fútbol). Defendieron la camiseta del CAI los mejores extranjeros de la ACB. No solo Kevin Magee, Andy Toolson y Mark Davis, que 31 años después siguen siendo los dueños de los tres registros individuales más preciados de la Copa de Rey: rebotes, triples y puntos. Sí, sí, más de tres décadas después... ¿Tiene o no aroma aragonés la Copa de España...? Pero hubo más. Wood, Riley, Turpin, Piculín, Hopson, Turner... Lo mejor de lo mejor, canelita en rama.


Seis años y dos meses después llegó la segunda Copa del Rey. Fue el 13 de febrero de 1990 en Las Palmas de Gran Canaria. Superó en la final al Joventut (76-69), a la Penya de Villacampa y los Jofresa que luego sería campeona de Europa con Zeljko Obradovic y el triple estratosférico de Corny Thompson en Tel Aviv. Había madurado el proyecto de José Luis Rubio. Además de extranjeros de postín, la cantera había dado sus frutos. El lema ‘orgullo de raza’ se reflejó en esa final: todo el plantel aragonés había sido amamantado en la cantera aragonesa. Eran los Arcega, Ruiz Lorente, Fran Murcia, Santi Aldama, Zapata, Andreu, Angulo... Casi todos fueron internacionales absolutos por España. Lo dicho, jamás Zaragoza pintó tanto en el baloncesto patrio. Además de cantera, también había cartera. Y fino olfato para fichar. El equipito integrado por aragoneses se apuntaló con un gigante para gobernar los aros, Aleksander Belestenny, y un asesino en serie desde la periferia, Mark Davis. Los 44 puntos de Davis siguen constituyendo el récord anotador en un partido de Copa del Rey. Antes he dicho equipito, pero era un equipazo: no le dejaron sumar a la Penya 70 puntos en la final. El dato de la valoración de los catalanes en ese partido es más explícito: menos de 50 (un ridículo 48), con Margall, Montero, Rafa y Tomás Jofresa, Carles Ruf, Juanan Morales, Reggie Johnson y Lemone Lampley en pista. Jamás nadie ha defendido con más ardor el blasón aragonés.


Dos finales de Copa del Rey más y el latrocinio de la final de la Recopa en Ginebra ante el PAOK Salónica completan la vitrina de un club que desapareció por cuestiones estrictamente económicas a mediados de los 90. Huella indeleble en el baloncesto español y europeo. Este deporte volvió a surgir en Zaragoza con el Basket Zaragoza 2002, también patrocinado por la CAI. El esfuerzo creador de Javier Loriente lo continuó Reynaldo Benito, jugador en la final de 1992 ante Estudiantes. Costó recuperar el sitio en la élite, pero las tres últimas presencias en la Copa evidencian que Zaragoza sigue destilando aroma copero. Aire fresco en un ambiente siempre cargado de blanco y azulgrana.