Sensibilidad
En los últimos días, la política española ha quedado en suspenso aguardando el resultado de la meditación del presidente Pedro Sánchez. Tal vez sea una exageración decir que la vida política se ha suspendido, pues no se ha dejado de hablar de otra cosa que de política nacional.
Pero lo cierto es que el tema, por unos días, ha cambiado. Las tertulias y columnas de opinión se han volcado a hablar de sentimientos, pues la carta publicada por el presidente Sánchez, con la que se inauguraba este paréntesis de espera, recurría principalmente a estos para justificar su sorprendente comportamiento.
No voy a entrar en si un presidente de Gobierno debe de comunicar a la ciudadanía el amor que siente por su esposa. Lo que me interesa es la denuncia del nivel de agresividad que preside la vida política española actual. No me parece que sea nuevo, ni que haya comenzado ayer. Entonces, ¿por qué se produce en este momento semejante arrebato de sentimentalidad? Decía la filósofa americana Susan Neiman que la víctima se ha convertido en la única fuente de autoridad de nuestro tiempo. Tal vez aquí tengamos la respuesta. Dada la debilidad que cosecharon por sus resultados, tanto PSOE como PP, en las últimas elecciones, el debate político, desde entonces, se ha centrado en deslegitimar al adversario. En estas condiciones, adoptar el estatuto de víctima puede proporcionar una posición de ventaja respecto a la opinión pública para justificar ciertos comportamientos o la necesidad de permanecer en el poder. Pero esto, sin mediar consenso, no supone bajar la tensión que reina en el espacio político. Todo lo contrario.
Pedro Rújula es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza