Se apaga la voz romántica del cantante griego Demis Roussos
Artemios Ventouris muere a los 68 años dejando un puñado de canciones pegadizas que triunfaron entre los años 60 y 80.

Con su aire de patriarca mediterráneo y su barba desaliñada, Demis Roussos consiguió colocar en las listas de éxitos un buen número de temas universalmente tarareados, como Mañanas de terciopelo, Adiós, amor, adiós, Morir al lado de mi amor o Quiero bailar esta canción.
Demis Roussos había nacido en Alejandría (Egipto) en 1946. Su familia abandonó el país cuando Francia y Reino Unido patrocinaron la invasión del canal de Suez, de modo que sus padres dirigieron sus pasos a Grecia. En la nación helena, la criatura descolló en el coro de la iglesia ortodoxa, donde templó su voz durante cinco años.
Sus comienzos se encauzaron, sin embargo, hacia el rock sinfónico, cuando fundó en 1967 la banda Aphrodites Child, conjunto en el que también militaba el teclista Evangelos Papathanassiou, conocido sobre todo como Vangelis, quien compuso la banda sonora de la película Carros de fuego. Con su amigo Vangelis hizo afortunadas incursiones en la música para el cine. No en vano, Roussos es el cantante del tema Tales of the future, que acompaña a la cinta Blade Runner.
Al lado de Nana Mouskouri, Roussos encarna el icono de la música popular griega: dos voces que hicieron de embajadores del país heleno. El cantante no tuvo problemas en adoptar el inglés y otros idiomas para popularizar sus baladas, una estrategia con la que conquistó los mercados y vendió millones de discos.
Si bien Demis Roussos no representó nunca una revolución musical, sí que tuvo dificultades, con su aspecto de ogro bueno y su melena hirsuta, para hacerse un hueco en los escenarios de la autoritaria Grecia de los coroneles. A raíz de un viaje en el que fueron rechazados en la frontera del Reino Unido, los chicos de Aphrodites Child grupo en el que Roussos cantaba y tocaba el bajo decidieron afincarse en el París de 1968.
Buena parte de los 50 millones de discos que vendió en todo el mundo los despachó en España, que se apuntó al fenómeno de su voz almibarada y melancólica y su popular chasquear de dedos.
Con los buenos oficios de su casa discográfica, Phonogram, Roussos acuñó un sonido liviano y amable, alegrado por el rasgueo del bouzoki, que competía con Abba y los sonidos de estirpe anglosajona. Pese a cierto aroma étnico del Meditarráneo, sus baladas tenían una innegable vocación internacional que arrasó en Europa y Latinoamérica.
Muy a su pesar se convirtió en noticia cuando en 1985 viajó en un malhadado vuelo de la TWA que hacía el trayecto entre El Cairo y San Diego, avión que fue capturado por un grupo radical islámico momentos después de hacer su escala en Atenas.
Con el nuevo milenio, su estrella declinó de forma definitiva. Intentó de forma audaz conquistar el favor del público, primero con experimentos electrónicos y luego incluso con un desafortunado rap, pero su tiempo ya había pasado. Después de 30 álbumes en el mercado y canciones en griego, francés, alemán, inglés y español, sacó su último disco en 2009. La gente, sin embargo, ya le había dado la espalda, por lo que optó por alejarse de los escenarios y regresar a su patria.
Los familiares del cantante quisieron esperar a que remitiera mínimamente el eco de la noticia del triunfo de Syriza en las urnas para dar a conocer la defunción del músico.