Heraldo del Campo

Redactora de la sección de Economía en HERALDO DE ARAGÓN

Si el campo no gana, perdemos todos

El cereal de invierno aragonés presenta una impresionante imagen a unos días de que comience la cosecha.
El cereal de invierno aragonés presenta una impresionante imagen a unos días de que comience la cosecha.
Paintec

No están los tiempos para muchas alegrías en el agro.

Todavía se cuentan en pérdidas las heridas que ha ido dejando el impacto de la pandemia en el sector mientras sus agricultores y ganaderos, sus cooperativas y sus industrias han ido demostrando, en el complicado escenario de una desconocida crisis sanitaria, su fortaleza, su capacidad y su empeño para que la población solo tenga que preocuparse por la salud. De la alimentación ya se ocupan ellos.

Todavía no se ha terminado de digerir el mazazo que ha supuesto el cambio de rumbo que ha tomado el plan estratégico nacional con el que se define la aplicación de la reforma de la PAC. Porque tras más de cuatro años de dar la batalla para abordar una reforma valiente y ambiciosa en la que los derechos históricos fueran historia y el futuro tuviera como protagonista principal a la agricultura familiar y profesional, el documento con el que Luis Planas se presentará ante Bruselas poco tiene que ver con lo que soñó, pactó y defendió Aragón. Y aunque el consejero asegura que la Comunidad no pierde, el sector no se siente entre los vencedores.

Y por si todavía no fuera suficiente, poner en marcha el tractor, encender el riego, abonar la siembra, fertilizar el cultivo, alimentar el ganado, proteger bajo plástico las verduras o embotellar el vino y el aceite o conseguir un contenedor con el que llegar a los mercados exteriores se ha convertido en una tarea casi impagable porque los costes de las materias primas están tan disparados como injustificados (creen los productores). Y quien pierde de nuevo es este primer eslabón de la cadena que asume el coste pero no recibe los euros de más que ya pagan los consumidores.

Aún así, también hay motivos para celebrar. Porque en el sector hay triunfos y no son pocos los campeones. Los hay entre aquellos que decidieron hace décadas unir fuerzas en esas cooperativas que se han convertido ahora en modernas y diversificadas empresas capaces de conquistar hasta los más exóticos mercados. Los hay entre quienes con avanzada tecnología y constante innovación han añadido a sus cultivos, a sus granjas y a sus producciones el apellido de pioneros. No faltan entre aquellos cuyas prácticas agrarias, ganaderas e industriales son un refugio para la biodiversidad y un mimo para el medioambiente.

Con todos ellos, el sector gana, pero el premio se lo lleva el territorio en el que se asienta, al que vertebra y protege, en el que fija población, riqueza y empleo. Y se lo lleva el consumidor que puede confiar en llenar su nevera de calidad, variedad y seguridad. Sería de justicia que ahora todos los ciudadanos les devolviésemos el reconocimiento llenando las cestas de la compra con origen, territorio, marca, diferenciación y, sobre todo, un precio justo.

Porque si el campo no gana, perdemos todos.

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