Historias de la Nochevieja
que se llevó el Ebro hace 60 años

En el inicio de 1961, miles de personas fueron evacuadas en la ribera y los daños en el campo ascendieron a más de 600 millones de las pesetas de entonces. Fue una de las peores riadas del siglo XX. Los ribereños lucharon con sacos de tierra y con su fraternal solidaridad.

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Hace 60 años no fue una Nochevieja de brindis en muchos hogares aragoneses de la ribera del Ebro. 1961 llegó junto a la que se considera la riada más imponente del siglo XX. Fueron días de preocupación, tensión y tristeza, tal y como relatan quienes la vivieron. Las noticias que llegaron desde Navarra los días previos no eran alentadoras, agravadas por los temporales que se repitieron en varios puntos de la cuenca.

En Aragón, la rotura de diques anegó el 90% de las huertas de doce municipios, "cerca de 30.000 hectáreas", según calculó el gobernador civil, José Manuel Pardo de Santayana. Se estimó que el coste de los daños ascendió a 615.496.000 pesetas (507.166.00 en pueblos y 108.330.00 en Zaragoza y sus barrios).

La noticia cruzó fronteras. A través de Cáritas y de la embajada estadounidense, se distribuyeron productos de Ayuda Social Americana a los damnificados por la riada, así como donativos procedentes de Estados Unidos. Los alcaldes de Londres y Westminster enviaron telegramas de apoyo a su homólogo zaragozano, Luis Gómez Laguna, expresando "su profundo sentimiento por la catástrofe".

Calles de Pradilla de Ebro durante la riada de 1961.
Calles de Pradilla de Ebro durante la riada de 1961.
Antonio Larraz -cedida por el Ayto. de Pradilla-

RIBERA ALTA DEL EBRO:
​"Menuda Nochevieja la de aquel año"

María Luisa Cuartero era una niña de 9 años y en su memoria todavía resuenan los sonidos de esa noche en vela, la primera de 1961. "El ruido del Ebro era impresionante. Era un continuo de pasar gente corriendo, puertas que se abrían y cerraban, los picos y palas trabajando, las campanas tañendo...", recuerda. Los pradillanos comenzaron a preparar sacos días antes y en las últimas horas de 1960 llegó el alcalde de Tauste a Pradilla. "Se ofreció a prestar ayuda y un señor mayor le dijo que sí, que la riada que venía era muy grande", rememora María Luisa.

"Dieron un bando en Tauste, donde estaban celebrando la Nochevieja en el Casino, y vinieron a Pradilla para ayudarnos a levantar una barrera, incluso con trajes y corbatas", relata Luis Eduardo Moncín. Horas después, los pradillanos -unos 1.000- dejaron sus casas y, con lo puesto, partieron rumbo a la localidad vecina. "Una estampida", así lo define Moncín.

"Vi cómo se juntaron las dos aguas"

La mayoría de los vecinos se subieron en remolques, como Luis Carcas, entonces un niño de 8 años: "Me monté en el primero, sin mi padre ni mi madre. No sabían que me había ido. ¡Menudo rato pasarían!". Historias como la de Luis se repitieron en varias familias de Pradilla. "La imagen que tengo de la salida, por la carretera de Tauste, es que venían los hombres de la parte de la ermita corriendo a una velocidad terrible, tirando todo lo que llevaban en las manos y el agua les perseguía. Vi cómo se juntaron las dos aguas", explica María Luisa. El pueblo quedó rodeado por agua, Pradilla se convirtió en una ínsula.

Los que eran niños lo evocan "como una fiesta", al no ser conscientes de lo que suponía. "Me lo pasé bomba, pero no se me olvidan los lloros de una señora por el campo camino de Tauste", cuenta Teresa Barón. Un día de llantos es lo que vivió Mari Carmen Román, una joven de 20 años que se casaba al año siguiente. "Me estaba preparando el ajuar y llevé todo a casa de mi abuela que era de dos plantas para que no se me mojara. Una de las veces la Guardia Civil me dijo que no podía pasar más y me mandaron subir a un remolque, sin chaquetón y sin nada", cuenta.

"Un pradillano jamás olvidará lo que hizo Tauste. Jamás"

Los taustanos le prestaron ropa a Mari Carmen y arroparon a todos los pradillanos. Como dice Carcas, "un pradillano jamás olvidará lo que hizo Tauste. Jamás". "En la villa señera se les trata, con corazón baturro, como huéspedes de honor", se publicó en HERALDO. "Los taustanos se portaron no bien, excelente, ya no pudo ser mejor", dicen a una estos testigos de la riada. Permanecieron nueve días fuera de sus hogares, tiempo en el que fueron vacunados, nació un niño que bautizaron antes de volver a Pradilla, organizaron obras teatrales benéficas y los niños acudieron a la escuela. Incluso, a los Reyes Magos les llegó la noticia de la evacuación y agasajaron a los niños en Tauste. "Nos reunieron en la plaza a todos y nos pusieron un regalo. A mí, un parchís de cristal", cuenta Carcas, a la vez que se busca en las instantáneas que dejó Antonio Larraz.

