Una placa recuerda a los fallecidosen los accidentes aéreos del Moncayo

Familiares de 2 de las 4 víctimas de una avioneta estrellada en 1972 colocaron la estela a 2.000 metros.

ristina Sangillao, Ismael González, Mar Gortázar y Michel Lozares, junto a la placa colocada en el Moncayo.
Una placa recuerda a los fallecidosen los accidentes aéreos del Moncayo
F. Orte

"Dedicado a todas aquellas personas que siguen volando sobre la cumbre del Moncayo". Con esta frase, una placa recuerda a las siete personas fallecidas en los tres accidentes de avión registrados en la cumbre del Moncayo desde los años setenta. En concreto, está colocada en la zona del barranco de Castilla, a más de dos mil metros de altitud, lugar donde se produjo uno de los trágicos siniestros: una avioneta Piper Cherokee PA-28 EC-BJO se estrelló cuando realizaba el trayecto San Sebastián-Madrid.


Ocurrió un 10 de junio de 1972. En el aparato viajaban cuatro personas, que perdieron la vida aquel fatídico día: el piloto Miguel Vilches, Juan Francisco Olivares, Javier Gortázar y Ana María Sangillao. Familiares de estos dos últimos visitaron el Moncayo recientemente acompañados por los autores de un libro que recopila éste y los demás accidentes aéreos ocurridos en la zona. Aparte de instalar la placa, escucharon una misa en la catedral de Tarazona dedicada a sus seres queridos que murieron cuando hacían lo que más les gustaba: volar.

"Mi hermana era azafata de Iberia y, a la vez, se sacó el carnet de piloto privado y piloto comercial. La noche anterior todos presentíamos algo. Mi madre le dijo que no volara de noche ni con tormenta, y se metió de noche y con tormenta", rememora una emocionada Cristina Sangillao, recordando que Ana María y otro de los pasajeros -Gortázar- tenían billetes de avión para regresar a Madrid en un vuelo regular.


Sin embargo, ninguno de los dos llegó a cogerlo. La hija de Gortázar, Mar, era una adolescente cuando su padre perdió la vida. "Fue durísimo, mi hermano tenía 10 años y yo 14. Luego la vida pasa y, al final, yo terminé entrando en Iberia como azafata y he estado toda mi vida volando", comenta. Reconoce que llegó a odiar Moncayo, si bien "la vida me ha traído aquí, a Tarazona, y me ha reconciliado con el entorno".


Sobreponiéndose al dolor que supone remover recuerdos trágicos como estos, Mar viajó a Tarazona por primera vez acompañada por su madre, María Luisa Ortíz. "Él era un hombre enamorado de la aviación, fue a San Sebastián a ver su madre y en el aeropuerto de Fuenterrabía se encontró con estos amigos y se metió en la avioneta", indica esta profesora jubilada de Madrid. Ortíz todavía conserva el billete de vuelta de la compañía Aviaco que su marido nunca llegó a utilizar.


Los siniestros, en un libro


Tardaron hasta dos días en localizarlos y las labores de rescate se prolongaron durante dos jornadas más "Tuvieron que bajarlos en burro hasta Ágreda", recuerda Gortázar. En su visita al lugar del siniestro pudieron ver los restos de la avioneta que, a día de hoy, sigue habiendo esparcidos en la cumbre del Moncayo. El accidente se produjo "por causas meteorológicas y una mala planificación de vuelo". De hecho, se llegó a formar hielo en las alas de la aeronave, que impactó contra la arista donde limitan Aragón y Castilla y León. Así lo asegura Michel Lozares, autor del libro ‘Los aviones del Moncayo’, escrito con la colaboración del guarda forestal Ismael González. Gracias a esta publicación se conocieron las familias de Sangillao y Gortázar.


En la cumbre también se conservan restos de otras dos aeronaves militares estadounidense: un F-100D y un Phantom que se estrellaron en 1970 y 1980, respectivamente, cobrándose la vida de dos capitanes y un mayor. No obstante, en el entorno del Moncayo ha habido otros siete accidentes más, así como el derribo de un avión republicano durante la Guerra Civil en 1937 en Ágreda (Soria).