Frutas de Aragón, especies amenazadas

La conservación del mayor número de especies vegetales distintas sirve no solo al mantenimiento de la biodiversidad, sino a la seguridad alimentaria y al desarrollo sostenible. En el Centro de Investigación y Tecnología Agroalimentaria se lleva a cabo un proyecto de recuperación de variedades frutales antiguas a través del cual se pretende garantizar la supervivencia de los recursos fitogenéticos de Aragón, especialmente, de aquellos en peligro de desaparición

Frutos de un cerezo recuperado en Alquézar
frutales de aragon
CITA

La gente de la montaña, en una paciente labor de siglos, fue desarrollando una agricultura adaptada a su medio y que le permitiera disponer de distintas fuentes de alimento a lo largo de todo el año. Así, se aterrazaron laderas para sacar tierra de cultivo para frutales y hortalizas, y se plantaba cereal donde se lograba algo más de espacio.


La tendencia actual de la agricultura, porque así lo piden los distribuidores, es conseguir frutos que se vendan por su buena imagen, y que tengan un tamaño idéntico o muy similar para que puedan colocarse en los expositores de las grandes superficie formando combinaciones atractivas para el ojo del comprador.


Los agricultores de las montañas pirenaicas que cultivaban principalmente para su propia despensa y para alimentar a los ganados tenían, sin embargo, otro objetivo: lograr productos de alto valor alimentario, que aguantasen mucho tiempo hasta ser consumidos, producidos por plantas resistentes a las enfermedades y a las heladas, con tiempos de maduración distintos y escalonados a lo largo de todo el año.


ABANDONO DE LAS TIERRAS

La despoblación que ha sufrido el medio rural desde mitad del siglo pasado, con especial intensidad en las zonas de montaña, ha llevado a un abandono, progresivo pero constante, de estos cultivos. Durante las últimas décadas, en Huesca se ha perdido un 70% de la superficie cultivada y, con ello, han quedado atrás no solo unos paisajes ancestrales, sino una importante y rica biodiversidad vegetal.


Desde el Centro de Investigación Técnica Agroalimentaria (CITA) del Gobierno de Aragón, se inició ya en 2001 una línea de recuperación de estas especies que constituyen unos recursos genéticos muy valiosos, no solo para su conservación, sino por el potencial que puede tener en la agricultura moderna.


"La selección efectuada por los agricultores en sus huertos familiares durante generaciones ha producido una gran diversidad de material frutal de calidad, que constituye un gran patrimonio genético", afirma Pilar Errea, la investigadora que dirige este proyecto del CITA.


RESERVORIO DE FRUTALES

"Sabíamos que existía un reservorio de frutales que se encuentran en vías de extinción porque están en pueblos abandonados, en los que ya nadie cuida las huertas. Con el abandono, la vegetación natural está recuperando su terreno y 'comiéndose' a estos árboles", explica Errea.


No solo la despoblación actuó contra estos frutales, también las nuevas formas de agricultura, basadas en la producción intensiva y en el monocultivo, que mejoraba las economías de escala y permitía la mecanización de las labores del campo.

Por el contrario, "estos frutales raramente ocupaban parcelas completas, y casi siempre aparecían y aparecen diseminados por los márgenes de los campos de regadío, con el fin de aprovechar los posibles riegos de los cultivos sembrados en el campo, de no dificultar el laboreo en el suelo y de no retrasar con su sombra el crecimiento de dichos cultivos", explica la investigadora.


Para la localización y registro de todos los ejemplares se contó con la colaboración del Departamento de Medio Ambiente. "Los agentes de protección de la naturaleza han hecho un gran trabajo y nos han ayudado muchísimo pues ellos han sido los que han rastreado los ejemplares que quedaban, han hecho fichas de los individuos y realizado un inventario", agradece Pilar Errea. El inventario de las especies efectuado hasta el momento abarca un total de 18 comarcas y 114 municipios.