Mientras tanto, Pradilla estaba a merced del Ebro, bajo más de un metro de agua en algunos puntos y vigilada por un ramillete de vecinos. "Quedó un retén de quince hombres acompañando al capitán de la Guardia Civil de Ejea de los Caballeros y a los alcaldes de Pradilla y Tauste, que en ningún momento abandonaron los puestos de máximo peligro", escribió 'a posteriori' el gobernador civil en un informe. La mayoría de esos pradillanos compartieron las noches en el horno del pan. "Mi padre se quedó y tenía un aviso de la Benemérita: al primer disparo, sal corriendo porque se puede hundir todo el pueblo", reproduce María Luisa. Los campos quedaron anegados, muchos cultivos se perdieron y los animales aprovecharon cada elevación para mantenerse a salvo. "Nuestros cerdos se subieron a una montaña de fiemo que teníamos en el corral", no olvida Jesús Cuartero, que viajó solo a Tauste, sin sus progenitores, a lomos de una yegua.

"Recuerdo las fachadas negras, barro por todos los sitios y una luz muy tenue"

La estampa que se encontraron los pradillanos a su vuelta la califican de "desoladora". "Recuerdo las fachadas negras, barro por todos los sitios y una luz muy tenue. Sanidad había pasado a desinfectar las casas y en la puerta ponía útil o no útil", cuenta María Luisa. Pardo de Santayana, el gobernador, mandó higienizar los edificios y se agradeció públicamente el ofrecimiento del Colegio de Arquitectos y Aparejadores para revisar las estructuras.

Decenas de construcciones quedaron resquebrajadas, las grietas se adueñaron de las paredes, los suelos se desplazaron y tabiques quedaron por los suelos. En el peor de los casos, se redujeron a escombros, puesto que eran de adobe. "Íbamos por una calle de Tauste y escuchamos: ¡Ay, la casa de la tía María, la Campa, se ha caído! Era la de mi abuela. Cuando se cayó, se fue la luz de todo el pueblo", narra Mari Carmen. Todo el ajuar que había llevado allí, se perdió. Con sollozos respondió la joven cuando vio sus sábanas embarradas, el candil rodando o la nueva plancha eléctrica sobre el agua, imágenes que no ha borrado de su memoria y que describe como si las estuviera viendo seis décadas más tarde.

La riada también dejó a oscuras a Boquiñeni. José V. Lasierra, que recorrió la ribera zaragozana y la definió como un 'via crucis', entrevistó a los boquiñeneros a la luz de las velas. "La imaginaria de turno viene a pasar lista. Un servicio de dos horas. El día 31 estuvieron en pie, alerta, vigilantes, 120 hombres", leyeron los lectores de este diario. Una casa se hundió en Torres de Berrellén y la zona baja de la localidad se evacuó a la alta, según informó el gobernador civil.

"Fue de miedo. La recordaré mientras viva"

Felipe Moreno, vecino de Cabañas, es claro: "Fue de miedo. La recordaré mientras viva". "Menuda Nochevieja la de aquel año", dice Francisco Leza, ahora con 91 años cumplidos. En Cabañas de Ebro no durmieron, fue una noche de muchos cafés. Los vecinos de esta localidad -200 hombres ayudados por 15 tractores, se relató en las páginas de HERALDO- levantaron un motazo para evitar que el río se adueñase del pueblo. "Sacamos cantidad de sacos para ganar altura. No teníamos otra defensa", recuerda Leza. "Ahí lo contuvimos a pala – añaden Felipe González y Armando González, que acababan de licenciarse en la mili, mientras señalan a un ribazo-, pero con todos los apuros del mundo".

Los cabañeros no fueron evacuados, salvo los residentes de una torre del otro lado del río: La Pulliguera. Un helicóptero de Utilización Conjunta Hispanoamericana rescató a once personas de esa finca, uno de ellos era Mariano Calvera, entonces un niño de 7 años. "A mediodía, los tocinos estaban en el agua y las gallinas ahogadas. Subieron el ganado al tejado. A nosotros nos sacaron con un helicóptero en un par de viajes. En principio desde el tejado, pero al final tuvimos que ir a un alto en barca", cuenta Calvera. "Me acuerdo de que los pilotos eran americanos y le dieron una manzana a mi hermana. A los días vino el gobernador para preguntarme si había pasado miedo. Para nosotros, una novedad".

