Avutardas, machos de cara al sol

En los primeros días de abril, una ardua competición no sangriente se libra en las llanuras cerealistas y estepas españolas. Son las avutardas, cuyos machos se disputan el favor de las hembras en el espectáculo colosal del celo.

Un macho de avutarda hace la rueda ante dos hembras
avutarda otis tarda
CARLOS PALACIN

Como en todas las especies, los machos de avutarda saben que aquel que mejores carácterísticas presente tiene más papeletas para ser elegido por la hembra. Pero primero deberá conseguir que alguna se fije en él. Para ello, cada macho despliega un alarde de fastuosidad con el que impresionara las hembras que han acudido al lek.


El cortejo de la avutarda es conocido: en una primera fase levantan la cola para llamar la atención de las hembras que han acudido al lek (o zona de exhibición, donde las hembras observan y seleccionen a los ejemplares con los que quieren copular), luego la doblan y le dan vuelta completamente, después las plumas cobertoras alares se adelantan, la cola desplegada en abanico se eleva hasta formar una vertical con el suelo y la cabeza se encoge entre los hombros. Se convierten en una rueda blanca, deslumbrante, que llama la atención desde la lejanía. El ojo humano puede distinguirlo a un kilómetro de distancia, destacando entre los verdes y ocres de las estepas donde vive.


El más preparado ojo de la avutarda, puede descubrirlo incluso desde mayor distancia. “Más cerca, la hembras se podrán fijar en otros ornamentos, como las plumas del mostacho o el plumaje castaño del cuello, apreciables sólo a corta distancia”, explica Javier Viñuela, director del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (CSIC-Universidad de Castilla-La Mancha), que ha liderado esta investigación en la que también han participado biólogos de la IE University, en Segovia, y la Aberdeen University, de Escocia.


Observando el comportamiento de unos 250 machos, en hasta siete lugares de apareamiento diferentes, este equipo investigador ha descubierto algo que no se conocía de este cortejo y que demuestra la sofisticación a la que pueden llegar las especies, sobretodo para lograr la perpetuación: “Hemos visto que los machos dirigen la parte trasera de sus colas levantadas hacia el sol, para este incida sobre el plumaje blanco haciéndolo más brillante y visible a las hembras”, explica Viñuela. “Así aumentan la eficacia de su señal de llamada y atención a la hembras”, subraya el científico.


Pese al amplio conocimiento que, como se ha dicho, existía sobre el celo de la avutarda, se desconocía por completo esta faceta del cortejo. A estos investigadores se les ocurrió “ por observación: se notaba mucho el brillo de que le daba el reflejo del sol y nos planteamos la hipótesis de que fuera un efecto buscado”.


Dos datos les convencieron de esta conclusión: “En primer lugar, era muy determinante que todos los machos se colocasen orientados al sol; por otra parte, ese comportamiento se daba en las primeras horas de la mañana, cuando todavía va bajo y los rayos inciden mejor para obtener el reflejo”, explica Viñuela. “También las horas del ocaso ofrecen un buen ángulo para captar los rayos solares, pero por la tarde la avutarda tiene ya un conflicto de supervivencia con el zorro, que caza de noche”, añade. “Finalmente, -concluye-, el dato más clarificador fue que este comportamiento no se daba en los días nublados, lo que claramente indicaba que el comportamiento estaba dirigido por el sol”.


Seguramente, nadie más que un macho de avutarda maldecirá un día nublado.


(Este estudio ha sido publicado por la revista ‘Behavioral Ecology and Sociobiology’. El texto íntegro del artículo puede consultarse a través de Digital.CSIC).