Por
  • Javier García Campayo

La fascinación por el tiempo

La fascinación por el tiempo
La fascinación por el tiempo
Viticor | M. Studio

El paso del tiempo ha sido uno de los temas clave para la filosofía a lo largo de milenios. El debate se ha centrado en cuestiones como si el espacio y el tiempo pueden ser independientes entre ellos o no; y, a su vez, si ambos son o no independientes de la mente. 

Otras reflexiones apasionantes han sido ¿cuál es la estructura del tiempo: lineal o circular? o ¿existen otros tiempos distintos al nuestro? Pero, quizá, la pregunta nuclear sea: ¿existe el tiempo?

En muchas civilizaciones antiguas, desde egipcios y babilonios hasta las culturas precolombinas, y, por supuesto, las tradiciones de la antigua India (hinduismo, budismo y jainismo), el tiempo es cíclico o circular, y se caracteriza por ‘la rueda del tiempo’, en la que se suceden las edades en un continuo de nacimientos y extinciones. El filósofo Nietzsche era un gran defensor de esta visión con la idea del ‘eterno retorno’. Por el contrario, la visión judeocristiana, basada en la Biblia, es lineal: El tiempo se inicia con la creación del mundo por Dios y terminará con el fin del mundo, también obra suya. Esta concepción se encuentra tan arraigada en nuestra sociedad que cualquier otra forma de entender el tiempo parecería contraintuitiva.

La experiencia subjetiva del paso del tiempo puede ser fuente de sufrimientos psíquicos

Como psiquiatra siempre me apasionó la vivencia del tiempo desde la perspectiva psicológica y su relación con el sufrimiento. Así, descubrí cómo el pasado, aunque puede ofrecer recuerdos agradables, se encuentra mayoritariamente asociado a la experiencia de la pérdida de aquello que se tuvo y que ya no está con nosotros. Y pude comprobar la intensa relación entre su rememoración y la depresión y el duelo. En relación al futuro, aunque podemos forjar proyectos ilusionantes, habitualmente va ligado al miedo por situaciones negativas que nos pueden ocurrir en los siguientes años, es decir, produce ansiedad e incertidumbre. Como confirman los estudios científicos, las personas que son felices viven, predominantemente, en el presente.

También comprobé que el tiempo es subjetivo: cuando se sufre, como en una depresión, transcurre lentamente. Pero cuando se disfruta, como, por ejemplo, charlando con seres queridos, pasa raudo como una flecha. Es el diálogo interno, esa voz con la que conversamos continuamente en nuestro interior, quien produce esta modulación, porque es él quien genera el descontento o el bienestar. Y, es más, cuando el diálogo interno desaparece completamente, como ocurre en situaciones de ‘flow’ (es decir, realizando una actividad lúdica que nos apasiona y nos absorbe) o durante la meditación avanzada, la sensación de tiempo se desvanece.

San Agustín, un auténtico visionario de su época, acuñó este célebre proverbio: "¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quisiera explicarlo, no lo sé". Él consideraba que el tiempo consiste en "transitar desde un pasado, que ya no existe, a un presente cuyo ser consiste en pasar al futuro, que todavía no es". En suma, pasado y futuro no existen, sólo están en nuestra mente, ya que la realidad transcurre en un eterno presente. El pasado está constituido por nuestros pensamientos en el presente sobre el pasado, y el futuro por nuestros pensamientos en el presente sobre el futuro.

La concepción oriental del tiempo puede ayudarnos

Los occidentales consideramos el tiempo como una especie de túnel que va desde el pasado al futuro, atravesando el presente. Nosotros nos movemos en ese tubo desde el momento en el que nacemos hasta el que morimos, lo que provoca una gran angustia existencial. La visión oriental, por el contrario, es que no existe un tiempo fuera de nosotros, sino que nosotros somos el tiempo. Fuera de nuestra mente, no hay tiempo, y éste, con todo lo demás del universo, de nuestro universo, desaparecerá con nosotros cuando muramos. Por supuesto, esto no puede entenderse mediante razonamiento, porque se sale de la lógica dualista occidental, sino que constituye una experiencia.

El maestro zen Kodo Sawaki describe de forma magistral esta intuición en uno de sus poemas: "Este mundo es tu mundo, es mi mundo. / Es como si millones de luces, una por cada persona, se iluminaran mutuamente. / Cuando yo muera, / también morirán conmigo mi monte Fuji, mi cielo y mi tierra. / Esta taza de té morirá conmigo. / Soy mi propio mundo. Si muero, el mundo muere conmigo. / Dirás: “Pero, aun cuando tú mueras, ¡este mundo seguirá existiendo!” / No, mi parte del mundo muere conmigo. / Pues cada uno de nosotros está completo, sin que falte nada. / Vienes al mundo con tu universo. Y cuando mueres, tu universo muere contigo".

Javier García Campayo es catedrático de Psiquiatría

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