Helicóptero americano que rescató a once personas en Cabañas, en la riada de 1961.
Helicóptero americano que rescató a once personas en Cabañas, en la riada de 1961.
Archivo HERALDO

ALTA EXPECTACIÓN EN ZARAGOZA Y UN NUEVO GALACHO:
​"se ha convertido en un inmenso mar", dijo heraldo

Los días pasaban, ya en 1961, y el Ebro avanzaba en su cauce. La información de la ribera alta que publicaba la prensa se tradujo en gran expectación en Zaragoza. "El espectáculo era imponente. El paseo de Echegaray y Caballero, el puente de Piedra y todas las inmediaciones estaban invadidos por público numeroso que comentaba la enorme riada pocas veces conocida aquí en tan alarmantes proporciones", informó HERALDO el 2 de enero. En la capital aragonesa el caudal era de 4.130 metros cúbicos por segundo y una altura de 6,32 metros, lo que fue un "amanecer inquietante". Esa mañana José Domínguez, de 10 años, venía de vender la Hoja Deportiva y ya no pudo cruzar por la pasarela hasta su casa, en el barrio de la Ortilla, situado en la actual Corporación de Radio y Televisión Aragonesa. Allí se prepararon para lo peor.

Riada de 1961 en Zaragoza.
Cientos de zaragozanos se acercaron a la ribera del Ebro para comprobar su caudal.
Archivo HERALDO
"Recuerdo ver entrar el agua poco a poco por mi calle, la de los Paisanos"

Luis Calvo tenía 17 años y comenzó a tabicar las puertas de sus vecinos ante la amenaza del agua. Esa Nochevieja sustituyeron las celebraciones por la preocupación. "Poníamos un palo en la calle y a los 20 minutos el agua lo rebasaba", relata Domínguez. La entrada del agua fue lentamente, señala José Piedrafita: "Recuerdo ver entrar el agua poco a poco por mi calle, la de los Paisanos".

Estrenaron 1961 dejando sus casas. La Guardia Civil les desalojó de noche y algunas familias fueron evacuadas en barca por Servando Monterde y Francisco Clavero de madrugada. José y Alfonso Piedrafita siguieron las vías del ferrocarril a las 2.00 para llegar a casa de unos familiares en el Arrabal, mismo barrio donde se cobijó Domínguez junto a su hermana, en su caso en la casa del cura de Altabás. Los Calvo Prats fue la única familia que permaneció en la Ortilla. "Había más de un metro de agua, pero nosotros nos pudimos quedar porque la casa era de dos pisos y de ladrillo, no de adoba como otras", recuerda. Se quedaron sin luz y caminaban por los tejados para poner a salvo los animales de sus vecinos, que más tarde custodiaron en la galería de la cocina.

“Esos días los recuerdo con mucha tristeza”

"Éramos familias muy humildes y esos días los recuerdo con mucha tristeza", confiesa Piedrafita. "Todas las personas afectadas (…) que tengan necesidad de socorro alimenticio, deberán presentarse al señor cura párroco del Arrabal, quien les dotará de un volante con el cual recibirán la comida precisa", publicó el alcalde, Luis Gómez Laguna, en una nota de este periódico. Auxilio Social les brindó apoyo en el comedor de la plaza de Santa Marta de Zaragoza. Además, también les entregaron leche en la parroquia de Altabás.

A su vuelta a la Ortilla, cuando el nivel descendió, encontraron muebles destrozados y una marca desvelaba cuál había sido la altura máxima del nivel. Los Piedrafita Latre se habían acercado a su casa durante su exilio y vieron cómo el agua casi cubría un colchón. Según el informe del Gobierno Civil, tuvo picos de descenso y ascenso. 

Esta riada modificó el cauce del río a su paso por la capital aragonesa. Antes de llegar a la ciudad, el Ebro se extendió hasta Juslibol y, cuando el agua desapareció, surgió un meandro abandonado que dio lugar al galacho homónimo.

RIBERA BAJA DEL EBRO:
​DURO TRABAJO Y un "ARTILUGIO" PARA detener EL RÍO

Tras su paso por Zaragoza, se sumó el caudal del Gállego, lo que hizo que aumentara todavía más la contundencia de la riada, por ejemplo, en Osera el cauce del río llegó a medir 3 kilómetros. Junto a esta localidad el Ebro pasaba a una "velocidad endiablada", dejaron testigo los tipos en las páginas de HERALDO.