ABANDONO DE LAS TIERRAS

Así, ahora el CITA dispone de "ejemplares de manzanos cuyas frutas se conservaban en graneros hasta siete meses sin perder sus características, o ciruelas que servían tanto para consumir en fresco como secas y proporcionaban abastecimiento durante muchos meses", explica Errea. Además, tienen unas características organolépticas que pueden ser muy valoradas por los consumidores, que se quejan de que la fruta ahora no "tiene olor ni sabor".


Por el contrario, en estas huertas del Pirineo "algunos melocotoneros y membrilleros tienen un olor tan penetrante y delicioso que los pueblos los conservan casi como ejemplares de museo; y ciertas peras y ciruelas, tienen un sabor inconfundible que nada tiene que ver con las actuales variedades comerciales", corrobora Errea.


Esa selección que se hizo de manera ancestral, ahora puede ser muy útil para la agricultura moderna. En ese sentido, la misión de los científicos del CITA en este proyecto no es simplemente conservar especies autóctonas tradicionales, sino conseguir trasladar esas cualidades a los frutales que se cultivan ahora en las explotaciones agrícolas. "Merece la pena evaluar estos ejemplares y valorar todo el potencial agronómico para que podamos aprovecharlo en los actuales sistemas agrícolas", concluye Errea.


CLONACIÓN IN VITRO

De cada ejemplar inventariado en los pueblos pirenaicos se ha tomado una muestra para un banco de información genética vegetal, así como para trabajos de recuperación de la especie en el CITA. "Se toma lo que se puede, según el estado de la planta: una yema, una rama, una estaquilla", explica Pilar Errea, responsable del programa de recuperación de frutales. Después, el material se somete a las diversas técnicas de propagación, bien mediante esquejes, injerto o cultivo in vitro. En el caso de la propagación in vitro, "clonamos el material y conseguimos un individuo igual al original", aclara Errea.


La edad y el estado de abandono de algunos de los ejemplares hace difícil en muchas ocasiones su identificación in situ. Para ello se toma más de una muestra, con el fin de incrementar las posibilidades de contar con material útil. Para minimizar el riesgo de duplicación, se recurre a los marcadores moleculares.


Con la extensión de la agricultura se produjo una unificación de variedades. Sin embargo, "conservar la información genética de las variedades antiguas también tiene valor para el mercado. Mediante técnicas de cruzamiento con las actuales, aquellas pueden transmitir a estas cualidades como las de mayor perdurabilidad tras la maduración, más contenido vitamínico, su olor, su sabor, etc.", señala la investigadora.


El inventario, así como la recogida de material, se ha centrado fundamentalmente en frutales de pepita y de hueso, que constituían la base de la producción frutal de antaño. Se trata de variedades adaptadas a ese suelo y ese medio, que han demostrado ser resistentes a plagas y enfermedades, cruzarlas con las variedades de frutales convencionales de ahora e inocularles esa resistencia evitaría usar fitosanitarios, lo que redunda en menos contaminación y en un ahorro para el bolsillo del agricultor.


También se ha realizado una estudio de georreferenciación, es decir, un mapa con las variables climáticas, geográficas, etc. de cada zona para reproducir las condiciones que garantizan la pervivencia de la planta.


FINCA DE LA GARCIPOLLERA

Los frutales se cultivan en la finca experimental de La Garcipollera, del Gobierno de Aragón, que se encuentra en la provincia de Huesca. La elección de esta finca responde a que estén ubicadas "en el ambiente del que proceden", explica la investigadora. "Allí las plantamos y analizamos sus características, pero bajo condiciones controladas, no están abandonadas como en su hábitat original, sino que se riegan, se podan, etc". Tras una primera fase de observación, entra en juego el trabajo de laboratorio para analizar su ADN y saber así si es una variedad que todavía no estaba registrada, y que pasará a incrementar los recursos fitogenéticos conservados en el CITA.