La maldición

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El yayo dijo: “Éste es Cubel, el pueblo más alto de la provincia de Zaragoza. En esos campos se cría trigo duro, harina buena de Aragón para el mejor pan, zagales”.


Los zagales, mi hermano Javi de doce, y yo, Toni, de diez. Pero él ya no era mi tato, era el enemigo: alto, más guapo y más fuerte; se llevaría el botín y se reiría.


Vi el bote de la mejor harina, idea: arrojé un puñado a sus ojos, se los restregaba, no veía, gritaba insultos; yo dominaba al enemigo. Cogí el codiciado helado y lo fundí en mi boca, subí al rellano; desde allí veía y saboreaba mejor mi triunfo.


El “harinoso”, cuando pudo ver, me miró con odio y lanzó una terrible maldición:


“Mal dolor te dé de muelas

que cuánto más corras

más te duelan

y cuando pares,

te revientes”.


Me fulminó. Rompí a llorar.


Diez años después, ja, ja, ja, ahora me río: con toda la dentadura postiza, ya no me pueden doler dientes ni muelas…


E. Picazo


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