Cargar con las situaciones dramáticas de la vida puede suponer un peso insoportable.
Cargar con las situaciones dramáticas de la vida puede suponer un peso insoportable.

Tengo una amiga, Carmen, a la que veo poco y a quien quiero mucho. De vez en cuando nos mensajeamos y me envía fotos de sus sobrinos, que son su vida. Carmen tiene un nombre que la define, es firme y leal. Con todo lo que tiene ser así. Un nombre que marca, porque otra gran amiga, también Carmen, es como ella. Ambas llevan sobre sí todo lo que rehuimos y a lo que damos la espalda, una constante y dolorosa pérdida de lo más querido en un goteo insoportable. Y siguen sonriendo y mirando de frente. Mis Cármenes son la vida concentrada en lo mejor y lo peor de ella.

A veces me pregunto qué narices hacemos aquí entre tanta desgracia, y me niego a creer que esto es ‘un valle de lágrimas’, con lo bonito que es vivir y con todo lo que tenemos para disfrutar. Aun a pesar de esas situaciones tremendas, como la homofobia vivida desde que era un niño por un joven zaragozano del Actur; o la carta de la víctima de la Manada dando las gracias pero recordándonos lo que es una violación, mientras vemos los rostros impunes de sus violadores, por los que siento rechazo y repugnancia. Por más agresiones múltiples en Molins de Rei y en Canarias. Por el asesinato de otra mujer a manos de su pareja aquí mismo, en las Delicias, porque sí, porque con él o con nadie. Situaciones sin alivio alguno, como cuando veo ‘El cuento de la criada’, tan aclamada y que he decidido abandonar porque qué necesidad tengo de ver todo lo que repudio sin un segundo de respiro. Que me lleva a quitar la vista de la pantalla y a concentrarme en la búsqueda de un nuevo lavaplatos, porque lo tengo casi muerto.

La vida misma es también la que nos regala Masterchef, en una velada emocionante en la que los aspirantes se reencuentran con su familares y sale la verdad: la del que lucha por un sueño y lo deja todo por él; la de quien solo busca la aprobación de un padre; la del padre que apuesta por su vocación para darle lo mejor a su hijo; la del novio que se entrega sin reproches... Lo real, lo auténtico, y que acaba sometido a la soberbia humana.