La noche del 1 de enero se dispararon un par de cohetes en Pina de Ebro. "La gente se alarmó mucho y ya salimos a la calle", manifiesta Manuel Morón, que entonces tenía 16 años. Los pineros actuaron como en otras riadas, según cuenta Nieves Borraz, investigadora de la historia del pueblo: desmontaron los motores de riego, entre otras acciones. También comenzaron a perimetrar algunas zonas del pueblo con tierra de la cuesta de los Royales y desplegaron unas improvisadas aceras con sacos. "Entonces la gente estaba muy preparada para esos trabajos físicos", cuenta Morón, que recuerda cómo se transportó la tierra con los pocos tractores que había. Monegrillo, Bujaraloz, La Almolda, Nuez, Villafranca y Osera prestaron su ayuda y el restaurante El Ciervo envió "pucheros de café". Fueron 36 horas sin dormir.

“El médico tuvo que asistir un parto en barca”

La telefonista de Pina, Pilar Enfedaque, comunicó a las 9.50 del 2 enero que el agua había llegado a las primeras casas del pueblo. Las calles de la Parroquia, la plaza de España o la calle del Sol fueron de las más afectadas. "Una anécdota es que el médico, don Pascual Albalate, tuvo que asistir un parto en barca", relata Borraz. Precisamente Albalate capturó con su cámara lo vivido en Pina y dejó un valioso testimonio gráfico. Fueron días de incertidumbre, ya que el nivel parecía descender, pero volvía a aumentar.

El "artilugio" que se diseñó para achicar agua del casco urbano.
El "artilugio" que se diseñó para achicar agua del casco urbano.
Pascual Albalate

Una bomba con un tractor fue la solución para achicar agua, un "artilugio" que diseñó Cabrera, militar vinculado al pueblo. Absorbía el agua por el arbellón y lo vertía al cequión de Pina. Hubo que lamentar un deceso colateral de la riada. "La víctima se llamaba Guillermo Mermejo Miguel, natural y vecino de Pina de 53 años casado, jornalero y la muerte le sobrevino al ser atropellado por el tractor en que transportaba arena para el dique", se informó en HERALDO. Ese fue el detonante para que se prohibiera la colaboración de los más jóvenes, como Manuel Morón.

El resto de daños en Pina fueron materiales. En un documento que se conserva en el archivo municipal de la localidad se enumeran algunos de los daños causados en edificios públicos, como los desperfectos en la oficina de Correos y Telégrafos, el recreo, el almacén del regaliz o el macelo. Morón hace memoria y le vienen a la cabeza las acequias destrozadas y el 50% de los campos inundados. Se perdieron cosechas y "70 toneladas de trigo se trasladaron a Zaragoza para preservarlas de la humedad", detalla Borraz.

En agua perduró en las calles de Pina, tanto que en imágenes del 3 de febrero, festividad de San Blas, todavía se veían charcos en las calles. También en los sótanos. "En las bodegas del barrio del Pilar se acumuló metro y medio de agua y estuvo varios meses, tanto que las vecinas dispusieron unas tablas y bajaban a lavar la ropa", bromea la investigadora de la historia de Pina.

"Me ha impresionado la magnífica actitud de la gente: su energía, su serenidad, su entereza"

Unas piezas clave de este trágico episodio fueron las telefonistas de los pueblos, ellas trazaron una red que informaba de la situación del pueblo. El gobernador civil, Pardo de Santayana, reconoció la labor de María Leza -de Alcalá-, Margarita y Dolores Andía -de Cabañas-, Pilar Enfedaque -de Pina- y de Celia Causapé -de Torres de Berrellén-. También la "generosidad" de muchos pueblos. El ministro de Obras Públicas, Jorge Vigón, recorrió días después algunas zonas afectadas y fue sentido en sus declaraciones: "Más que la catástrofe en sí, me ha impresionado la magnífica actitud de la gente: su energía, su serenidad, su entereza".

AGRADECIMIENTO

Gracias a todos aquellos que han retrocedido 60 años y se han encontrado con los recuerdos de esas intensas horas que marcaron su infancia o juventud. Con su testimonio, hoy mantienen viva la memoria de sus pueblos y barrios. 

CRÉDITOS

Texto y vídeos: Mariano Millán. Fotografías: Francisco Jiménez, archivo de HERALDO DE ARAGÓN, Antonio Larraz (antiguas de Pradilla y Tauste, cedidas por el Ayuntamiento de Pradilla) y Pascual Albalate (antiguas de Pina). Retoque audiovisual: Alfonso Millán