turismo sostenible en un pirineo sin frontera

Las estaciones de esquí altoaragonesas, medio siglo dando vida a la montaña

Astún, Candanchú, Formigal, Panticosa y Cerler apuestan por la innovación en unos valles en los que el funcionamiento de estos centros invernales ha frenado la despoblación y ha ayudado a activar y complementar las economías locales más tradicionales

Astún, una de las dos estaciones del valle del Aragón.
Astún, una de las dos estaciones del valle del Aragón.
Verónica Lacasa

Con casi 400 kilómetros de pistas por los que deslizarse y disfrutar de las montañas aragonesas, las estaciones de esquí son una de las fortalezas del Pirineo aragonés y de la sierra turolense de Gúdar-Javalambre, un sector que supone un 7% del Producto Interior Bruto en Aragón y que contribuye a poner en valor el patrimonio de estos territorios. Son siete los centros invernales que apuestan día a día por la innovación e ideas creativas para minimizar la huella en un territorio sensible en el que en gran parte, gracias a ellos, uno de los principales motores económicos de estos valles de montaña, se ha ido asentando población, unos territorios que estaban abocados a la despoblación y que la apertura de las pistas, algunas hace más de 50 años, les ayudó a despegar con fuerza.

Aragón cuenta con seis estaciones de esquí. Dos de ellas en la sierra turolense, Javalambre y Valdelinares; las otras cuatro, en el Pirineo: Astún, Candanchú, Cerler y Formigal - Panticosa. Dos de ellas son privadas, Astún y Candanchú. Las otras cuatro pertenecen al grupo Aramón, formado al 50% por Gobierno de Aragón e Ibercaja. Pero todas tienen algo en común: una apuesta por los valles de montaña y por la innovación para continuar mejorando en el ámbito de la sostenibilidad medioambiental.

Nuevas y mejores pisapistas se incorporan cada año al parque de vehículos de las estaciones, máquinas adquiridas con la última innovación tecnológica que reduce al mínimo las emisiones. Menos gasto de combustible, pero también más hábiles; menos pasadas para dejar las laderas a punto para un día de esquí; en definitiva, menos CO2. También es habitual ver mejoras en el tema de la innivación, con cañones de producción de nieve más eficientes. Y en este campo, reseñable, la resiembra que realizan cada año en las zonas más erosionadas, uno de los trabajos que más llama la atención y que, en algunos casos como el del grupo Aramón, hace que estaciones internacionales se interesen por él: utiliza semilla autóctona, un manto vegetal que se adapta mejor y que ayuda a mantener la nieve en invierno y que sirve de pasto para los cientos de ovejas, vacas y caballos que pasan allí los veranos.

Plantaciones como la realizada hace unos años en Formigal con 5.000 árboles, la recogida selectiva de residuos o la apuesta de todas ellas por abrir, en sus pistas, restaurantes en los que los productos de kilómetro cero sean protagonistas fomentando la economía circular, son otros de los ejemplos.

También han apostado por el transporte público impulsando el conocido como Bus Blanco, con salidas desde Zaragoza, Huesca, Pamplona o Lérida y con destinos a las pistas de esquí de Astún, Candanchú, Formigal, Panticosa o Cerler. Es una atractiva forma de viajar a las estaciones de esquí en el día.

Pero sin duda, su mayor contribución es haberles dado vida a unos valles, manteniendo de esta forma las zonas rurales vivas, asentando población que permite una mejor conservación de la montaña y del entorno natural, dinamizando su economía. Las montañas se han convertido en su forma de vida, pero también en su casa, en un lugar en el que vivir. Los datos lo demuestran. Benasque, donde cuentan con la estación de Cerler, ha triplicado su población en el medio siglo de historia de la estación. Pueblos como Canfranc, Castiello de Jaca o Villanúa, en el valle del Aragón donde abren sus puertas Astún y Candanchú, también han sabido mantenerse. En el valle de Tena, donde están Formigal y Panticosa, pueblos como este último y Sallent han crecido notablemente pasando, este último, de los 530 habitantes de 1970 a los casi 1.500 actuales. Las estaciones aragonesas, además, dan trabajo a 1.500 personas cada temporada de invierno, más los trabajos indirectos que generan.

Las primeras nieves ya han teñido de blanco las laderas del Pirineo aragonés, lo que esperan sea el preludio de una apasionante temporada de esquí que, previsiblemente y si las condiciones lo permiten, arrancará a principios de diciembre.

Astún y Candanchú, ambas en el valle del Aragón, junto a la frontera de Somport, han vuelto a refrendar su pacto de 100K con un abono conjunto para esta nueva temporada y con autobuses diarios que permiten desplazarse de una a otra. Candanchú (50 km), nacida en 1928 y pionera en su tiempo, es la decana española. Astún (50 km) es más joven, pero también llena de encanto.

En el valle vecino, el de Tena, junto a la frontera del Portalet, abre sus puertas la marchosa y gran estación de Formigal (143 kilómetros) que está unida también mediante bus a la cercana Panticosa (39 km), un paraíso para los que busquen deslizarse entre lagos (ibones). El valle de Benasque cuenta con Cerler (80 km), la más alta y la más alpina de las estaciones aragonesas, rodeada por más de 60 tresmiles que le confieren un carácter especial.

En Teruel abren sus puertas Javalambre (15 km) y Valdelinares (17 km), dos pequeños complejos ideales para dar los primeros pasos en la nieve, aunque también cuentan con pistas rojas, cercanas a Teruel, territorio gastronómico de la trufa y el jamón.

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