El gran paseo americano

Alicia Sornosa, la motera que comenzó el pasado mes de septiembre la vuelta al mundo con su BMW F650GS, deja atrás Australia para recorrer Estados Unidos. Un viaje que no le ha dejado indiferente y en el que también conoció la mítica Ruta 66.

El Golden Gate de San Francisco como telón de fondo
El gran paseo americano

Mi aventura continúa. Descubierta y yo nos adentramos en territorio estadounidense antes de llegar a Canadá. Mi paso por USA no fue según lo previsto, ya que cambié de costa en el último momento y decidí que subir a Canadá por el Oeste era mucho mejor.


Desde mi llegada a Los Ángeles todo fue sobre ruedas. En esta ciudad y paseando por Hollywood conocí a Nick, un fotógrafo de 'celebritis', que me invitó a utilizar una amplia habitación en su casa con jardín. Allí conocí al presidente del Club de Scooters de Beverly Hills, del que me hicieron socia honorífica.


Los Ángeles guardó muchas sorpresas para mí. Visité la segunda tienda del mundo (hay solo tres) de Deus Ex Maquina, unos locos de la customización y el surf con muy buen gusto. También pude realizar uno de los tramos más típicos de California, el de las Malibu Montains, que me recordó a las bonitas carreteras de montaña que disfrutamos en Madrid, aunque en realidad el ambiente se parecía más a las de Barcelona. Cómo no, hice la obligada parada en la famosa Work Shop, a tomar una Coca-Cola y a seguir disfrutando de curvas y más curvas, aunque, con la moto cargada y las ruedas de tacos, sufrí más que otra cosa.


Esta ciudad dio mucho de sí y pude conocer a gente fantástica, hasta que llegó la hora de salir hacia San Francisco, destino al que llegué por la carretera 1, que va pegada a la costa y donde puedes parar para ver leones marinos, vistas increíbles desde elevados cortados y muchas, muchas motos. En este mismo recorrido, me encontré con una grata sorpresa y es que tuve la oportunidad de presenciar en directo el vuelo de un cóndor, algo bastante extraño, ya que están en peligro de extinción.


El Golden Gate de San Francisco


San Francisco es una ciudad bonita, con un tiempo cambiante a cada minuto y bastante viento. Me llamó la atención la cantidad de gente sin casa que deambula por las calles y, por supuesto, el Golden Gate, un puente impresionante que produce una increíble sensación al ver cómo aparece y desaparece al antojo de la densa niebla con la que esta ciudad amanece cada día.


De San Francisco a Yosemite, uno de los parques naturales más grandes que he conocido. Impresionan sus altos picos de granito, paraíso de cuantos escaladores se acerquen al Gran Capitán. Hacía mucho frío, aunque con la ropa térmica de BMW debajo del Air Flow, no fui muy incómoda. Allí pude ver un mapache que casi me roba una pizza para la cena y, mientras caminaba, los cervatillos se cruzaban en mi camino.


Bajo ese circo de piedra, con un lago y las caudalosas cascadas que bajan más de ocho metros, es fácil saber cómo vivían los indios hasta que llegó el hombre blanco y les chafó el plan.


Yosemite, Sequoya, Death Valley y Las Vegas. Kilómetro tras kilómetro, mi F650GS ha seguido comportándose como el primer día. Es la gran desconocida, nadie la miraba para hacer grandes viajes, todos pensaban que con el motor más pequeño no iba a poder resistir el peso y las miles de millas. Pero ella, aquí está conmigo tras 26.000 kilómetros. Y cada día me pide más y quiere seguir recorriendo mundo. Así que continué hacia el Valle de la Muerte, con su impresionante desierto interior, Las Vegas, con sus miles de luces y casinos que atontan al personal, hasta, por fin, llegar a la deseada Ruta 66, que terminó resultándome algo aburrida.


Nevada, Utah... y Seattle


Después, recta va y recta viene, hasta llegar a Monument Valley, un lugar mágico e impresionante donde te das cuenta de que los espíritus existen y donde entiendes, después de andar arriba y abajo con la cámara de vídeo, que los indios apache no beben alcohol. Algo que, además, está prohibido en todo el valle, un lugar donde te meten un palo de 40 dólares de tasas por dormir allí.

Cruzar el resto de Estados resultó rápido. Nevada, Utah, Oregón y Washington para llegar a Seattle, tras una preciosa carretera entre blancas cumbres. Me encantó pasar por esa nevera natural porque ya llevo ocho meses de ruta sin ver la nieve, justo desde que salí a finales del año pasado desde las BMW Riders, en Formigal.


Seattle es una tranquila ciudad fronteriza, situada a menos de una hora de Canadá, con unas carreteras preciosas y gente agradable. Pasarla fue como coser y cantar. Solo miraron la matrícula de la moto, y hacia adelante sin problemas. Desde allí a Vancouver solo hay un paso, pero esta ya es otra historia, que contaré en próximas entregas.